No me voy a meter en el debate de si la libertad de expresión ampara o no los silbidos al himno nacional en aquel partido de fútbol [yo me quedo con el gol de Messi]. Pero todo el revuelo me ha servido para revisar la historia de esa composición que oficialmente conocemos como Marcha Real o Marcha de Granaderos, y que para mi sorpresa me ha llevado al siglo XI y a Avempace.

IBN BAYYAH, conocido en su casa como ABU BAKR MUHAMMAD IBN YAHYA IBN AL-SA’IG IBN BAYYAH o también AVEMPACE, que es como nos lo encontramos en algún párrafo perdido de algún libro olvidado de la EGB. Nace hacia el año 1080 en Zaragoza, capital entonces de la Taifa de Saraqusta, y muere en Fez, Marruecos, en el año 1139. Él solito acapara la referencia cultural de su época ya que destaca como filósofo, médico, astrónomo, botánico, poeta y también músico [ríete tú de tu cuñao]. Lamentablemente para los historiadores [y para nuestro propósito de hoy] muchos de sus trabajos no están bien datados por su muerte temprana.

Dejamos a un lado a Avempace y viajamos en el tiempo hasta encontrar la primera referencia escrita a la Marcha Real. Llegamos al año 1761 [sí, seis siglos después] y nos encontramos un texto con el breve título de “Libro de la Ordenanza de los Toques de Pífanos y Tambores que se tocan nuevamente en la Ynfantº Española, compuestos por Don Manuel de Espinosa”. En efecto, Manuel de Espinosa de los Monteros escribe por primera vez la partitura de la que se llama entonces Marcha Granadera o Marcha de Granaderos. Aquí el que primero lo pone negro sobre blanco es el autor.

Hay que acabar aquí con la falsa leyenda que asegura que esta partitura fue un regalo de Federico II de Prusia a algún militar español. Leyenda que es dada por cierta hasta en la Enciclopedia Espasa de 1908 [y luego nos quejamos de la Wikipedia].

Si seguimos las huellas de esta Marcha Granadera, nos lleva a 1770 cuando Carlos III la bautiza como Marcha de Honor por su gran aceptación popular y después su transformación en himno oficial durante el reinado de Isabel II [la nuestra, no la inglesa, claro]. Y así sobrevive a los tiempos, excepto en los periodos del trienio liberal (1820-1823), la Primera República (1873-1874) en la que es cooficial, y la Segunda República (1931-1939) reemplazado por el Himno de Riego, como bien sabe aquel mofletudo trompetista australiano de la Copa Davis.

Como curiosidad añadimos que la partitura del himno se modifica en alguna ocasión. En 1908 Bartolomé Pérez Casas, Músico Mayor del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, realiza una armonización. Desde 1942, él y sus herederos [y puede que Ramoncín] reciben derechos como arreglista cada vez que se interpreta o sale en la tele hasta 1997, año en el que los derechos del himno pasaron a ser propiedad del Estado.

Bien. Ya tenemos a nuestro personaje de hoy [me resisto a llamarlo secundario] y al himno oficial por otro lado y con más de medio milenio de diferencia. ¿Cómo los unimos? Pues con una interpretación del músico medievalista y arquitecto Eduardo Paniagua acompañado por el laudista Omar Metioui. Paniagua es especialista en música de la antigüedad, sobre todo composiciones medievales, y en uno de sus trabajos recupera una introducción a una nuba andalusí y enseguida llama la atención por su parecido con el himno oficial. De hecho, el parecido es evidente como lo puedes comprobar tú mismo.

Es claro. Si la ejecución se corresponde con lo interpretado en el siglo XI, que no deberíamos dudarlo, ahí está del himno actual, otra cosa es que sea el origen ¿Por qué cuál es el problema aquí? Pues que no tenemos documentos escritos, y probablemente Ibn Bayyah simplemente recopila una melodía popular que se habría transmitido por tradición, es decir que su origen podría ser anterior al siglo X y provenir del norte de África. Y durante ese medio milenio que la tenemos perdida, aunque seguro que es interpretada popularmente y se propaga sin importar las fronteras, encontramos trazas en algunos aires militares de la época de Carlos V, e incluso una partitura perdida en Venecia que podría ser el origen de la leyenda sobre la autoría del rey de Prusia.

Unas sencillas notas musicales que algún autor anónimo junta unas detrás de otras en una península dividida por culturas y costumbres, y que no puede imaginar que un milenio después van a levantar tanto revuelo en la misma península que sigue dividida, o definida, por culturas y costumbres.

 

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