El pueblo dominicano habló, y lo hizo con contundencia. El presidente Luis Abinader, candidato del Partido Revolucionario Moderno a la reelección, venció en primera vuelta y tendrá otro mandato para culminar la obra que inició en 2020, la obra que ha llevado a República Dominicana a que sea tenida en cuenta en los grandes centros de decisión global.
Los resultados han sido incontestables: un 58,39% de los votos frente al 27,68% de Leonel Fernández (FP) y al 10,79% de Abel Martínez (PLD). Es decir, la suma de los candidatos de la alianza opositora Rescate RD se ha quedado a 20 puntos de Abinader.
En su discurso de victoria, el presidente fue claro: «El pueblo ha hablado con claridad: Los dominicanos quieren seguir profundizando el cambio. Lo demuestra el hecho que hemos obtenido un mejor resultado electoral respecto al de 2020, con más apoyo popular y más votos. Esta victoria electoral en mi caso es la última porque respetaré los límites de la Constitución, en los términos de la reelección… no volveré a ser candidato, es mi palabra, es mi compromiso y será parte de mi legado a la República Dominicana».
El mes de agosto de 2020 se produjo en República Dominicana, un acontecimiento que iba más allá de la toma de posesión de un nuevo jefe de Estado. Aquel día en que Luis Abinader se convirtió en el nuevo presidente del país se inició una revolución gubernamental. Estos cuatro años de gobierno están marcados por un nuevo modelo de gobernanza en el que se juntan factores: la ética, la conciencia, la eficacia, el consenso con el trabajo y la sensibilidad del presidente, sin lugar a dudas, igualmente también al consenso en la lucha contra la corrupción, la modernización absoluta de las estructuras de República Dominicana y, sobre todo, un gobernante que tiene marcado el bienestar del pueblo como primer objetivo.
Abinader se puso unas metas muy elevadas que sabía, desde un principio, que no se podrían llevar a efecto sin aplicar elementos de la ética humanista que los tiempos actuales han dejado de lado para priorizar la fría eficacia de los números. El balance de un gobierno no puede ser jamás la presentación de resultados, como si de una gran empresa se tratase, porque éstas suelen esconder en sus beneficios el dolor de la reducción de costes a costa de la destrucción del bienestar, de la justicia social.
El balance de un gobierno debe estar marcado por los niveles de prosperidad y de felicidad recibidos por el pueblo gracias a una gestión que se separa totalmente de las “modas neoliberales”.
Muchas de las cosas que ha hecho Luis Abinader en su nuevo estilo de gobernar durante la primera mitad de su primer mandato, elementos impensables antes de las elecciones, sobre todo, después de que el actual jefe del Estado dominicano se tuviera que enfrentar a las consecuencias más duras de una pandemia mundial, de una guerra en Europa, de una guerra entre Israel y Palestina, de forma desigual e injusta y de una crisis, como consecuencia, energética de alcance internacional. Todos estos elementos no le hicieron caer en la complacencia o la resignación.
Lo fácil hubiera sido apechar con lo que llegaba del exterior, esperar a que pasara el temporal, que otros solucionen, desde los centros de poder mundial, los problemas que afectan al pueblo dominicano y culpar así a los demás de la inacción.
Abinader no ha hecho eso, sino que se ha arremangado desde el primer día de su mandato y buscó soluciones, tanto a lo que llegaba como a lo que otros dejaron como legado venenoso. Su conocimiento de cómo funciona el mundo, por su experiencia profesional empresarial, fue clave. En este caso, su espíritu inconformista ante la injusticia y el sentido del deber ante su pueblo han hecho que República Dominicana, por primera vez en décadas, sea vista por las grandes potencias como ejemplo de gobernanza y que su labor económica sea tenida en cuenta por los organismos que controlan el ciclo económico mundial.
De todo esto habla hoy el pueblo dominicano. De todos estos hechos han dado cuenta en las urnas, hacer casas para los dominicanos y dominicanas del interior y de ultramar, pero también de lo que aún está por hacer, de lo que queda por cumplir del compromiso programático de Luis Abinader, un compromiso que ahora mismo está en la fase REM y que, a buen seguro, desde el 2024 a 2028 se dará el despertar en el que el pueblo por sí solo se dará cuenta de lo que es gobernar para la ciudadanía.
Los sueños, a veces, se cumplen, pero, en política, esos sueños solo se transformarán en realidad desde el trabajo constante, desde la coherencia y la ética y de ahí saldrá, indefectiblemente, la eficacia que beneficia a la nación dominicana en general.
Todos y todas unidos jamás serán vencidos por el odio y la corrupción que conlleva el populismo radical.