Nos sentamos junto a Manuela Carmena en la segunda edición de los encuentros Los Garbanzos de Marilé , organizados por la comunicadora Marilé Zaera. La alcaldesa de Madrid se empeña en no comer y, mientras los plumillas llenan el buche, ella habla de los problemas de la ciudad con viveza. Nos habla de Madrid y sus retos, sí, pero también de su trayectoria personal.

Mientras habla de su relación con los medios de comunicación sale a la luz la figura de Begoña García-Diego, una periodista que la marcó de joven. Una mujer extraordinaria de puro normal. En el libro Mujeres, espacio y poder, publicado precisamente en 2006, el año de su fallecimiento, se habla bastante de su figura. En casi ningún otro sitio. 

«Poco o casi nada sabemos de esta autora madrileña que, en 1962, había comenzado una carrera prometedora en el mundo de la narrativa. Manuel Halcón resaltaba (..) que ya en 1957 había ganado con una novela corta titulada Bodas de Plata el premio Café Gijón; con posteridad fue finalista del premio Elisenda Montcada y premio Fiesta del libro por un artículo periodístico. Entre su bibliografía se encuentra el ensayo sobre la juventud titulado Los años locos, la obra en colaboración Papeles sobre los novios y el noviazgo y Del mar amor y otras calamidades, publicado en 1991.

Colaboradora de la revista Semana y de Blanco y Negro, fue jefa de redacción de la revista cubana Vanidades Continental y corresponsal de esta revista en Madrid, colaboradora de la mayoría de los periódicos y revistas españoles y enviada especial en Londres, París, Roma, Bruselas, etc.

Su influencia sobre la alcaldesa de Madrid ya la contaba la propia Carmena en las páginas de ABC:

 

Acabé el colegio y comencé el Preuniversitario en el año 1959. Todos los sábados llegaba a casa el Blanco y Negro, que se entregaba junto al ABC. Me lanzaba a buscar enseguida la sección dedicada a las mujeres, que se llamaba «Cuarto de estar». Era donde Begoña García Diego escribía aquellos deliciosos artículos. Los leía con avidez.

Sus artículos eran divertidos y sorprendentemente feministas, si nos situamos en el momento histórico. La dura dictadura franquista en la que, tras no haber permitido siquiera trabajar a las mujeres casadas, seguía exigiendo la firma del marido para todo y prohibía el acceso de la mujer a muchas profesiones. («Di que sí», de Begoña García: página 1 ypágina 2).

Yo veía con entusiasmo cómo alguien, por primera vez haciéndolo con gracia y desenfado, rompía una lanza por todas aquellas nuevas mujeres que queríamos ser diferentes. Que queríamos tener vida propia y que esta no podía ser incompatible con el matrimonio, algo que sin duda no considerábamos como objetivo ni excluyente, ni menos liberador. Ciertamente queríamos ser diferentes.

Carmena lamentaba, eso sí, no tener conocimiento de cómo se desarrolló la vida de la propia autora después de esa primera época. Esa en la que escribió cosas como:

«Los papeles se han cambiado desde hace unos años. Antes eran las muchachas las que se horrorizaban de separarse de sus padres, lloraban a cántaros mientras las vestían sus amigas y se azoraban muchísimo ante la idea de tener que quedarse a solas con el marido. Ahora van a casarse tan frescas, alegres y cantando, como debe ser. Todas viven más o menos separadas de su familia, han estado estudiando en Inglaterra, tienen un empleo, no se sienten desamparadas al separarse de las faldas de mamá. Se casan tan felices, tan divertidas sin azaro alguno, tan contentas».

Algo hemos descubierto. Se casó tarde, con un viudo que ya tenía hijos de un primer matrimonio, un aristócrata de Cáceres con el que a su vez tuvo dos hijos, y del que se divorció porque, en realidad, no tenía mucho que ver con él. Cuando su hermano, el creador y presidente de la Fundación Juanelo Turriano, José Antonio García-Diego, murió en 1994, su patronato la escogió como presidenta, cargo que ocupó hasta su fallecimiento. 

Dicha Fundación, creada en 1987 con una aportación de 74 millones de las antiguas pesetas (444.711,53 euros, sin ajustar inflación), y que a su vez fue la heredera universal de sus bienes, tiene como objeto el estudio histórico de la técnica y la ciencia, con especial énfasis en la historia de la ingeniería.

Toma su nombre de un científico procedente de Cremona, Giovanni Torriani (ca. 1500-1585), que vino a España al servicio de Carlos V y a quien se conoció con el nombre de Juanelo Turriano. Gran relojero y constructor de ingenios, es especialmente conocido por su contribución a la ingeniería mecánica e hidráulica: el llamado Artificio de Toledo o Artificio de Juanelo, ideado para dotar de agua a la ciudad imperial, llevándola desde el Tajo y superando un desnivel de 100 metros.

Francisco Vigueras, expresidente de la Fundación, retrata el carácter de quien fuese amiga íntima y compañera de viajes. «Fue una chica muy sencilla y muy simpática que tuvo una vida muy normal», afirma, para luego trasladar en su relato que, en realidad, y teniendo en cuenta de qué época se trataba, no era en absoluto una española al uso.

«Iba al Club Puerta de Hierro, viajaba muchísimo y era cultivadísima. Sabía mucho de pintura y literatura. Asistía a muchas conferencias y viajaba con mucha frecuencia a Nueva York, Suiza y Francia. Pero no se mezcló en política ni llamó la atención por nada en concreto. Era bastante hogareña, dentro de lo que cabe. Tuvo un círculo muy grande de amigos, mantuvo amistad con escritores como Juan Benet y nunca dejó de estar muy pendiente de la vida que la rodeaba. Donó parte de su fortuna a la Fundación y también a obras de caridad. Era caritativa pero en la versión moderna, no en la tradicional y religiosa. Estaba muy pegada a los problemas sociales y a la gente con dificultades económicas. Venía de una familia muy instruida, caballeritos de Azcoitia, y su fortuna era dinero viejo. Eran bisnietos de una hija del banquero Céspedes, el que citaba Galdós. Era muy europeísta. En 1958 viajó a la Selva Negra para encontrarse con la Gran Duquesa Anastasia y le hizo una entrevista muy divertida«.  

Una mujer inusual, desde luego. Una que, con su peculiar forma de ser y de escribir, inspiró a una jueza que después fue alcaldesa. 

Carmena termina de responder a las preguntas, la primera edil de la Villa y Corte recoge en un tupper la comida que ha dejado sin tocar, se hace algunas fotos, y abandona la reunión con la prensa acompañada de parte de su equipo. 

Hubo un día en que alguien le preguntó a la primera edil de Madrid si querría presentar su candidatura. Quizá dijo que sí porque se acordó de un antiguo artículo publicado en el semanal de ABC –el mismo diario que le acusó de no decir la verdad en primera— escrito por una mujer adinerada y muy moderna que le cambió la vida. Habrá a quien todo esto le resulte muy irónico.

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