Los españoles nos pasamos la vida discutiendo sobre nuestra identidad. Y otra media envidiando el modo de hacer que tienen otros países. Según sobre qué ideología nos sustentemos, Estados Unidos es un referente. Su sentido del espectáculo, la manera en la que saben escenificar sus eventos y el espíritu de formar parte de un todo. El sorteo de Navidad de la Lotería tiene todos los ingredientes para ser un show made in Hollywood .

Ver amanecer en la Plaza de Oriente es una de las vivencias más impactantes que se pueden experimentar. Más aún, en compañía de casi 300 individuos que han pasado la noche al raso para vivir de cerca el día del Gordo. El famoso «hay gente pa’ to» se queda en anécdota cuando uno los conoce. Manuela, con casi 80 años se ha disfrazado de bombo. Un diseño singular y exclusivo, elaborado por sus hijas y con el que lleva soñando desde hace un año ser la it girl del evento. Ha pasado 22 horas en pie para ser la primera. En la cola de las almas resistentes se encuentran otros muchos personajes, la mayoría de una edad avanzada que contribuyen a que el ritual sea de lo más exótico. Los miembros del Teatro Real les sacaron una estufa y chocolate con porras. Y ellos no dejaron de animar, llegados de todos los puntos de España para convertirse en un reparto de lujo.

Creatividad como hay en los carnavales y espíritu de resistencia como existe en el ADN de los habitantes de la piel de toro.

Dentro de la sala, el decorado era magnífico. Los niños de San Ildefonso perpetuaban lo eterno. Y ni un guión de una superproducción auguraría que el gordo lo iban a cantar dos niñas, Lorena y Nicol. Una descendiente de rumanos y la otra de hispanos. Como en un cuento de Navidad.

El frenesí y el humor a lo largo de las tres horas y media del sorteo merecían pasar a ser una zarzuela. Ejemplo de personaje: La falsa agraciada que soñaba con verse rodeada de cámaras. Una lotera que aseguró que le había caído un premio. Pude escuchar como decía: «Soy como la Pantoja» para luego quedarse con cara de circunstancias cuando la prensa le pidió que mostrara el décimo. Igualita que la tonadillera, una estafadora.

Un alegre jubilado celebraba haber repartido un décimo a cada miembro de su familia y haberse embolsado el cuarto premio. 

A la anciana, Manuela, le dio un medio chungo. Con todo el arte comentó: «Que vengan los muchachos del Samur a hacerme el boca a boca».

Los sentí como si fueran parte de mi familia. Entre todos contribuyeron a un espectáculo memorable que arrancó el día antes, cuando los españolitos pudimos ver como las bolas eran contadas y los notarios levantaban acta. Y como luego sellaban las puertas del teatro hasta el día siguiente: La suerte esperando al día siguiente. Sin trampa ni cartón. Hacen bien muchos compatriotas en creer solo en la Lotería. Si todo en España fuera tan legal, transparente y exportable… seríamos la primera potencia mundial.

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