Decía Bertolt Brecht que la Historia ama las paradojas . Y por lo vivido, la Historia está resultando ser una gran amante.

«Casada, amor incondicional. Donde tú vayas, yo iré«. Esta es la frase que escribió en su cuenta de Instagram Jennifer García, la única víctima con nacionalidad española de los atentados de Bruselas, al menos hasta el momento. Jennifer falleció en el aeropuerto de Zaventem. La mañana del pasado martes estaba en la terminal de salidas junto a su marido, Lars Waetzmann, para empezar su luna miel. Era un viaje aplazado desde su boda por compromisos profesionales.  Y por fin ahora , un año después podrían iniciarlo y embarcar rumbo a Nueva York. “Donde tu vayas, yo iré”. La profecía escrita en una red social, se cumplió. Ella murió, él continúa en estado de coma. Supongo que son estas paradojas las que ama la Historia.

La escritora Anne Rice suele decir que todos tenemos una historia dentro que espera para ser escrita. Las 31 víctimas mortales de los atentados de Bruselas   tenían una historia, empezada o por empezar,  pero en la mañana del martes esas historias quedaron inacabadas, rotas, interrumpidas por la barbarie. La vida está llena de pequeñas historias que hacen una grande y en cuanto falla una, falla todo. Es como un sistema de engranaje con cadena, en cuanto un eslabón falla, se resiente todo la historia.  Para el director de cine Jean Luc Godard “una historia debe tener un comienzo, un medio y un fin, aunque no necesariamente en ese orden”. El pasado martes cientos de historias cambiaron de rumbo, de dirección y de sentido. Algo falló, y la historia se precipitó.  

La historia de Adelma, una peruana de 36 años casada con un belga, madre de dos gemelas y que decidieron viajar a Nueva York para ver a su abuela. La del estudiante Léopold de 21 años que acababa de ganar el primer premio de un concurso de oratoria en la Universidad de derecho de Saint Louis y cuya madre ha decidido donar los órganos de su hijo asesinado en el metro “para que salven una vida o ayuden a alguien”. Las paradojas de Brecht. La historia de Elita que viajaba a los Estados Unidos para acudir al funeral de un familiar. La historia de Loubna, una madre de tres hijos y educadora en una comunidad musulmana. La historia de Bart que quería seguir escribiendo su historia junto a su novia y por eso iba a coger un avión para encontrarse con ella. La historia de Sascha , de Aleksander  y de todos los que llamaron a sus seres queridos para decirles que estaban bien, que las explosiones del aeropuerto no les habían pillado y que ya estaban en la estación de Maelbeek donde se disponían a coger el metro hasta que la conexión telefónica se cortó. La Historia ama las paradojas.

Sus historias inacabadas y truncadas siguen tejiendo las nuestras, la gran Historia, la que ama las paradojas. Solo hay algo que nunca cambia en cualquiera que sea la historia . Una pregunta que puso sobre la mesa el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, y que seguimos sin poder responder : “la historia responde simplemente a la pregunta: ¿por qué?” . Algunas veces, ni siquiera hay por qués.

Hace unas horas conocimos el rostro de Jennifer, su sonrisa y parte de su historia. Hemos visto su fotografía, sonriente, feliz, vestida de novia y cogiendo la mano de su marido. Y como la suya, la de muchas otras víctimas de los atentados de Bruselas . Prácticamente no hemos contemplado ninguna imagen de un cuerpo sin vida. De un tiempo a esta parte hemos aprendido el valor de una imagen. Mostrando las fotografías de las víctimas sonriendo, en el día de su boda, en un concierto con amigos, abrazados a su pareja o besando a sus hijos le cortamos las alas a la barbarie y evitamos que el dolor ajeno de oxígeno a los terroristas, lo que evitará que al menos puedan regocijarse con la imagen del mal y del sufrimiento causado. El escritor húngaro y Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel pensaba que “el que odia, odia a todos. El que mata, mata más que a sus víctimas”.  No solo querían acabar con cientos de vidas y truncar sus historias, sino acabar con el recuerdo de su existencia, de sus sueños, de su gente, borrarlo todo de la memoria y cambiar la imagen de su vida por otra de su muerte. La mejor venganza es una buena vida. No recuerdo dónde lo leí  o a quién se la escuché, pero encierra una gran verdad. Mostrar al mundo las imágenes de esas personas llenas de vida es la mejor venganza frente a quienes las han arrebatado y pensaban hacer júbilo con ello. Nosotros seguimos perdiendo, pero ellos no ganarán. Es una victoria que les ganamos. Y no es pequeña.

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