Vivir en tiempos revueltos nos hace sentir arenas movedizas bajo nuestros pies, notar que estamos en zonas totalmente ajenas a nuestro control, con la fría sensación de vacío de quien perdió su zona de confort y busca desesperadamente respuestas. La sensación de vulnerabilidad cala profundo y afecta más allá quizás de lo conocido y reconocido.

Sin embargo, todo cambia cuando comienza una nueva mirada: más despejada, más sosegada, más libre. La mirada de quien entiende que hay una nueva hoja en blanco por escribir; que la zona de confort era aquella de la que nos aconsejaban y queríamos huir porque frenaba nuestra creatividad, y que la reflexión y la evolución deben ser agentes activos que provoquen cambios genuinos. La resiliencia ha tomado nuestro vocabulario y se hace paso cada día buscando no sólo ser capaces de afrontar la adversidad, sino avanzar aún con paso trémulo.

Son muchos los momentos de poca lucidez, de miedos y penumbras que nos hacen perder el horizonte, sintiéndonos huérfanos de guías. Es ahí donde la parada técnica es esencial; un stop que nos haga aprender dónde está el norte, ese norte que señalan las brújulas con la responsabilidad perpetua de guiarnos hacia el camino perfecto.

Es ahí precisamente donde las personas que gestionan personas deben integrar esa resiliencia a su propio vocabulario, en sus organizaciones, conscientes de que el mundo en el que vivimos no sólo reclama sino necesita un nuevo estilo de liderazgo: coherente, humanista, reflexionado, empático, con cabeza y fuertes dosis de corazón.

Personas a quienes les importan las personas, capaces de sacar lo mejor de los demás. Los máximos responsables de las organizaciones no pueden tardar más tiempo en emprender modelos de gestión basados en el happiness management, donde la felicidad de su capital humano sea sinónimo de bienestar corporativo, rentabilidad económica, prosperidad digital o eficiencia productiva. No es utopía ni “buenismo,” es posibilidad, o reto, o quizás desafío, pero no sólo sueño. Y se conseguirá con líderes que pongan el tren del desarrollo económico de sus empresas del hoy y del mañana en principios rectores diferentes al ego, al materialismo, al low cost o al consumo irracional. Bajo esta luz, las personas directivas del futuro podrán llevar a cabo un estilo de liderazgo que pivote alrededor de la búsqueda de la felicidad corporativa de sus empleados mediante el compromiso individual, la creencia en las potencialidades de los equipos, la satisfacción laboral o la comunicación afectiva. De este modo, las compañías conseguirán que sus trabajadores sean más eficientes, asertivos, empáticos; conseguirán esa implicación tan deseada como soñada.

Para poder acometer tal obra, se precisa de una arquitectura de personas que lleven a cabo la atractiva filosofía del happiness management en la era de la Industria 5.0. Un modelo de dirección estratégica destinado a incentivar el desempeño del puesto de trabajo de los individuos a través de los siguientes factores: creatividad, innovación tecnológica, emprendimiento interno, justicia organizacional y responsabilidad social. Esto ayudará a la alta dirección de las empresas a hacer frente, por un lado, a los nuevos retos que demanda el mercado globalizado; y, por otro, a vigorizar la lealtad, el trabajo en equipo, el aprendizaje organizacional, las interacciones sociales, el desempeño profesional, la comunicación afectiva o el liderazgo humanista y feliz.

No estamos en búsqueda de súper héroes y súper heroínas, dejémosles en los comics. Las empresas necesitan de personas a las que les importen las personas de manera genuina, avanzando con calma, pero con agilidad; recordando que ser lo que se quiere recibir es una máxima primaria y esencial, porque el liderazgo no está, no debe estar, reñido con bondad.

Cambio de escenario. cambio de foco. Es ahora tiempo de ayudar a los demás para que brillen con luz propia

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