Cuando era un niño de cinco años era muy normal que los adultos me preguntasen qué es lo que quería ser de mayor. Mientras todos los demás niños respondían profesiones chulas y relevantes, como bombero, astronauta, policía o futbolista, yo respondía “periodista”. No se crean que a mis cinco años me imbuía el espíritu de Woodward y Bernstein como una poderosa llama, no. La respuesta era mucho más prosaica, y yo se la suministraba a los adultos ante el inevitable, asombrado, horrorizado “¡¿POR QUÉ?!” que seguía a la declaración de mi vocación de plumilla. “Porque Clark Kent es periodista”, aclaraba yo, meneando la cabeza con desaprobación ante la torpeza de los adultos, que no eran capaz de ver una verdad tan cristalina y evidente.

Cuando me hice mayor y fui becario en las grandes empresas descubrí la verdad sobre el periodismo. Y nunca, hasta este mismo y preciso instante, había tenido la oportunidad de desfacer un entuerto, corregir una injusticia, castigar al malvado y defender al inocente, como hasta ahora.

Hoy puedo y debo romper una lanza por Jorge Fernández Díaz, nuestro ministro de interior en funciones, supernumerario del Opus Dei, ferviente católico y demócratadetodalavida.

Jorge Fernández Díaz (Valladolid, 1950), hijo del teniente coronel de caballería y subinspector jefe de la Guardia Urbana de Barcelona durante lo que los demócratasdetodalavida llaman “Qué Tiempo Tan Feliz”, es catalán de adopción, porque vivió en Barcelona desde los tres años de edad. Ha estado, por tanto, rodeado desde la cuna de sediciosos y conspiradores, de malcontents y comedores de butifarra, de paniaguados de senyera en el balcón y barretina a rosca.

Para los demócratasdetodalavida que han nacido en la versión mediterránea de Mordor, ese sentimiento de peligrosidad y amenaza no se pierde nunca. Usted, pobre lector ignorante, no puede comprenderlo. Usted es un simple hobbit que vive en su arcadia feliz de León, Madrid o Jaen, que no comprende a los dunedain como Jorge Fernández Díaz, los que han vivido siempre a la sombra de la Puerta Negra del independentismo.

Por eso, cuando los héroes de verdad sienten alzarse el poder de los orcos butifarreros más allá del Ebro, no pueden quedarse quietos, sea cual sea su posición. ¿Acaso creen ustedes que Jorge Fernández Díaz se encontraba cómodo usando su papel de ministro del Interior para conspirar contra Esquerra y Convergencia, hace año y medio? Por supuesto que no. Él sabía que poner los mecanismos del Gobierno en contra de los rivales políticos es una de las mayores traiciones que se le puede hacer al Estado de Derecho. ¿Le importó, acaso?

No, no y mil veces no.

Jorge Fernández Díaz es un héroe. Alguien que ha mirado al mal a los ojos y sabe lo cerca que estamos de la destrucción, la ruptura de España, la amargura y la pérdida del ColaCao [1].

Una nación se mide por la altura de sus héroes. Y Jorge Fernández Díaz estaba dispuesto a mancharse las manos por todos nosotros. Si alguien no comprende qué es lo que pretendía hacer, cómo pretendía salvarnos a todos del ascenso de los orcos butifarreros, ese alguien es un antiespañol y una mala persona. Por eso nuestro ministro, previa consulta con Marcelo, su angel de la guarda, descarta dimitir. Porque, como él mismo ha dicho esta mañana, “la conspiración es grabar y difundir una conversación a cuatro días de las elecciones. Quieren destruirme políticamente. Soy la víctima de todo esto”.

Claro que sí, ministro. Y gracias por tanto.


[1] Para el que suscribe, una tragedia superior a la pérdida de Ceuta y Melilla.

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