Han ido conquistando a la audiencia gradualmente. Su share se ha instalado en el 10% y subiendo. Parecía difícil con un programa divulgativo.

«Aquí la tierra» parecía un producto típico de una televisión pública donde la información del tiempo y sus consecuencias sufrían una saturación. Olía a programa para presumir de «eco-friendly», digno de horarios de destierro más que un programa-hamaca (o «lead in» que llaman los americanos) que sirviera de antesala a  la segunda edición del Telediario.

¿Cómo han conseguido su hueco? Además de la paciencia de los programadores, era una cuestión de fe. La necesidad de creer en una fórmula didáctica pero atractiva. La apuesta olía a peligro. En el momento en el que irrumpió ese espacio en la parrilla, las tardes de TVE simulaban una sucesión delirante del mismo género. Primero, el veterano programa «España Directo» donde los reporteros se centraban en colarse en fogones ajenos para comer o bien prestarse a aguantar el micrófono bajo inclemencias meteorológicas. Y después «Aquí la tierra», el espacio presentado por Jacob Petrus donde sus colaboradores parecían seguir la misma suerte: Engullir a muerte y que te pille el chaparrón. Una especie de Día de la Marmota televisivo.

Dentro de esas coordenadas, de ese género difuso, los del programa del científico de Manresa han conseguido reinventarse. El humor ha sido la clave fundamental. Resultan impagables las encuestas sobre el refranero (desde la LOGSE no ha vuelto a salir el sol en España, queda patente sin necesidad del estudio PISA y ritmos circadianos.. el jet lag de la población es el que es). 

Impagable el acercamiento al mundo rural mediante sus reportajes; una realidad desconocida, que no aparece en ningún espacio de televisión en prime time. Y con el plus de la ironía. La presentadora y actriz Marta Márquez es el contrapunto que consigue que sus reportajes puedan ser a la vez, una especie de cortometraje pop. Aparece vestida de lo más chic para deslumbrar a los hombres de campo y ofrecerse a trabajar en sus tierras. Mientras ellos le narran las tradiciones y sistemas de cultivos, ella los desespera con su escasa habilidad (fingida) para sacar adelante las cosas. El binomio urbanita pija- hombre de campo, unido al acento barcelonés de la reportera garantiza el punto de comedia que le da al programa otro aire. Vamos, como una especie de remake de película de Paco Martínez Soria con Teresa Gimpera.

Han tenido dos años para ir experimentando y dando con la fórmula. Para diferenciarse de su espacio antecesor y no convertirse en un espacio del tiempo anormalmente prolongado. Más aún cuando esa información está suficientemente detallada en la cadena con unas previsiones que rompen los timings habituales del formato.

Lo mejor es la sensación de naturalidad y la manera en la que fluye, tanto por la picardía veterana de Jacob como por la capacidad de generar temas de unos guionistas que están comprometidos. Amar el medio ambiente no es solo apadrinar manatíes o ponerse terco con la experimentación animal. Es transmitir el amor por la tierra y para eso, hay que conocerla. Y contagiar el entusiasmo con todas las armas disponibles. Menos ecologistas alarmistas y más humor. El mensaje llega y convence.

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