Estaban convencidos de que no necesitaban una vacuna. o de que ponerse una podría llegar a ser peligroso. Así que decidieron dejar las cosas como estaban y confiar en que todo saliese bien. ¿Quién se fía de los médicos?

El problema es que esa actitud displicente le sigue costando al PP mucho poder territorial y, si nada cambia, les afectará también de cara a las elecciones generales.

Recuerdo una comida, hace tiempo, con un alto cargo muy brillante del Partido Popular. Y digo brillante porque para decir que Mariano Rajoy es el mejor presidente que pudo tener España en tiempos de crisis sólo hace falta ser un pelota. Pero defender sus tesis con el tino, la lealtad bien entendida y la inteligencia con la que él lo hizo entonces, estuviera o no yo de acuerdo con él, no está al alcance de cualquiera. Diría que el único posible futuro del partido está en manos de gente como él de no ser porque fue apartado de su cargo. Al final, resultó que la lealtad iba sólo en una dirección.

El caso es que este alto cargo tenía una visión muy clara sobre Podemos. “Los vemos como la enfermedad, pero en realidad son una vacuna. Nos harán más fuertes porque nos empujarán a cambiar y ser, aún más, el partido que este país necesita”. Lo que no sospechaba mi interlocutor es que el Gobierno se negaría a aceptar la vacuna con la misma insistencia con la que los padres del niño de Olot ingresado por difteria renunciaron a proteger a su criatura por motivos incomprensibles y basados mucho más en el pensamiento mágico que en el sentido común.

Nadie entiende por qué el PP no se transforma para adaptarse a unos nuevos tiempos en los que los SMS de Bárcenas no sean más que un mal recuerdo, en los que nadie pueda decir que el presidente es un estafermo, en los que la corrupción sea cosa de otros, la única financiación tenga la letra A, los únicos regalos sean los de Navidad y las únicas puertas giratorias, las de los edificios.

Por supuesto, hay voces que ya claman porque la única posibilidad de regeneración consiste en apostar, como hizo el PSOE, por una cara nueva a la que no se le pueda echar nada en cara y que sea virgen de escándalos. O incluso quienes no verían mal absorber a Albert Rivera y hacer aquello que Rosa Díaz se negó a contemplar: crecer por la vía de las fusiones y adquisiciones.

En todo caso, con cada nueva imputación y después de cada escándalo, queda claro que el único motivo para rechazar la vacuna era que la enfermedad ya tenía raíces demasiado profundas. Se acabaron los tiempos de los remedios preventivos: ha llegado la hora de un cirujano con mano firme capaz de extirpar un cáncer con raíces profundas. Y el hombre que escribió las palabras inmortales “Luis, sé fuerte, mañana te llamaré”, no parece encajar en esa definición.

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