“Mi hijo es muy listo, es el mejor de su clase y aprende más rápido que cualquier niño de su edad. Estoy seguro de que es superdotado”. Si me hubieran dado un caramelo cada vez que he escuchado esta frase, en estos momentos tendría una dentadura postiza y mis niveles de glucosa en sangre estarían por encima de lo recomendable.

Por supuesto que es lógico pensar que nuestros hijos -o nietos- son los mejores, porque los vemos con una mirada parcial y analizamos todos y cada uno de sus gestos para intentar buscar en ellos cosas extraordinarias, pero cometemos un grave error cuando tratamos de querer convertirlos en algo que no son o cuando -por el contrario- les ponemos trabas para que no lleguen a desplegar todo su potencial por miedo a que sus compañeros los vean como “bichos raros”. Sin embargo, tan culpables son aquellos que no permiten desarrollar las habilidades de sus hijos o alumnado como quienes descartan a los estudiantes con mayores dificultades de aprendizaje.

En los últimos meses he estado trabajando, junto con un magnífico equipo de profesionales, en un proyecto dedicado a medir, comparar y fortalecer las diferentes inteligencias que posee cada individuo, teniendo como público objetivo de nuestro estudio a niños y niñas con edades comprendidas entre los 5 y los 8 años de edad. El marco de nuestra investigación nos ha permitido estar presentes en varias ferias educativas de prestigio y hemos podido probar nuestra herramienta en numerosas escuelas, por lo que hemos obtenido datos de cientos de estudiantes de toda clase y condición.

A lo largo de este tiempo han sido innumerables las cuestiones que me han llamado la atención, pero una de las más reseñables es el papel que juegan algunos padres en contra de la evolución de sus hijos. Una amplia mayoría de los mismos creen que sus descendientes están muy por encima de la media en aspectos intelectuales cuando, en la mayoría de las ocasiones y con datos objetivos en la mano, no pasan de ser niños o niñas cuyas dotes son similares a las de los demás. No obstante, esa distorsión de la realidad por parte de los adultos sitúa en sus vástagos una presión añadida con la que tendrán que convivir durante gran parte de su infancia y adolescencia.

Se buscan personas superdotadas

Si nos vamos a la definición clásica, se considera que una persona es superdotada cuando su cociente intelectual sobrepasa los 130 puntos y, según datos de la OMS, sólo el 2’3% de la población mundial está en condiciones de superar esa puntuación. Esto quiere decir que, si nos tomamos la licencia de extrapolar esos datos, en el mundo existirían alrededor de 170 millones de superdotados y en España tendríamos, según el último censo de población, en torno a 1.072.360 personas superdotadas.

Si tenemos en cuenta que en el curso 2012-2013 -últimos datos que he podido encontrar- se tenían localizados en España a un total de 12.490 superdotados, cabe preguntarse lo siguiente: ¿dónde está el millón y pico restante de superdotados?

Quizás sea muy difícil responder a esta pregunta, porque partimos de unos supuestos que no sabemos si son correctos o erróneos, pero lo que sí podemos argumentar es que ni hay tantas personas superdotadas como sostienen los “padres del mundo” ni tan pocas como las detectadas por nuestro sistema educativo.

Es posible que otro de los principales errores que cometemos al analizar la superdotación, sea que todavía no hemos llegado a un consenso claro sobre el concepto de “inteligencia”. En la mayoría de las ocasiones, vinculamos la inteligencia a la superdotación y esta, a su vez, al cociente intelectual. Sin embargo, las teorías modernas que estudian la inteligencia consideran que equiparar un alto cociente intelectual con una superdotación es un error de simplificación, ya que en una persona superdotada se tendrían que conjugar, además de una gran capacidad intelectual, altas dosis de creatividad y un alto grado de dedicación a las tareas. Es decir, se tienen que tener en cuenta aspectos cuantitativos y cualitativos.

Personalmente, la definición que más me convence en la actualidad para definir a un individuo superdotado es la del prestigioso investigador del Research Institute for Gifted Education, Joseph Renzulli: “un superdotado posee la combinación de elementos propios de un buen sistema de tratamiento de información, con una alta originalidad y pensamiento divergente, al tiempo que goza de la motivación suficiente como para garantizar la materialización de todo su potencial”.

Altas capacidades intelectuales

El hecho de que se haya popularizado en los últimos años el término altas capacidades intelectuales ha provocado que algunas personas piensen que los conceptos “superdotado” y “altas capacidades” son sinónimos, cuando en realidad no lo son. Una persona superdotada tiene altas capacidades, pero una persona con altas capacidades no necesariamente es superdotada.

El problema se ha originado porque las nuevas teorías y estudios que analizan la superdotación no se escudan únicamente en un valor absoluto (cociente intelectual), sino que consideran la inteligencia de las personas como algo relativo, por lo que tratan de medir los distintos talentos o inteligencias que atesora cada individuo comparándolos con los del resto. Esto quiere decir que una persona con un cociente intelectual por encima de los 130 puntos no tiene por qué ser superdotada si lo miramos desde una óptica actual. Por ese motivo, en los tiempos modernos debemos de ser capaces de distinguir entre los distintos tipos de altas capacidades intelectuales existentes, estas son: talento, superdotación y precocidad.

Podríamos definir el talento como la “especial capacidad intelectual o aptitud que tiene una persona para aprender o desarrollar con mucha habilidad una actividad”. Además un individuo puede no tener ningún talento o destacar en más de uno.

Para simplificar podríamos decir que un sujeto posee un talento simple cuando muestra habilidades excepcionales en alguno de los recursos cognitivos, lo que le permite ser especialmente competente en un determinado campo o temática (verbal, lógico, espacial, creativo); en caso de destacar en 2 campos diferentes (por ejemplo, verbal más matemático) estaríamos hablando de talentos múltiples y si un individuo destacase en 3 campos distintos entonces tendría talentos complejos.

En este nuevo paradigma la superdotación se alcanza únicamente cuando el individuo tiene todos sus talentos muy por encima de la media y se considera que esto ocurre cuando supera como mínimo al 75% de la población en todos y cada uno de esos talentos.

Además, estas nuevas teorías proponen que una persona no alcanza el estado de superdotación hasta que no llega a la edad adulta, alrededor de los 14 años, por lo que en la infancia, y pese a que un sujeto tenga condiciones para llegar a la superdotación, no se les puede considerar superdotados sino precoces. Esto sucede porque hay autores que sostienen que las altas capacidades pueden evolucionar o involucionar, dependiendo de factores externos y del entorno, por lo que no son estáticas y sí dinámicas.

Al hilo de esto, estoy seguro de que cualquiera que esté leyendo este artículo y haga un poco de memoria,  se acordará de algún compañero de clase del que pensaba que iba a llegar muy lejos en la vida pero que finalmente, ya fuera por su falta de ambición o de recursos, no consiguió llegar a su destino. E incluso, estrujándonos más los sesos, quizás también se nos venga a la mente una o varias personas que no parecían tener un gran potencial pero que, con gran esfuerzo y tesón, fueron capaces de cumplir sus sueños.

El potencial sin control no sirve de nada

Uno de los grandes problemas de nuestro sistema educativo es que los profesores no han sido preparados para identificar a aquellos estudiantes con altas capacidades intelectuales. No obstante, existe un segundo problema de enorme importancia y este no es otro que la falta de un plan adecuado para desarrollar esos talentos una vez que han sido detectados.

A nuestros ministros y consejeros de educación se les llena la boca hablando de la introducción en las escuelas de la “atención a la diversidad” o la “igualdad de oportunidades”, pero ambas son falacias que no por repetidas mil veces se han convertido en realidad.

Al final, al contrario que ocurría con la famosa frase del guionista David Simon -“que se joda el espectador medio”- en nuestro sistema educativo sólo nos preocupamos de los estudiantes medios, buscando una supuesta igualdad y no la equidad, sin dedicar el tiempo necesario a lo verdaderamente importante: entender los estilos de aprendizaje más adecuados para cada estudiante.

De nada sirve tener unas altas capacidades si nadie te ayuda a explotarlas y, al mismo tiempo, no podemos dejar de lado a aquellos estudiantes que tienen dificultades de aprendizaje. Nadie es mejor o peor por el simple hecho de tener una mayor capacidad intelectual y ésta se puede mejorar mediante el entrenamiento y una política acertada por parte de los orientadores escolares.

Yo estoy plenamente convencido de que todas las personas tenemos al menos un talento desarrollado, sólo que en muchas ocasiones no somos conscientes o, aun siéndolo, nadie nos ha ayudado a cuidarlo y desarrollarlo. Y este suceso lo podríamos considerar como una tragedia, ya que pocas cosas puede haber más gratificantes que poder ganarnos la vida en aquello que nos apasiona y que se nos da bien.

Países listos, países tontos

Analizando los países con un mayor cociente intelectual, me di de bruces con unos resultados que hablan a las claras de que vivimos en un mundo estratificado.

Según un estudio de Richard Lynn y Tatu Vanhanen, los países con mayor cociente intelectual son, por este orden, Singapur (108), Corea del Sur (106) y Japón (105). Por el contrario, las naciones con menor cociente son Guinea Ecuatorial (59), Santa Lucía (62) y en un triple empate se encuentran Mozambique, Gabón y Camerún (64).

Haciendo un análisis rápido y sesgado, podríamos decir que los países asiáticos son los más “listos” del mundo mientras que los países africanos son los más “tontos”. Sin embargo, si caemos en ese error estaríamos siendo cómplices de la manipulación de los test de inteligencia, ya que en estos se incluyen preguntas donde los factores sociales o culturales en ocasiones son muy importantes y estos pueden estar influenciados por el aprendizaje previo vía preparación escolar.

Por tanto, parece claro que es un tanto absurdo medir si un niño camerunés es más o menos inteligente que una niña japonesa, ya que sus entornos y contextos son radicalmente distintos. Sólo podría sustentarse una comparación si tuvieran unas condiciones ambientales similares y, en ese caso, la genética acabaría imponiéndose.

En consecuencia, queridos padres, no tratéis de convertir a vuestros hijos en aquellos que no son y no les obliguéis a cumplir vuestros sueños inacabados. Simplemente darles el mejor entorno posible y luchad por encontrar el mejor estilo de aprendizaje para sus capacidades.

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