Érase una vez hace muchos, muchos años, un señor muy rojo, muy rojo , que nació en Orihuela del Tremedal. En un pueblo de Teruel de quinientos habitantes, ser el hijo del zapatero y de la maestra no te obligaba a ser rojo. Pero tener como profesor en el instituto a José Antonio Labordeta sin duda ayudó mucho.

El señor muy rojo, muy rojo colaboró en revistas y grupos artísticos de extrema izquierda y militó en organizaciones clandestinas durante el franquismo. Después se hizo del Partido Socialista de Aragón, pero los socialistas de Madrid no le dejaron presentarse a las autonómicas en Cataluña, a pesar de que iba de de cabeza de cartel.

El señor muy rojo, muy rojo no se desanimó y se presentó a las elecciones con el Partido Socialista Andaluz. No salió elegido, pero el señor muy rojo tampoco se desanimó y siguió intentando dar sus opiniones políticas, en este caso firmando un manifiesto en el que se defendía la igualdad de los derechos lingüísticos en Cataluña.

El señor muy rojo, muy rojo, fue secuestrado el 21 de mayo de 1981 por la banda terrorista Terra Lliure, llevado a un descampado en Esplugas de Llobregat y, tras increparle al grito de “lerrouxista que viene a traer la mierda a Catalunya”, le pegaron un tiro en la rodilla dejándole atado.

El crimen horrendo fue condenado por la totalidad de Instituciones. El señor muy rojo, muy rojo, no obstante, no pudo dejar de arremeter contra los que le habían insultado al considerar que habían creado el contexto para su atentado.

Al año siguiente, el señor muy rojo, muy rojo, que no quería –con razón— recibir más tiros en la rodilla, se fue a vivir a Madrid. La cercanía a las instituciones fue insuflando poco a poco derechismo en su corazón, hasta que el señor muy rojo, muy rojo se dio cuenta de que ahora era muy liberal, muy liberal.

O, con los datos en la mano, muy de ultraderecha, muy de ultraderecha. Pero dejémoslo en liberal, que no es cuestión de llevarle la contraria al buen señor. Porque no es ni una cosa ni la otra, y el avisado lector lo descubrirá en el siguiente párrafo.

A este cronista le contó una vez en los pasillos de Intereconomía un compañero universitario del hijo del señor antes muy rojo y ahora muy liberal una anécdota que define a la perfección al personaje. El hijo del señor antes muy rojo y ahora muy liberal se dirigió a él y le dijo “Papá, ¿por qué defiendes ideas en las que no crees?” Y su padre le respondió: “Hijo, si yo defendiera las ideas en las que creo, tú no llevarías un polo de marca ni irías a la universidad a la que vas”.

¿Entonces qué es?

Al señor antes muy rojo y ahora liberal hay que entenderlo dentro del negocio del espectáculo. Es un showman, al que la Democracia y el artículo 20 de la Constitución le permiten acusar a los de Podemos de “incitar al odio y a la violencia” y, tan solo una hora después, pedir a los miembros del PP que “abofeteen a Rajoy porque se lo merece”. Es un showman que condenó duramente a los que le habían pegado un tiro en la pierna y a todos los que habían creado las condiciones necesarias para que ese vil atentado inmerecido ocurriese, y hace solo unas horas soltó una frase como “Veo a Errejon, a la Bescansa, veo a la Rita Maestre y me sale el monte, no el agro, el monte, si llevo la lupara (escopeta), disparo. Menos mal que no la llevo”. 

No se equivoque el avisado lector. Él no ve incoherencia, porque es muy consciente de lo que es.

El señor antes muy rojo y ahora muy liberal es un producto apestoso de un sistema que no merece, en cuyas grietas vive y se alimenta como un parásito o una alimaña. No tiene otro objetivo que ser un juglar que actúa en la –afortunadamente- minúscula cochiquera de los restos del tardofranquismo, para un público ínfimo que le sigue con admirada devoción.

Nadie, absolutamente nadie dentro de la profesión, se toma en serio al señor antes muy rojo y ahora muy liberal, ni siquiera el señor antes muy rojo y ahora muy liberal. Por eso el señor antes muy rojo y ahora muy liberal hace chistes que incitan al odio y a la violencia sobre abofetear al presidente del gobierno en funciones –el zángano de la Moncloa, le llama— o sobre liquidar de un disparo a tres personas elegidas por el pueblo español para representarles. 

En la cabeza del señor antes muy rojo y ahora muy liberal, esto es risa. Si es por el show, piensa. Si es por que los fachiancianos echen unas risas antes del vermú, y recuerden los buenos viejos tiempos en los que estas cosas se arreglaban llevando a los melenudos a la tapia del cementerio.

Por suerte esta democracia, joven e imperfecta como es, es mucho más grande que él, que su espectáculo y que los cuatro ocupantes de la cochiquera tardofranquista. Por suerte todos los ciudadanos españoles podemos defender con orgullo y alegría la libertad del señor antes muy rojo y ahora muy liberal de seguir excretando por la boca, aunque el resultado sea odioso, nefando y perjudicial. 

Y no se equivoquen. El necio de hoy no es el señor antes muy rojo y ahora muy liberal, pues él es muy inteligente, aunque malvado. Los necios son los que crean que hay un ápice de verdad o de autenticidad en su espectáculo. 

Pero, por pocos que sean, no cabían en el titular.

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