El viernes 13 de noviembre un pequeño grupo de jóvenes musulmanes, yihadistas y suicidas, se llevó por delante en París la vida de casi doscientos ciudadanos, entre muertos y heridos. La respuesta, en forma de dolor y de duelo, fue masiva. Jesús Ferrero ha echado mano de su particular TMT (Teoría del Manejo del Terror) , que postula que las mentes rígidas, cerradas y excluyentes están más obsesionadas con la muerte que las mentes abiertas y tolerantes. La misma teoría vincula el miedo a la muerte con el tribalismo, con el instinto grupal.

Los tribalismos son, probablemente, la causa principal de que no acabe de asentarse entre nosotros, los humanos, el sentido de la pertenencia a una sola raza.

El lugar donde se perpetró la mayor parte de la masacre fue la sala Bataclan, especializada últimamente en magníficos conciertos de rock, pero antes –así nos lo ha recordado también Jesús Ferrero- había sido la sala de baile más frecuentada por los jóvenes emigrantes españoles, allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado. Todos los emigrantes españoles hablaban entonces en París del Bataclan porque allí se reunían los sábados y domingos para bailar. En efecto, a eso de las siete, muchos jóvenes emigrantes de nuestro país acudían al Bataclan para ligar y enamorarse los fines de semana. Se trataba de fiestas tribales y divertidas, a las que sólo acudían españoles y algún portugués. En el Bataclan había mucho calor y color español. Calor humano (estaba siempre lleno hasta la bandera), calor de hogar y también calor erótico. Y en cuanto al color, allí abundaba el rojo, el color que se suele atribuir a las izquierdas.

Estoy seguro de que aquellos emigrantes, la mayor parte obreros industriales y chicas del servicio doméstico, no hubieran contestado a los asesinatos masivos del viernes 13 de noviembre con las melifluas palabras y la inacción que propone esa blanda y nueva izquierda española que hoy se dedica a sobrevolar una guerra que no hemos declarado nosotros, pero que es tan real como los muertos del viernes 13 en París. Por ejemplo, el “gran fichaje” de Podemos, el general Julio Rodríguez, escribió en El País del domingo 15 lo siguiente:

«No podemos vencer al terrorismo por vías exclusivamente militares».

Para más adelante insistir sobre la misma piedra filosofal:

«El autodenominado Estado Islámico es un problema real, pero su solución no puede ser únicamente militar […] Lo que sí podemos es comenzar a corregir el rumbo para dejar de alimentar al monstruo».

¿De qué rumbo habla este señor? ¿De no hacer nada y esconder la cabeza bajo el ala? A estas alturas, uno, que ya no se asombra de casi nada, no acaba de entender a esta izquierda zombi, que no se avergüenza de que su amigo Maduro maltrate a los presos políticos, pero se la coge con papel de fumar a la hora de combatir a una gavilla de asesinos abducidos por unas ideas religiosas con las que cubren su instinto criminal. Unos crímenes contra la Humanidad que no hay que combatir con paños calientes sino con las armas en la mano. Armas que permitan sacarlos de sus escondrijos en el Medio Oriente y llevarlos en cosa de días ante la –para ellos tan deseada- presencia de Alá. Llevarlos al paraíso junto a las huríes que tanto anhelan, y hacerlo rápida y masivamente. Es ésta la forma más eficaz para acabar con el adoctrinamiento sectario… y lo demás o es literatura o son buenas intenciones, de esas que, según se dice, está empedrado el infierno.

Estos atentados parisinos han dejado en cueros ideológicos y políticos al estúpido buenismo con el que se alimenta esta izquierda nueva, radical y blandengue que sólo traerá desastres a la cosa pública y a la sociedad toda.

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