Miguel Bernad, de Manos Limpias, en una imagen de archivo.

El país ha caído, sin remedio, bajo el poder de Manos Limpias. El pseudosindicato ultra ha encontrado la manera de que España vuelva a ser franquista otra vez, esta vez no con violentos golpes de Estado, sino a golpe de querella. Nadie se salva ya de sus denuncias/chapuza, elaboradas en un cuarto de hora de corta y pega, plagadas de errores jurídicos y basadas en simples recortes de prensa con falsos titulares sensacionalistas convenientemente corregidos, subsanados y perfeccionados por jueces de la cuerda falangista. Ayer fue Begoña Gómez la linchada, hoy es el hermano de Pedro Sánchez quien se sienta ante el nuevo tribunal de orden público, y más pronto que tarde cualquiera de nosotros podría verse en el banquillo de la dictadura judicial. Raperos contestatarios, políticos disidentes, artistas comprometidos, humoristas satíricos, intelectuales izquierdosos, médicos proabortistas, científicos expertos en cambio climático, periodistas independientes, utópicos ecologistas, nadie se librará de este abyecto nuevo Régimen en blanco y negro más sibilino que el cuarentañismo franquista pero igualmente tóxico y aterrador. Cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales, por fin, sus últimos objetivos militares.

Nadie está a salvo de los pegajosos abogados de Manos Limpias, Hazte Oír y otras organizaciones ultras similares (entre las que se encuentra Vox, por supuesto), que han encontrado en los tribunales el precioso resquicio o brecha ideal en el sistema para infiltrarse y reventar la democracia desde dentro. La formidable y prodigiosa maquinaria judicial facha funciona como un aplastante rodamiento bien engrasado y con la precisión de un reloj suizo. Todo se cocina en los flamantes despachos de abogados del Madrid más fanatizado y ayusista. A primera hora de la mañana, las querellas salen del horno como pizzas calentitas y un rider de confianza se les lleva a toda prisa al juez instructor amigo, que las peina y las filtra a los digitales de la caverna, a las redes sociales y bots de Elon Musk, grandes amplificadores de la patraña. Allí, en los palacios de Villa y Corte, se está formando un viscoso y putrefacto gremio de artesanos del bulo y el montaje como arma de destrucción masiva del adversario político. La fontanería judicial del fascismo posmoderno. El trumpismo castizo. Y no se puede hacer nada contra ese ejército nacionalista, más que firmar la rendición y entregarle las llaves. El Gobierno, claudicado en una batalla perdida de antemano, ha renunciado a ilegalizar a todo ese submundo nostálgico que fermenta y crece; los tribunales no pueden (o no quieren) perseguir a estos grupos salvajes bajo el falaz argumento de que “nuestra democracia no es militante” (según la jurisprudencia del Supremo y del Constitucional, los pobres nazis también tienen sus derechos y su corazoncito); y ni siquiera los civilizados jueces europeos, con sus pelucas blancas de otro siglo, pueden rescatarnos de la pesadilla, de este cruento y lento golpe blando que estamos sufriendo (hace tiempo que las instituciones de Bruselas fueron usurpadas también por sucursales de otras manos limpias con acento belga o francés). Como se ve, todo está atado y bien atado.

Manos Limpias, Vox y otros entes marcianos actúan ya sin complejos y con absoluta impunidad cuando se trata de condenar a la muerte civil a los elementos peligrosos previa querella urgente y tonta. Y pronto ningún partido de izquierdas de este bendito país podrá sacar adelante una ley porque será debidamente paralizada por la eficaz división africanista de legionarios con toga. El último caso de lawfare o guerra sucia judicial lo vimos ayer mismo, cuando la UCO de la Guardia Civil tuvo que salir a desmentir que el hermano de Pedro Sánchez, David Sánchez, se haya enriquecido gracias a un puesto de alto cargo en la Diputación de Badajoz presuntamente creado gracias al trato de favor y al nepotismo del inquilino de Moncloa. El informe policial asegura que en la enésima querella de Manos Limpias, basada una vez más en recortes de prensa, “se hacen cálculos erróneos”, ya que se habla de un incremento patrimonial del imputado de 1,4 millones cuando el sueldo de este señor ronda los 70.000 euros anuales. Es decir, de nuevo la febril imaginación de los letrados del franquismo judicial ha impregnado un procedimiento que cualquier juez sensato hubiese archivado a las primeras de cambio a la vista del disparate. Por si fuera poco, los agentes, después de analizar miles de correos electrónicos, no han encontrado pruebas de que alguien creara ad hoc el supuesto cargo directivo para David Sánchez, y califican la denuncia de “bulo” publicado en medios de comunicación. Pese a todo, la noticia corre como la pólvora por todas partes y la reputación del personaje ya está hundida para siempre, que es de lo que se trata aquí.

La causa contra el hermano del presidente está impulsada, cómo no, por los de siempre, Vox, Manos Limpias, Hazte Oír y Abogados Cristianos, más el PP, que se ha sumado tan alegre como vergonzosamente a la caza de brujas en calidad de un inquisidor más. Resulta preocupante la deriva de Feijóo y su partido. Si esta es la derecha democrática y civilizada que ha de gobernarnos algún día, que Dios nos coja confesados. Aunque, bien mirado, ¿qué se puede esperar de un partido que promovió la policía patriótica para espiar a los adversarios políticos, y no solo los de la izquierda radical e indepes, sino a sus propios compañeros de Génova 13 sospechosos de querer largar sobre casos de corrupción?

El Partido Popular tembló cuando Podemos llegó al Parlamento y coaligó con el PSOE. Entonces se puso en marcha una cruenta maniobra de destrucción que terminó con el caso Neurona, una inmensa farsa sobre supuesta financiación ilegal del partido morado en Venezuela que terminó archivándose por falta de pruebas. El problema es que para cuando la Justicia dio carpetazo al asunto, aclarándose todo y prevaleciendo la verdad, el daño ya estaba hecho y la formación de Pablo Iglesias había sido debidamente neutralizada para que dejara de molestar a las élites y poderes fácticos. Esta gente de la nueva abogacía falangista da mucho miedo. Porque nada ni nadie parece poder detenerlos. No pararán hasta vernos levantar el brazo otra vez a los pavorosos acordes del Cara al Sol.

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