El choque entre la derecha española y Nicolás Maduro perjudica a Venezuela

En el pasado, ya en tiempos de la Transición española, Venezuela dio lugar a dos prototípicos personajes de telenovela caribeña: Felipe y Carlos Andrés, marcados por una fraternal amistad. Nos estamos refiriendo, claro está, a Carlos Andrés Pérez, el presidente que sobreviviría a dos intentos de golpe de Estado de Hugo Chávez, y al expresidente español Felipe González, que unieron sus destinos políticos y personales y de paso los de ambos países. Eran los tiempos en que CAP, vicepresidente de la Internacional Socialista, quiso dar un empujón a sus amigos españoles aún en la clandestinidad. Era tan estrecha la relación que se dice que Pérez fue el verdadero padrino del líder del socialismo español. De hecho, ya muerto Franco, el dirigente venezolano puso a disposición de González su propio avión presidencial que llevaría a Isidoro en su vuelo de regreso a España. Desde entonces, las vidas de los dos protagonistas del culebrón siempre han ido paralelas, como diría Plutarco, plasmándose esa conexión afectiva en la política internacional coordinada entre Madrid y Caracas. Hubo importantes negocios bilaterales, relaciones comerciales, dinero que fluía profusamente de un lado a otro del charco. Incluso favores arriesgados, como cuando Venezuela aceptó acoger a un puñado de etarras a petición del propio Felipe, una vez fracasadas las conversaciones de Argel entre el Gobierno español y la banda terrorista (1989). Aquel trato se cerró con 3.000 millones de dólares concedidos por España al país hermano en concepto de “impulso al desarrollo”, aunque no faltaron voces que alertaron de que aquello no era más que el cheque de Moncloa en pago por haber acogido a los terroristas (y otras deudas pendientes).

Carlos Andrés Pérez fue presidente de Venezuela en dos mandatos, entre 1974 y 1979 (período conocido como “la Venezuela saudita” por la gran cantidad de negocios derivados del petróleo) y de 1989 a 1993 (otro tiempo oscuro marcado por las privatizaciones de empresas públicas como astilleros, cementeras, bancos, telefonía y líneas aéreas, así como escándalos de corrupción). En toda esa larga aventura, Felipe siempre estuvo al lado de su fiel amigo cada vez que Venezuela ardía por el malestar del pueblo y las asonadas militares. En febrero de 1989, el país reventó por enésima vez. Fue el “caracazo”, una serie de protestas ciudadanas contra las nefastas políticas del Gobierno que habían llevado a la ruina a las clases medias y bajas, entre ellas un incremento de la gasolina y del costo del transporte urbano. Pérez empleó al Ejército para tratar de contener la violencia y los saqueos. En su día, las cifras oficiales hablaron de 276 muertos y numerosos heridos, aunque la luctuosa lista seguramente fue más amplia (aún no se han aclarado turbios sucesos como el de las fosas comunes de La Peste, donde aparecieron 68 cuerpos sin identificar). Como tampoco se ha llegado a saber con exactitud el paradero de los más de 2.000 desaparecidos durante el “caracazo”. Hubiese estado bien que Pablo Motos, que acaba de llevar a Felipe González a su programa El Hormiguero, le hubiese preguntado por su amistad con Pérez y por aquel negro episodio de la historia de Venezuela, hasta ese momento el Estado más estable de América Latina.

Tras aquellos primeros vaivenes y tensiones políticas, el país se recuperó de la crisis gracias a la primera guerra del Golfo, cuando Venezuela logró aumentar su producción petrolífera, lo que llevó algo de alivio al pueblo y amainó la conflictividad social. Pero la calma fue solo un espejismo. Los desequilibrios eran tan fuertes que la situación desembocó en el golpe de Estado de 1992, cuando varios comandantes entre los que estaban Hugo Chávez se levantaron en armas contra el Gobierno democrático para instaurar un régimen de inspiración militar y marxista. Pérez logró escapar en automóvil y finalmente pudo sofocar la intentona. En aquellos días envió una afectuosa carta a su amigo socialista de España, en la que le agradeció sus palabras de apoyo y solidaridad en los momentos más difíciles. El dirigente latinoamericano mostró “la convicción democrática del pueblo venezolano” y le informó de que “sus Fuerzas Armadas permitieron derrotar la intentona golpista de un grupo civil y militar que pretendía derrocar el gobierno electo”.

Es cierto que, tras el “caracazo”, CAP se comprometió a frenar algunas de las medidas económicas que más daño estaban haciendo a los venezolanos, pero poco o nada cambió. De modo que tuvo que hacer frente a un segundo intento golpista en noviembre de ese mismo año. El levantamiento fue derrotado de nuevo, pero la imagen del presidente estaba ya por los suelos. En 1993, la Fiscalía le abrió causa por malversación de fondos públicos por el desvío de 250 millones de bolívares (17 millones de dólares de la época) a Nicaragua. Fue expulsado de Acción Democrática, el partido socialdemócrata venezolano, destituido de la Presidencia del Gobierno y condenado a 2 años y cuatro meses de arresto domiciliario. Seis años más tarde, la Corte Interamericana lo volvió a condenar por violaciones de los derechos humanos y ejecuciones extrajudiciales durante el “caracazo”.​ Podría decirse que aquello fue su GAL, tal como le ocurriría a su amigo español al otro lado del charco. En 1999, el teniente coronel paracaidista Hugo Chávez era elegido presidente de Venezuela con el 56,5 por ciento de los votos y la promesa de abrir un proceso constituyente que finalmente ha devenido en otra siniestra dictadura bananera. De una forma o de otra, el sueño de la revolución en tierras sudamericanas siempre acaba traicionado por quienes dicen defenderlo.

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