El Estado español pidió al mercado 239.535 millones de euros en 2014. Buena parte de esa cantidad se destinó a pagar los vencimientos de deuda pasada con deuda nueva a plazos más largos, una estrategia que se repite este año con la esperanza de que, en el futuro, el repunte de la economía y la inflación ayuden a arreglar el problema.

España tiene una inmensa bola de deuda que no para de crecer. Los ingresos del país no dan para cubrir los gastos, el Estado no hace sino asumir deudas acumuladas de autonomías y ayuntamientos después de haberse zampado el rescate a la banca y así, por mucho que la prima se coloque en mínimos, no hay modo de conseguir mermar el saldo. Por eso cada año, cuando vienen los que le prestan dinero a este país a recuperar la deuda que ha vencido, lo que se hace es darle una buena patada hacia adelante, mandarla al futuro con la esperanza de que llegue el día en que se den las condiciones para que mengüe. A saber: que crezca la economía de forma sostenida y que aumente la inflación.

Mientras esa situación ideal llega, no hay más remedio que tirar de refinanciación. Es decir, de la petición constante de dinero al mercado para pagar lo que reclaman quienes nos prestaron en el pasado, una práctica con regusto a estafa piramidal pero sin mucha alternativa en los tiempos que corren en los que, como dice Javier Flores, director del Servicio de Estudios de Asinver, «estamos viendo niveles de crecimiento de la deuda que antes solo se daban en países que habían pasado por una guerra».

A cierre del pasado ejercicio, según la memoria del Mercado de Deuda que hizo pública ayer el Banco de España, el Estado español (sin contar ayuntamientos, CCAA y otros organismos) tenía un saldo vivo de deuda en circulación de 764.374 millones de euros, un 8,1% más que un año antes. La deuda, que si se toma el total de las administraciones públicas ronda el 100% del PIB, creció por varios motivos. Entre los principales, que los ingresos no dan para cubrir los gastos un año más (el déficit del conjunto de las Administraciones Públicas se situó en el 5,7% y el del Estado en el 3,54%) o la decisión de extinguir el Fondo de Pago a Proveedores, ese mecanismo que permitió a ayuntamientos y autonomías sacar las facturas sin pagar de los cajones y afrontarlas, incluso aunque no las tuvieran contabilizadas.

La mejora de las condiciones del mercado, fundamentalmente por las expectativas creadas desde el Banco Central Europeo (BCE) de empezar a regar de euros el Viejo Continente como ha empezado a hacer este año, permitieron revisar a mediados de 2014 la estrategia del Tesoro Público, que aceleró las amortizaciones previstas de deuda. Se devolvieron de forma anticipada 1.612 millones al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), se pagaron 2.579 millones del saldo asumido del Fondo de Pago a Proveedores, y se amortizaron 3.662 millones en bonos. En total, se amortizó deuda en 2014 por 8.282 millones de euros, cifra por encima de lo previsto. ¿Se redujo por eso el volumen global de endeudamiento? En absoluto. Es muy difícil beberse el mar. Fue necesario pedir más dinero al mercado de lo que se le devolvió, aunque por debajo de lo estimado inicialmente. En concreto se pasó de 65.000 millones de necesidad neta de financiación a 55.000 millones. 

Mayor dependencia del mercado

La petición total de dinero al mercado, ya fuera para cubrir el déficit, para refinanciar deuda o para amortizaciones, fue de 239.535 millones, según la Memoria, por encima de los 235.280 millones de euros de 2013. Esto no quiere decir otra cosa que, de momento y por mucho que la prima se sitúe durante meses en mínimos, nuestra dependencia de los mercados no solo es enorme sino creciente. 

Y no solo de los mercados, sino de los mercados externos. El 47,1% de la deuda del Estado español está en manos de inversores no residentes (seis puntos porcentuales más a finales de 2014 que un año antes). Los inversores extranjeros siguen por tanto siendo el grupo más importante en términos cuantitativos, seguidos de las entidades de crédito españolas con el 21,4%.

Pero mientras sigan interesados en financiar al Estado español y máxime a precios tan bajos como se han visto en los últimos meses, patada hacia adelante con la deuda que va venciendo. Cuanto más lejos, mejor. De hecho, el año pasado se experimentó, aunque fuese solo por 1.000 millones de euros, con pedir al mercado dinero con un plazo de devolución de 50 años, que para entonces, si no todos, la mitad calvos. Al margen de esta prueba, en general lo que se hizo fue emitir títulos que venciesen en los plazos más largos. Las emisiones de títulos a 10 años, por ejemplo, se incrementaron un 37,8%, situándose en 55.045 millones. 

A resultas de esta estrategia, la vida media de la cartera de deuda española se va alargando y a cierre de 2014 era ya de 6,17 años (con un aumento interanual de 3,4 meses). 

El presente año 2015 está ocurriendo tres cuartas de lo mismo. O más. ¿Por qué? En el año 2012, aquel terrible ejercicio en que se llegó a exigir una rentabilidad al bono español a diez años del 7% hasta que Draghi dijo que haría todo lo que fuese necesario, los mercados se fiaban tan poco de la resistencia a medio plazo del euro que hubo que concentrarse en emisiones de títulos con vencimiento a tres años. Es decir, vencen este año. Patada hacia adelante de nuevo con plazos más largos.

No es una mala noticia que, una vez alcanzado el volumen de deuda actual, se pueda ir refinanciando a plazos cada vez más largos. «Tenemos la suerte de tener a los profesionales del Tesoro que tenemos», comenta Flores. «Han conseguido alargar la vida media de la deuda y reducir el coste medio (aunque esto venga con un importante empujón del BCE) y gracias a eso la situación es manejable, no por ninguna decisión política». 

¿Qué puede hacer que los planes no salgan bien? «Que la anunciada recuperación no se produzca y no suba la inflación», comenta. Aún así el riesgo no es solo español. «Vamos de la mano todos los socios europeos en esto».

Una teoría sobre la deuda y los cambios políticos

Los niveles de deuda actuales, según Javier Flores, recuerdan a momentos históricos que propiciaron importantes cambios y que pueden tener «mucho más que ver con el surgimiento de fuerzas como Podemos que el deseo de regeneración democrática de la sociedad». 

«La historia está plagada de situaciones de crisis de deuda pública cuyo estallido a menudo ha acompañado o propiciado grandes acontecimientos históricos o políticos», comenta. Y pone como ejemplos «la Francia de 1788, en vísperas de la Revolución Francesa; Inglaterra en 1815, inmediatamente después de la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo; o EEUU en 1933, el peor momento de la Gran Depresión que siguió al crack de 1929».

Los grandes volúmenes de deuda actuales, con pagos que rondan en España los 30.000 millones de euros en intereses cada año, drenan recursos que podrían destinarse a otros fines y eso, a medio y largo plazo, acaba influyendo en la sociedad, asegura Javier Flores. Es la deuda la que provoca cambios en la sociedad, aunque la reacción sea dirigirse contra los políticos, a los que antes se toleraban comportamientos similares, sostiene.

«La deuda puede tener mucho más que ver con el surgimiento de fuerzas como Podemos que el deseo de regeneración democrática de la sociedad». 

«Frente a la creencia general de que la crisis económica e institucional francesa de finales del XVIII, que facilitó del desmoronamiento gubernamental, y con ello la Revolución, se debió a las excentricidades y el despilfarro de Versalles, lo cierto es que si se analiza de qué modo el país gastaba un 20% más de lo que ingresaba, los gastos de la Corte representaban una fracción muy pequeña del presupuesto total, aproximadamente el 6%, mientras que el coste de la deuda existente (generada por el coste de la guerra contra Inglaterra y la guerra de independencia americana) absorbía más del 50% del presupuesto».

Comparando con el presente, añade que «también ahora tendemos a señalar los gastos suntuarios de políticos y sus privilegios como el principal problema, pero los iPad de los Diputados, sus chóferes o los vuelos en clase business son una parte muy pequeña del gasto total». Tampoco las tarjetas black provocaron las decenas de miles de millones del rescate bancario, podría añadirse, aunque sean una magnifica punta del iceberg del descontrol que vivió el sistema financiero en la época de la burbuja. 

Hubo un tiempo en que Europa pareció creer en que contener la deuda era una buena idea, o al menos eso pareció dar a entender limitándola dentro de los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht. Aquello quedó pronto en papel mojado. «Como consecuencia de la crisis financiera de 2007 y su posterior desarrollo, los gobiernos han venido salvaguardando del colapso a su sector financiero mediante la inyección de grandes cantidades de dinero público, cuyo resultado es la actual situación de excesiva deuda entre los países desarrollados, que por primera vez no tiene precedentes históricos en tiempos de paz, y amenaza a algunos de ellos incluso con el riesgo de llevarles a la insolvencia«, comenta Flores.

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