Me asombra que con la cantidad de politólogos de fortuna que pululan por estos lares todavía ninguno haya detectado, ni menos publicado, ese síndrome de “love is in the air” que transmite la sociedad española hoy, mientras se acerca el final de plazo para que ciertos partidos formen Gobierno a partir de los resultados del 20-D. Y, sobre todo, que todavía muchos imaginen como probable un apaño de última hora para que esa fórmula-oportunidad de que Pedro Sánchez llegue a La Moncloa cuaje y nos evitemos el 26-J. Incluso si hay que asumir esa bastardía a tres bandas que dice desear –dice- Pedro Sánchez.

Un analista ha de transmitir los frutos de sus observaciones y las conclusiones que extraiga de las mismas, no sus opiniones ni los deseos recónditos que pugnen por aflorar. Y ha de jugársela a la hora de predecir, si piensa que el fruto de su ponderación marca un rumbo u otro. Es lo que se llama mojarse. Pues bien, aprovecharé mi escasa dimensión pública para hacerlo sin mayores miedos: llegaremos al 26-J para votar; y en esa fecha habrá un vuelco electoral a favor del centro-derecha. Al extremo de que preveo una recomposición de alianzas por varios flancos:

1) Afianzamiento de la pasada victoria parcial del PP, y hasta suma a sus filas de algún diputado más, enviado por gentes que votaron a C’s en las pasadas generales pero que ahora se han cabreado con ellos por su acuerdo-marco con el socialismo.

2) Crecimiento notable de Ciudadanos. Tan notable que probablemente se convierta en todo un partido bisagra, suficiente para asegurar una mayoría parlamentaria de centro-derecha mediante un acuerdo con los peperos. El censo recompensará así las actitudes que Albert Rivera y los suyos están sabiendo mantener en las semanas pasadas desde las elecciones. También, su contribución a la gobernabilidad de ayuntamientos y comunidades de distintos signos que triunfaron, aunque sin mayorías absolutas. Y todo ello sin pedir a cambio sillones ni prebendas, y sí poniendo como condición un adecuado castigo de cualquier nuevo caso de corrupciones, venga de donde venga, incluidos los suyos.

¿De dónde –preguntarán, sin embargo y con razón- va a robar las papeletas precisas para ese estirón de entre 8 y 12 diputados nuevos que precisaría para que la derecha histórica y la liberal-progresista de ellos sumen al menos las 175 curules imprescindibles? Fácil: del partido que –enseguida citaré las causas- pagará los platos rotos, y verá cómo su sangre fluye a borbotones hacia venas y arterias ajenas: Podemos.

3) Este vaticinio no nace de un atrevimiento vano. Las impresiones que me han llevado a concluir esto cualquiera las puede recoger en las calles, en el bar, en el transporte público. Están en el aire y responden a un sentimiento de hartazgo muy extendido entre los españoles. Allí donde antes el deslumbramiento por las paridas más o menos afortunadas de Pablo Iglesias era visible ahora lo es el cansancio ante la última rectificación, la enésima vuelta atrás, ejecutada sobre un retroceso anterior; la admiración que convocaba el colegueo de unos y otros (el votante de base se empeñó en ignorar que su pretendida unidad era pura táctica) se ha trocado en comentarios amargos…

Ese votante que quiso despedir el bipartidismo no quiso ver que las Mareas, Compromís, en Comú, Madrid Ahora y tantas otras marcas blancas de la secta podemita son como “familias” de la Camorra siciliana: se ponen de acuerdo sobre a quién extorsionar, pero no a la hora de repartir fraternalmente el territorio ni a la de distribuir un botín que ya en las autonómicas y municipales advirtieron cuantioso cual ni habían osado soñar. Así se llegó al equivalente de la famosa fábula de Samaniego: “A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron presas de patas en él”. Nada nuevo bajo el sol.

En tan poco airosa situación se hallan ahora mismo los Iglesias, Errejones, Bescansas, Teresas Rodríguez, Kichis, Carmenas, Colaus, y tantos otros que han descubierto demasiado pronto hasta qué punto les gusta pisar moqueta noble, nombrar a asesores, soberbiamente pagados y extraídos de amiguilandia, disponer de presupuestos  -ordinarios y de los otros-, justificar su nula productividad social con medidas urgentes tales que jugar con el callejeros de las ciudades y pueblos, depurar listas en “Círculos” de aquí y de allí según se siga a un cabecilla u otro… Esta inclasificable exhibición de lo que ellos llaman “nueva política” está ahora mismo en el punto de mira de una opinión pública que hasta ayer les admitía todo y continuó defendiendo sus barrabasadas. Hasta que se cansó de hacerlo y, de golpe, ha pasado a ponerlos a caldo. Y en muchos casos a decir “hasta aquí hemos llegado”.

En resumidas cuentas, existe un desengaño creciente de la ciudadanía por los hábitos propios de la “política de siempre” que está desarrollando y consolidando a marchas forzadas la llamada “nueva política” de la izquierda podemita. Incapaz, por si estas muestras de insolidaridad fuesen poco, de convencer siquiera a la residual Izquierda Unida de fusionarse con ellos, por un sentimiento de que, si aguantan su identidad, nada tendría de extraño que Garzón y los suyos  terminen haciéndoles una OPA. Al tiempo. Sería una mueca para la Historia: el Resorpasso.

Un observador que trabaje con la serenidad que aplica el entomólogo percibe sin problema que la ciudadanía ha seguido con extraordinaria atención la deriva de los distintos partidos políticos a lo largo de las semanas de negociación que se han sucedido desde el 20-D. Si le ha dedicado la atención y lejanía debidas, advertirá que las siguientes impresiones se han ido extendiendo en ellas:

a) El PP dispone en su defensa del “derecho a formar Gobierno” como ganadores que son de las últimas generales que merecen ser escuchadas. El deseo,nque llegó a estar tan extendido,nde “castigar” a la derecha por los múltiples casos de corrupción descubiertos o adjudicados mediáticamente ha ido dejando paso a una cierta resignación ante lo generalizado del fenómeno y la esperanza de que continúe el desfile de imputados hacia las prisiones.

Además, los múltiples ejemplos de ser “más de lo ya covocido en casi todo” dados por el “complejo de los Círculos” esparce un desengaño creciente entre quienes, furiosos con el sistema, no piensan, sin embargo, que la solución de sus penas llegue sólo gracias a un “quítate tú, que me pongo yo”. Y esa y no otra se ha revelado la oferta concebida por los “contuberniales de La Complutense”.

b) Los signos de desaceleración económica y hasta las noticias difundidas desde hace días sobre el incremento del Déficit Público que podría obligar a nuevos recortes de entre diez mil y veinte mil millones de euros en 2017, lejos de perjudicar al PP, bajo cuya administración se ha disparado, contribuye a desacreditar hasta a límites inesperados la pretensión de incrementar el gasto público en 90.000 millones de euros que Podemos incluyó en su programa-oferta al PSOE para formar Gobierno. Cierto que la pasada semana Pablo Iglesias recogía una reducción hasta 60.000 como un gesto de buena voluntad para que los socialistas abandonaran su pacto con C’s y se decantaran por ellos. Pero pocos días después, semejante desvarío hasta a los más inocentes suena a ocurrencia de flipados. Digna de un Pikety o un Varoufakis.

En el PSOE han tenido tiempo y oportunidad de evaluar el efecto devastador que las exigencias reservadas por Bruselas para el próximo Gobierno han causado, y aún más que causarán, en sus bases electorales.

Se han caído los vendajes de los ojos y ha cuajado la idea de que hasta para hacer la revolución hay que ser solventes, prepararse a sacrificios sin cuento y mentalizarse para aceptar las frustraciones en que todo motín desemboca. Junto con el retorno a la pobreza galopante en que nos dejó empantanados Zapatero, como fórmula alternativa a la injusticia social que golpea a España.

Tal y como las cosas se presentan a día de hoy, Sánchez y el PSOE deberían de empezar unas rogativas basadas en el conocido mantra: “Virgencita, que me quede como estoy…”.

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