a explotación laboral se está convirtiendo en un fenómeno sistémico | Foto: FreePik

El gobierno de Pedro Sánchez, a través de una iniciativa de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, está negociando con la patronal y los dos sindicatos mayoritarios una reforma de reducción de la jornada máxima de trabajo, que pase de las 40 horas semanales a las 37,5.

Se trata de una medida que el gobierno pretende que, en teoría, pueda entrar en vigor el próximo 1 de enero de 2025 y que tendrá importantes beneficios para las clases medias y trabajadoras si se aplica bien y no se repiten los errores de gestión que han destruido totalmente la efectividad de otras iniciativas de carácter social del gobierno Sánchez.

La reducción de jornada máxima supondrá una mejora de la salud y el bienestar de los trabajadores, dado que se producirá una reducción del estrés, una mejora de la calidad del sueño y, sobre todo, un incremento de la calidad de vida.

Por otro lado, distintos estudios y experimentos realizados sobre el terreno han demostrado que la reducción de jornada incrementará la productividad de las empresas y fomentará la creación de empleo.

Sin embargo, este movimiento no se circunscribe sólo a España. Otras democracias occidentales también lo están proponiendo. A principios de este año, el senador Bernie Sanders presentó la Ley de Semana Laboral de Treinta y Dos Horas . Esta legislación tiene como objetivo reducir la semana laboral estadounidense de cuarenta horas a 32, distribuidas en cuatro días y sin reducción del salario.

Estas proposiciones de ley subrayan la necesidad de modernizar las políticas laborales para satisfacer adecuadamente las demandas de horarios de trabajo más flexibles y un equilibrio más saludable entre el trabajo y la vida personal. A medida que avanza la tecnología y evoluciona la naturaleza del trabajo, también debería hacerlo la cantidad de tiempo que los trabajadores pasan en sus centros de trabajo.

La realidad es que la semana laboral de cinco días y cuarenta horas se está convirtiendo cada vez más en una reliquia del siglo XX, inadecuada para sustentar el bienestar de los trabajadores de hoy. Recuperar un día laborable permite dedicar más tiempo a otros aspectos enriquecedores de la vida.

La semana laboral actual fue el resultado de una lucha de décadas librada por los sindicatos contra las jornadas agotadoras y las condiciones de trabajo inseguras. Impulsados ​​por la difícil situación de los trabajadores industriales que trabajaban 60 o incluso 70 horas a la semana, los defensores de los derechos laborales abogaron por la fórmula «ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar y ocho horas para lo que quieras».

La lucha de entonces no se trataba solamente de aumentar el tiempo libre, sino de asegurar una mayor porción del excedente que los trabajadores ayudaban a producir y que estaba siendo acaparado por una pequeña clase de individuos ricos.

Los sindicatos de diferentes países occidentales lograron alcanzar ese objetivo con el auge económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hoy se está produciendo una preocupante regresión caracterizada por un debilitamiento de los sindicatos, una caída de la participación del trabajo en el ingreso y una alarmante concentración de la riqueza en la cima, facilitada por las políticas neoliberales y la explotación masiva de la clase trabajadora.

Hoy en día, en países teóricamente civilizados, millones de trabajadores todavía soportan turnos largos de diez a doce horas. De hecho, una encuesta de Gallup de 2023 encontró que el 27 por ciento de los trabajadores trabaja más de 45 horas por semana y el 15 por ciento trabaja más de 60. Esta epidemia de exceso de trabajo se ve agravada por el aumento del malestar psicológico y una cultura de «siempre conectado» que destruye activamente un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida personal.

Un informe de la consultora Mercer descubrió que más del 80 por ciento de los empleados corren el riesgo de sufrir agotamiento debido a tensiones financieras, agotamiento y cargas de trabajo excesivas.

Una semana laboral más corta es la clave para fomentar una fuerza laboral más saludable, más comprometida y productiva. Un programa piloto de la organización sin fines de lucro 4 Day Week Global vio a casi 3.000 trabajadores en más de 60 empresas en el Reino Unido hacer la transición a una semana laboral de cuatro días y descubrió que el 71 por ciento de los participantes dijeron sentirse menos agotados.

Islandia llevó a cabo su propio ensayo y encontró mejoras similares en la satisfacción de vida entre sus empleados, y ahora casi el 90 por ciento de la fuerza laboral ha reducido las horas. El éxito de estos ensayos sugiere que no es necesario sacrificar la productividad para lograr un mayor equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Por ejemplo, el experimento de Microsoft Japón con una semana laboral de cuatro días resultó en un aumento del 40 por ciento en la productividad y una mayor eficiencia en centro de trabajo.

La exigencia de una semana laboral de cuatro días es fundamentalmente una cuestión de justicia económica. Si bien la productividad de los trabajadores ha crecido más del 60 por ciento desde los años 70 del siglo XX, los salarios sólo han aumentado alrededor del 15 por ciento, según un reciente análisis del Instituto de Política Económica. Una reducción de las horas de trabajo ayudará a abordar estas disparidades al permitir que más personas compartan los beneficios económicos de una mayor productividad.

La adopción de una semana laboral más corta también tiene beneficios climáticos. Un programa piloto que abarcó a 360.000 trabajadores en Valencia concluyó que los fines de semana largos se acompañaban de una reducción de las emisiones de CO2.

La semana laboral de cinco días fue en su día una reforma innovadora, pero hoy resulta anacrónica en un mundo en el que las exigencias del trabajo moderno están cada vez más desfasadas de las necesidades de los trabajadores. Al adoptar una semana laboral más corta, se podrá empezar a abordar los problemas acuciantes del agotamiento de los empleados, la satisfacción laboral y la desigualdad económica.

No se trata sólo de reconfigurar el horario laboral: se trata de realinear el trabajo con su propósito esencial de mejorar la vida, liberar tiempo para dedicarse a actividades creativas, estar con la familia y los amigos y luchar por un mundo más justo y equitativo.

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