Lituania ha derrotado este viernes a Serbia y se enfrentará a España en la final del domingo (19h). De todas las medallas conseguidas por las selecciones de baloncesto surgidas tras la caída de la Unión Soviética, ninguna supo tan bien como la del ‘Dream Team’ lituano en Barcelona 92.

Después vino Barcelona 92, pero ahí ya había cambiado todo. En el Olímpico de Montjuïc los deportistas alemanes volvían a compartir bandera; Nelson Mandela, encarcelado hasta dos años antes, veía desfilar a Sudáfrica y se preparaba ya para ser elegido presidente de forma democrática; lo que quedaba de la URSS competía con el curioso nombre de “Equipo Unificado” cuando la desintegración ya era patente y, por supuesto, los estudiantes tenían que memorizar las capitales de algunos nuevos países.

La FIBA tardó en reaccionar a los cambios en el mapa político de Europa. No lo hizo hasta bien entrado el siglo XXI. En menos de una década, el Eurobasket ha pasado de los 16 participantes de 2005 a los 24 actuales, introducidos en 2011. Pese a su desmembramiento, Yugoslavia siguió dominando en los noventa, primero con su denominación original y luego ya como Serbia-Montenegro y Serbia. Ganó los Mundiales de 1998 y 2002, además de los Europeos de 1991, 1995, 1997 y 2001.

A los antiguos soviéticos no les ha ido tan bien. Rusia ganó el Eurobasket 2007 y Lituania el de 2003. Sin embargo, para ésta hay otra medalla que tiene más valor: el bronce de Barcelona 92. A los jugadores que lo consiguieron les llenó más incluso que el oro de Seúl 88: «Aquella medalla fue de oro, pero esta de bronce la llevamos en el alma», cuenta Sarunas Marciulionis en el documental ‘El otro Dream Team’, dirigido por Marius Markevicius en 2012, justo 20 años después de la gesta.

Lituania tuvo una aportación esencial en el oro soviético de Seúl 88. Aunque era una república diminuta, con tres millones de habitantes dentro de un estado con más de 200, cuatro de los cinco titulares de aquella selección eran lituanos: Homicius, Marciulionis, Kurtinaitis y Sabonis. Completaban el equipo tres ucranianos (Volkov, Belostenny, Goborov), tres rusos (Pankrashkin, Tikhonenko, Tarakánov), un estonio (Sokk) y un letón (Miglinieks). Los jugadores debían rellenar un test de personalidad para confirmar su solidez moral y lealtad a la patria. Sabonis recuerda en la película que un seleccionador, cuyo nombre no cita, les llevó a la tumba de Lenin para motivarles antes de un torneo: «Entren, miren y salgan. Luego, a jugar». Había que tener cuidado de no reírse -la KGB tenía ojos en todas partes- pero Sabonis está convencido de que todos lo hicieron para dentro. Desde luego, él lo hizo. 

De rusos a lituanos

En la liga soviética, los duelos entre el CSKA de Moscú y el Zalgiris Kaunas tenían para ambos una dimensión política. Para los lituanos, cuyo país fue anexionado a la URSS en plena II Guerra Mundial (1940), los motivos eran obvios. En el otro lado, Aleksandr Volkov cuenta que antes de cada partido les recordaban que aquello era un asunto de estado: el club del Ejército Rojo no podía permitirse perder con el Zalgiris, que toma su nombre de los antiguos caballeros lituanos. El CSKA había ganado las nueve ligas anteriores, y 15 de las últimas 16, pero durante tres años, de 1985 a 1987, el campeón fue el pequeño Zalgiris.

Lituania fue reconocida como estado independiente tras el fallido golpe de estado en la URSS, en 1991. Aquel verano ya se echó de menos a la selección soviética en el Eurobasket de Roma. Lituania acudió al Preolímpico y se clasificó para Barcelona 92, «Nadie pensaba que todo podía ir tan rápido», reconoce Sabonis. El destino les iba a deparar una cita para la historia: tras perder contra Jordan, Magic, Bird y compañía en semifinales, ‘el otro Dream Team’ disputó el partido por el tercer y cuarto puesto, nada menos que contra el Equipo Unificado.

A Volkov, que había cambiado el CSKA por Atlanta Hawks, le tocó de nuevo estar enfrente. Y reconoce que Lituania se mereció llevarse el bronce en aquel partido, igualado hasta el final: «No habría sido correcto. Históricamente ellos lo merecían más». En varios sentidos, aquella otra ‘final’ de Barcelona 92 sirvió para saldar varias deudas. Como festejó Homicius: «Ya no teníamos que explicar a la gente que éramos lituanos. Ya nadie nos llamaba rusos».

 

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