Estamos asistiendo últimamente a un debate (interesante y también interesado, mucho) sobre la crisis de la prensa. Realmente hay una crisis de la prensa, algo que como consumidor muy habitual de contenidos periodísticos a mí me preocupa mucho en tanto en cuanto sigo con un concepto un tanto atrasado de ciertas cosas.

 

Me gusta que la prensa informe y deje la opinión para las columnas de opinión o para reportajes o entrevistas en los que la línea editorial del medio pueda encontrar un hueco (enhorabuena, por cierto, a David Page por su entrevista ayer a Juan José Hidalgo) , me gusta diferenciar la educación de la enseñanza, me gustan los cafés con leche templada y encuentro mucho más apasionante cualquier cómic de los años 60 o 70 que lo que se hace ahora, por no hablar de la música hasta los 90 del siglo pasado.

Por eso, llamadme antiguo si queréis, pero no entiendo ese giro que se está dando hacia el modelo Buzzfeed en muchos medios.

¿Que no sabéis qué es el método Buzzfeed? No os preocupéis, el tito Esteban os lo explica.

No es más que publicar contenido, mucho contenido, de carácter supuestamente humorístico (o no) basado en listas llenas de gifs y que busca una lectura rápida y ligera sobre temas banales o completamente inútiles que no tienen mayor trascendencia que ir saltando de uno a otro sin ton ni son. Algo que en España lleva haciendo Asco de Vida desde hace eones, por cierto. Cada equis tiempo hay algún contenido interesante y sesudo, pero que no suele llegar a la edición española porque todos sabemos que lo más importante es reírse. Porque en España somos muy de dedicar diez segundos a encontrar las tetas de la Interviú y no dedicar veinte minutos a leer los reportajes de investigación que hacen porque leer cosas sesudas nos provoca dolor de cabeza.

¿Y a ton de qué me quejo de esta buzzfeedización?

Por cosas muy sencillas. Hace unos días el ABC se nos lanzó en portada con el primer desfile presidido por la reina Letizia. Un acto que en un medio monárquico como es el ABC no tendría mayor trascendencia si no fuera por el detalle de que en portada se nos habla de su estilismo.

Esta portada, obviamente, es sólo una muestra. Los ejemplos los tenemos en que las noticias más leídas y compartidas son las que tienen que ver con la última liada parda en la tele, el descuido de una famosa o famoso o noticias curiosas de sucesos que acaban desembocando antes o después en una nada interesante recopilación de hechos curiosos.

El problema, obvio, es que con las noticias está pasando lo mismo que con la comida rápida: aporte calórico que nos permite coger marcha pero que a la larga resulta indigesto y perjudicial para nuestra salud. Es decir, al igual que con la comida rápida llenamos nuestro cuerpo de unas calorías inútiles, la buzzfeedización nos llena la cabeza de contenidos inútiles que luego nuestro cerebro recordará desechando otra información que sí puede ser útil, cosas como saber en qué calle hemos de girar si queremos llegar a nuestro destino sin usar un GPS, y volviéndonos más perezosos porque eso es demasiado largo y no se lee ni Magú.

Es el triste sino de España: tomar las cosas y adaptarlas haciendo perder su esencia al entorno pobre en el que nos movemos. Un entorno pobre en cerebros, un entorno pobre en sueldos y un entorno pobre en tiempo donde lo que mah mejoh últimamente es vanagloriarse de lo pobres que somos a nivel cultural.

La prensa tendrá que encontrar su camino, pero no pasa por la banalización de nada, sino por entender que su papel es cambiar ese entorno en el que se mueve tanta y tanta gente, haciendo ver a los políticos que muchas de sus decisiones son erróneas, mostrando a toda esa masa que vota cada cuatro años qué es lo que se ha hecho mal o bien independientemente de la línea editorial del medio en cuestión y, sobre todo, entender la tecnología (e Internet) no como un medio para cuadrar cuentas con CPCs o CPVs sino como un sitio en el que haya un público que haga que seguir informando merezca la pena.

Y, recordad, señores accionistas, directivos, inversores y demás calaña que sólo entendéis el contar de los billetes y el sentido del voto en las juntas o reuniones de equipos directivos: a corto plazo se perderá pasta, pero a largo plazo se ganará una ciudadanía más consciente y más crítica.

Igual no es tan malo pensar más allá de cuatro o cinco años si queremos recuperar las generaciones perdidas y que no se pierda ni una más.

 

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