Una de las primeras nociones que se inculca a los infelices que arrancan la carrera de Periodismo puede parecer obvia, pero es asombroso cómo la pasan por alto tantos consumidores de medios de comunicación (es decir, todo bicho viviente racional): la objetividad no existe.

Es un ideal que perseguir en cualquier información que se pretenda veraz, por supuesto, pero la subjetividad es prácticamente indisoluble de una información: escoger, filtrar, reinterpretar y reordenar datos es connatural al emisor, sea éste cual sea, así que ninguna información es objetiva. Los documentales “de autor”, mucho menos.

Making a murderer es fascinante por muchas cosas, y aunque su visionado, comentario y contraste de lo que me ha ofrecido en el mundo analógico y en el virtual me está provocando tantas alegrías como amarguras, cabreos y discusiones, lo cierto es que la experiencia está siendo enriquecedora: rara vez había visto un documental tan manipulador y, a la vez, de donde se pudieran corroborar tantas verdades.

Sin ánimo de espoilear, Making a murderer es esencialmente la historia de Steven Avery, un pobre desgraciado procedente de una familia de auténtica white trash que reside en Manitowoc, en la zona más deprimida de Wisconsin: es encarcelado injustamente por asalto sexual, y liberado después de 18 años, después de que una prueba de ADN demuestre su inocencia. Dos años después de su liberación, y convertido en la personificación de la mala prensa para las fuerzas del orden de Manitowoc, es acusado de asesinar a una mujer con la ayuda de su sobrino, un chico de inteligencia limitada.

El grueso del documental es el juicio, donde se ponen en duda los métodos de la policía, sospechosa de plantar pruebas falsas que incriminen a Avery, a lo que se suma una serie de irregularidades bastante graves en la obtención de confesiones, procesos en la investigación y demás. El resultado es una serie claramente escorada en un sentido muy definido, y que de hecho ha sido ampliamente criticada por ello, lo que no quita para que sea capaz también de ofrecer una visión escalofriante sobre un tema de gran interés: cómo el sistema se nutre de destrozar la presunción de inocencia de quienes no pueden defenderse.

Aunque lo realmente divertido de la serie viene después, cuando el espectador curioso comienza a indagar en un caso fascinante y sobre el que aquí no nos habían llegado noticias: más datos sobre el caso de Avery que el documental, para justificar sus tesis, ha esquivado, en algunos casos de forma muy maliciosa. Así, yendo más allá de estos diez episodios que ofrece Netflix y conociendo tanto lo que se nos ha contado como lo que se nos ha ocultado, se revela su auténtica naturaleza: el mejor documental no es el generador de información, sino el que ayuda al espectador a formarse una opinión.

ficha

Making a murderer
Netflix
2015

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