Hoy nuestro segundón no es una persona. Tampoco es un animal. Así que por descarte, en efecto, nuestro secundario de lujo hoy es una cosa [persona, animal o cosa, tres opciones de vida]. Eso sí, vamos a hablar de una cosa muy grande de 240 metros de largo llamada Lusitania.

Se acaban de cumplir 100 años del hundimiento de este buque de pasajeros torpedeado por un submarino alemán. Y a pesar de ser un barco de similares características al peliculero Titanic, y también con una dramática historia, se ha quedado perdido entre las olas de las conspiración y el olvido [suena Celine Dion].

Vamos a empezar trasladándonos a comienzos del siglo XX. América era la tierra de las oportunidades, así que los ricachones por negocios y los pobres por necesidad, tenían la necesidad de atravesar el Atlántico. Como todavía la aviación civil no estaba muy exprimida, surge la necesidad de crear líneas seguras y estables de comunicación entre Europa y América. Así que lo que se llevaba eran los barcos, y cuanto más lujosos y grandes mejor [¿Qué puede salir mal con barcos gigantes surcando los mares? ¿Qué tiene de malo abrir la playa al turismo con un tiburón blanco hambriento por ahí? ¿Por qué no clonar un tiranosauros rex? Hollywood debe mucho a los optimistas].

En 1907, la Cunard Line estrenaba los barcos más grandes jamás construidos: el Lusitania y el Mauretania. Y mantuvieron ese galardón  honorífico hasta que cuatro años más tarde la White Star Line empujó hasta el agua al Olympic y a su gemelo Titanic.

Pero centrémonos en nuestro secundario, el Lusitania, y en su final. 1915, el Titanic y Jack reposaban desde hace un tiempo en el fondo del mar pero en Europa, ajenos a esa bonita historia de amor, estamos en guerra.  La Gran Guerra. El sistema de alianzas para preservar la paz no funcionó exactamente bien y el conflicto era generalizado. Todos peleaban. Los submarinos alemanes (recién inventados como máquinas de guerra) dominaban los mares y habían amenazado a todo trozo de metal que se moviera por sus dominios.

El 7 de mayo de 2015, un submarino alemán modelo U-20 torpedeó al Lusitania con tal ferocidad que el barco se hundió en tan sólo 18 minutos y provocó la muerte de 1198 personas de las 1959 que viajaban a bordo.

La consecuencia principal, mucho se ha hablado de ello, es que el hecho causó tal conmoción global [los periódicos se pusieron en plan haters] que la opinión pública mundial se puso en contra de Alemania y fue otro factor más para que los Estados Unidos (en el naufragio murieron 234 hijos de Sam) se mojaran [perdón] en el conflicto.

Y hay lío. Moviola que incluso dura un siglo después de su hundimiento. Muchos dicen que el gobierno británico no hizo caso de las amenazas alemanas porque pensaron que no se iban a atrever con un barco de pasajeros, aunque también transportaba municiones y armamento, lo que lo convertía en un objetivo bélico [políticos de todas las épocas jugando con las vidas ajenas]. Y si los alemanes se atrevían a hundirlo, y aquí viene la polémica, quizá no les venía tan mal ya que obligaría a Estados Unidos a intervenir en el conflicto. El ABC de las conspiraciones… [Aquí hay una impagable tertulia para Cuarto Milenio].

Hay que decir que estos barcos fueron diseñados para reciclarse en tiempos de guerra. Pero a la hora de la verdad, cuando llegó el momento de las armas, resultaron poco viables por su alto consumo de combustible. Aún así, el Mauretania sí que sirvió durante el conflicto trasladando tropas.

La historia de estos barcos me hipnotiza. Eran como grandes ciudades, naves nodrizas de tiempos futuros surcando los mapas de dos dimensiones. En vez de viajar a una colonia interestelar, viajaban a América con un montón de sueños en la cabeza y con el nudo en la garganta de estar cortando los lazos con la tierra de sus antepasados. Era irse para no volver. Nunca. Eso lo pobres, claro. Lo ricos lo tomaban casi como un crucero de placer.

Pero hablemos de nuestro destacado de hoy. VICENTE EGAÑA el único representante español en el Lusitania. Y hay que decir que según las crónicas del momento dejó la Marca España en buen lugar [casi a la par con el creador del Pocoyó].  Lo primero que hay que decir que era vasco, de Bilbao. Eso seguro que no lo tuvo en cuenta el comandante del submarino alemán. ¿Y qué hacía allí perdido?

Vicente Egaña nació en el barrio de Olabeaga, en la calle San Nicolás en concreto

Vicente Egaña nació en el barrio de Olabeaga, en la calle San Nicolás en concreto. Se le dieron bien los estudios y decidió especializarse en actividades comerciales. Con 16 años viajo a México donde ya trabajaban sus dos hermanos Ricardo y Ramón. Vicente era todavía más espabilado y destacó como comisionista y representante, y pronto en promotor de cerillas. Como suena. Promotor de la Compañía Cerillera de Puebla. Dice la fuente consultada, la revista historiográfica Euskal Herria, que le gustaba la pelota y las artes escénicas. Un buen ejemplar de vasco, vamos.

Y también lo fue en el hundimiento. En los 18 minutos que tardó el Lusitania en hundirse, Vicente Egaña, según la prensa anglosajona, salvó a varias mujeres antes de caer al agua y ser rescatado horas después. El rotativo The New York Times, antes de dedicarle páginas a la tomatina y a los encierros de Pamplona, publicó esto en la página 3 del lunes 10 de mayo de 1915: «Vicente Egana [lo de la Ñ no viene sólo de la época de los ordenadores], a young Spaniard who save many women before he too went down with the ship and was in the water several hours before being rescued». Vamos, que podría ser un héroe de película. [Lo podría interpretar Iñaki Perurena].

Y para acabar, y ya que estamos citando, no me resisto a deletrear este pasaje completo que habla sobre la aventura de Vicente Egaña  en la Revista Bascongada [hay que leerlo con voz del NODO]:

«Extendió por el mundo el nombre heroico de este denodado vasco, que en el trance amargo del naufragio, se olvidó hasta de su propia existencia para lanzarse al socorro de sus semejantes, en especial de señoras y niños amenazadas de ser víctimas del proceloso elemento. Cuando el submarino alemán torpedeó el hermoso trasatlántico, orgullo de la arquitectura naval británica, y al iniciarse el rápido e inmediato hundimiento, ante el terror y pánico de los cientos de pasajeros sorprendidos por la inminente catástrofe, destacóse serena, resuelta y altruista la figura simpática del héroe vizcaino. Coadyuvó al buen orden del salvamento, arrancando de la segura muerte a gran número de señoras y niños, y cuando llegado el momento final ocupaba el único asiento disponible en el último bote de salvamento, aun tuvo el generoso arranque de ceder su puesto a una señora, lanzándose al agua sin más protección que la divina Providencia, que no permitió se hundiera en el fondo de los mares la abnegada existencia del salvador de tantas ajenas vidas. Toda la prensa mundial ha tratado con la extensión debida del heroico comportamiento de este insigne paisano nuestro, y en todas las lenguas conocidas se ha dedicado el debido homenaje de admiración y reconocimiento a su abnegada conducta. Este héroe hoy glorificado es un vasco, es un vizcaino, hijo de Bilbao, nacido en el barrio ribereño de Olaveaga, de la invicta capital de Vizcaya». Todos conmigo:  ¡¡¡Athleeeeeeeeeeeetic!!!

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