En la disparatada partida de naipes en que se ha convertido la crisis griega, el propio ministro de Economía heleno, Yanis Varoufakis, dibujó en una entrevista concedida a El Mundo una línea clara sobre la arena. Lo dijo bien claro: tras el «no» veremos un acuerdo rápido con los acreedores, menos malo que el descartado en referéndum, y el mismo martes abrirán de nuevo los bancos. Si tiene razón, el órdago le habrá salido a cuenta. Pero si no es así y lo sucedido ayer nos lleva al temido Grexit, será justo afirmar que los griegos votaron engañados por su Gobierno.

Entre tanto debate, tanta propuesta, tanta reunión y tanto batiburrillo de opiniones, es un placer tener un referente tan claro. Si los acreedores firman ya mismo el acuerdo propuesto por Tsipras el pasado miércoles, mañana abren los bancos griegos y se normaliza la situación, el Gobierno griego habrá resuelto con acierto su dilema y habrá quedado frente a la galería como digno defensor de los intereses de los griegos pese a haber realizado importantes concesiones.  Si no es así, los dirigentes de Syriza son el tipo de inconscientes que muchos les acusan de ser. Por fin algo sencillo. 

¿El único problema? Nadie sabe qué va a pasar. Para tener razón, Varoufakis no sólo necesita que Alemania y Francia estén de buenas y dispuestas a perdonar que a la negociación de un rescate se le llame «terrorismo», sino que todas las partes deberán darse más prisa que nunca en llegar a un acuerdo. Ninguna negociación de estas características se ha zanjado nunca en un día. Si se consigue, sería razonable pensar que los acreedores ya estaban totalmente preparados para esta contingencia y para dar la victoria pírrica a los griegos tras el referéndum.

No dejo de preguntarme qué habría votado yo. Aunque la pregunta del referéndum venía a decir: «¿Tenemos que aprobar la propuesta presentada el pasado 25 de junio, que ya ni siquiera estaba encima de la mesa, teniendo en cuenta que Tsipras presentó otra diferente el 30 de junio?», Tsipras y Varoufakis la convirtieron en: «¿Queremos dignidad y mostrarnos unidos frente a unos acreedores que buscan un acuerdo insostenible?».

¿Cómo no votar por la dignidad frente a la indignidad? ¿Cómo no votar por el valor frente al miedo? 

Grecia estaba en el lance de grande. Varoufakis le hizo a sus conciudadanos una seña clara: «llevo en la mano una piara de cuatro cerdos y voy a ganar a grande sin discusión». Ellos aceptaron ayer el órdago democráticamente, convencidos de que seguirán en Europa y que esto se resolverá, después de tantos años, en un periquete. 

¿Pero y si mañana descubren no sólo que Varoufakis tenía pitos en la mano, sino que además no estaba jugando al mus sino a la ruleta rusa, con cinco balas en un tambor con espacio para seis?

Aunque es un flaco consuelo teniendo en cuenta lo angustiosos que han sido los últimos días para Europa como proyecto, al menos la parte del debate sobre si Syriza ha mentido o no a los griegos, y hasta qué punto, se va a resolver ya mismo y de una vez por todas.

Actualización: Varoufakis ha dimitido. Quizá era lo único que le quedaba por hacer si quería ganar. Quizá Tsipras se ha dado cuenta del alcance de su derrota. Veremos.

 

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