La imagen de la vergüenza. Ajena y propia. De ese bochorno que te invade cuando te das cuenta de que has perdido el sentido de la dignidad, y que te obliga a esconderte bajo tierra, desear una rápida mutación en géiser para salir expulsado de la realidad, a poder ser sin dilación. Un tierra trágame en toda regla , pero la tierra toma sus propias decisiones, reparte su particular justicia y te mantiene en el mismo lugar del que deseas huir para que soportes la humillación de verte convertido en lo peor de ti.

Cuando un periodista se convierte en noticia, es que algo no va bien y generalmente es porque las cosas se han hecho mal. La reportera húngara Petra Laszlo pasó de grabar lo que pasaba a convertirse en lo que realmente pasaba, cuando comenzó a repartir patadas entre los refugiados sirios que corrían escapando de la policía en el paso fronterizo entre Serbia y Hungría.

Y no contenta con ello, decidió poner la zancadilla a un hombre que llevaba a su hijo en brazos y cuya expresión, mientras intentaba incorporarse después de caer al suelo, expresaba perfectamente lo que sentíamos todos: no entendía tanta maldad arbitraria, tan absurda como inesperada. Y todo ello sin dejar de grabar, como tampoco lo hicieron otros periodistas que contemplaban la escena sin dar crédito a lo que veían. Corremos el riesgo de habituarnos a la normalización de lo dantesco , pero ésta vez no fue así. Lo vimos todos para vergüenza de Petra Laszlo. Incluso al policía que corría detrás de esta padre con su hijo en brazos le sorprendió el comportamiento de esta absurda reportera .

Petra ha pedido disculpas por su comportamiento. Eso sí, lo ha hecho cuatro días después de su lamentable acción. Se ve que lo ha pensado bien, no como cuando pateó a un grupo de refugiados, muchos de ellos niños. Se lo ha tomado con calma, seguramente para aliviar la ansiedad que asegura sentir. Explica que reaccionó así porque entró en pánico . Christian Nestell Bovee decía que “el pánico es un abandono repentino de nosotros, y va hacia el enemigo de nuestra imaginación”. Petra se abandonó, pero asegura que no es racista. No sé lo que es ser racista , nunca lo he experimentado, pero sé lo que es entrar en pánico, y aún entiendo menos su reacción. Para el escritor Daniel Handler hay dos tipos básicos de pánico: quedarse quieto y no pronunciar palabra, o ir de aquí para allí diciendo lo primero que te viene a la cabeza. De patadas y zancadillas a refugiados que huyen buscando una salida a su desesperación, no decía nada. Seguramente porque no figura. Como tampoco figura nada parecido al pánico en la actitud de la reportera. Solo hay que ver las imágenes y verla a ella. Lejos de mostrar miedo o terror, parece encantada repartiendo a diestro y siniestro. Menos mal que los refugiados, teniendo más motivo, no entraron en pánico como lo hizo ella y no se pusieron a dar patadas ni a poner zancadillas a los periodistas y a la policía. Es el miedo y la inquietud lo que engendra el pánico, y de eso podían tener más los refugiados y no la testigo de excepción, que es lo que somos los periodistas. No debemos meternos en la noticia porque nos convertiremos en ella. Y eso es el principio del fin del periodismo.

Lo cierto es que las disculpas de esta reportera han sonado raras. Pero ha pedido perdón, a su manera, eso sí, con su propio estilo como ya hemos visto. Ahora cada uno puede creérselo o no, pero tampoco veo necesario que haya que lapidarla. Bastante tiene, y además, ganado a pulso. Podemos abroncarla, afearla la actitud, avergonzarse de compartir profesión con ella , y más que profesión, oficio, porque eso es el periodismo. Hay que sentirlo, vivirlo, es pura piel, auténtico pulso, y si no se hace así, deja de ser periodismo y se convierte en una patada a la conciencia humana y una vergonzosa zancadilla que muda en bofetada a la sociedad.

«Siento sinceramente lo ocurrido. Estoy en estado de shock por lo que hice y por lo que están haciendo conmigo». Petra, hija, no están haciendo nada contigo. Vuelves a caer en el error. Si quieres pedir disculpas, hazlo pero entendiendo que tú no eres la víctima sino el brazo ejecutor, en este caso, la pierna. Como decía Séneca, “lo segundo, después de no errar, es vergüenza de haber errado”.

Dice que como madre lamenta mucho que el destino le haya llevado a esa situación. No ha sido el destino. Ha sido ella. Los refugiados podrían hablar de destino. Lo de ella es un desatino.

Existe la creencia, ciertamente certera, de que cuando uno no puede mejorar el silencio, lo mejor es callarse. O al menos, no entrar en demasiadas explicaciones. Eso le ha pasado a Petra, que no ha tenido su semana. A estas alturas ya habrá comprendido lo que decía el pintor surrealista belga, René Magritte: “lo que cuenta simplemente es ese momento de pánico, y no su explicación”.

Llevamos unos días en los que parecen sobrar las palabras, quizá porque no ganamos para imágenes. Y menos aún para protectores estomacales que nos permitan digerirlas. Todo parece haber entrado en pánico a nuestro alrededor. La próxima vez ya saben: Keep Calm. Don´t Panic.

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