Cayetana Álvarez de Toledo Peralta Ramos, marquesa de Casa Fuerte, no se tira pedos. Es algo inherente a las marquesas, ya lo saben. El colon de sangre azul no deja escapar ni un mililitro de aire fétido, pues no sería apropiado, ni acorde a derecho y a costumbres.

La señora marquesa es muy de costumbre española, a pesar de tener nacionalidad francesa y argentina -nunca son suficientes, si eres marquesa-. Por eso el otro día en la Cabalgata de Reshes (las marquesas de triple nacionalidad pronuncian Reshes, shegua y Cashetana cuando se han educado en la hiperpijaquetecagasosea Northlands School de Buenos Aires) la señora marquesa quedó horrorizada al ver el atuendo de sus majestades. Por tanto no dudó ni medio instante en hacer público su malestar, ficcionando una frase de su hija que es poco probable que jamás fuese pronunciada.


Tengo profundas dudas de cuál fue el motivo que impulsó a la señora marquesa a publicar este tuit. ¿Fue el horrendo outfit de los Reshes Magos, que más que Reshes parecían Teletubbies pasados de ácido? ¿Fue el tener que ver la Cabalgata a pie de plebe, soportando las flatulencias del vulgo, en lugar del palco VIP al que era invitada en tiempos de la alcaldesa no electa? ¿Años y años de microflora intestinal domesticada acabaron enviando en dirección contraria un único y estúpido pedo cerebral?

Quién sabe.

El caso es que, cual Arya Stark o Íñigo Montoya, la señora marquesa sacó su libretita negra y apuntó de forma pública el nombre de Manuela Carmena, mojando la pluma roja de la venganza en las azules venas abiertas de su antebrazo, proclamando un Valar Carmenis que resonó por calles y plazas hasta convertir su siciliano arrebato de venganza eterna en trending topic mundial.

El drama lo tenía todo. Nobleza, venganza, una chica guapa, una villana malvada, trajes de colores. Y el inconveniente añadido de que en el Partido Popular al que pertenece la señora marquesa son más propensos al olvido y al paso de página que al cincelado en mármol de la ofensa (a no ser que la ofensa tenga forma de cruz de 150 metros de alto). Lo cual propició decenas de ingeniosos comentarios y los inevitables miles de insultos de quienes no disciernen ni encuentran otra forma de desahogo que no sea el improperio.

La señora marquesa podría haber seguido el ejemplo de sus heroicos antepasados y haber envainado la espada con el filo seco. Podría haber retrocedido a sus cuarteles de invierno, haberse despedido al modo de esa otra nacionalidad que tiene, la francesa. En lugar de ello decidió esta mañana publicar en El Mundo un artículo en el que calificaba a Twitter como “vertedero, tumba de la inteligencia”, que es el equivalente maduro de lo que mi hijo de ocho años hacía hace tres: cuando iba perdiendo al parchís, pegaba una patada al tablero y decía que aquello era “una caca de juego”.

Cualquiera que haya leído a @CarlosLanga, @Verbolario o a @Cuerda1936 sospecha que Twitter no solo no es la tumba de la inteligencia, sino su último reducto. Están, por supuesto, equivocados. Todos. Puesto que la auténtica inteligencia se demuestra naciendo con sangre azul, yendo a los mejores colegios, volviéndose liberal y cobrando del flatulento vulgo 3.684 euros al mes por leer tres preguntas en cuatro años.

Aprendan, aprendan.

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