Agua. Hay agua. En Marte hay agua. Marte está a la vuelta de la esquina del Sistema Solar. Cuando no existía Gran Hermano los estudiosos de todas las civilizaciones miraban ya a ese puntito rojizo del cielo. Pero ha tenido que ser en 2015 cuando se ha confirmado. Allí hay agua.

Puede que al ser el vecino de al lado, y como ya tenemos por allí varios coches teledirigidos jugando al Scalextric, no hayamos dado tanta importancia a este pedrusco. Durante mucho tiempo se llevó los titulares de lo extraterrestre. Incluso el nombre de sus habitantes [si los tuviera] se ha generalizado para cualquier alienígena: los marcianos. Pero con el paso del tiempo y el descubrimiento de vecinos más grandes y lejanos le hemos dejado un poco apartado. Ahora, con una película y con el anuncio de la NASA [qué curiosa coincidencia, amigos] Marte vuelve a chupar cámara y por eso es nuestro secundario de hoy.

Marte es huérfano. Nadie lo descubrió. Ya estaba ahí cuando el hombre levantó la cabeza y señaló al cielo. No tiene padres pero fue bautizado por algún romano y luego heredado por todos los astrónomos desde entonces. El Dios de la Guerra. Huérfano sí, pero con un nombre molón. Habría sido el niño cool y malote en el colegio de planetas.

Como si fuera Truman Burbank en El Show de Truman, Marte fue observado por chinos, egipcios, babilonios, griegos, romanos… Y ocurrió mucho antes de que existiera el telescopio. Se inventó y el primero que puso su ojo en él para mirar a Marte fue Galileo Galilei, más conocido como el acaparador de todo lo interesante que ocurría en el siglo XVI y XVII.

Compartía interés por Marte con el neerlandés Christiaan Huygens que, como Galileo, se construía sus propios telescopios y llegó a ser un auténtico orfebre de cristales, lentes y trípodes. Huygens descubrió, entre otras muchas cosas, la Syrtis Mayor, que es la mancha negra más característica del planeta al estilo de la de la frente de Gorvachov.

Durante mucho tiempo ese descubrimiento hizo temer a un puñado de terrícolas que allí había una civilización y que estábamos en peligro. En 1802, el matemático Karl Gauss, el de la campana, sugirió que sería conveniente dibujar en la nieve siberiana algún tipo de mensaje para que lo leyeran los marcianos. Ya que nosotros mirábamos, ellos también nos mirarían. No le hicieron mucho caso. Menos mal. Habría sido un poco humillante para la humanidad.

Ojo. Porque llegamos a un momento interesante. En 1877 el astrónomo Giovanni Schiaparelli afirmó que había canales en Marte. Observó varias líneas que se entrecruzaban entre sí y dedujo que sólo podía deberse a una acción inteligente. Con el paso del tiempo los científicos le señalaron como Nelson a Bart Simspon [ha haa], pero no deja de ser curioso que lo que ha descubierto la NASA sea precisamente eso, flujos de agua estacionaria. Schiaparelli escribiría: “Ya lo dije yo”.

Cuando ya en el siglo XX empezamos a mandar sondas y robots a la superficie de Marte, el planeta rojo dejó de tener su gracia. Ahora mismo podemos ver con más claridad la superficie de Marte que una etapa con niebla de la vuelta ciclista. Pero no conocemos casi nada. Es como intentar explorar África y llevar dos maquinitas a Ceuta y Melilla [no hago chistes que me meto en un lío]. Queda mucho por saber de nuestro vecino rojo.

Y que no se me olvide. Marte tiene dos satélites. Dos pedruscos de unas cuantas decenas de kilómetros que dan vueltas a su alrededor. Fueron descubiertos en 1877 por el astrónomo Asaph Hall y se llaman Fobos y Deimos. Es decir: miedo y terror. Ya dije que Marte es el planeta más malote de todos. Y más molón.

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