La emisión de Ocho apellidos vascos esta semana ha dado la campanada en su estreno en televisión. Más de 8 millones de espectadores, una de las películas más vistas en la historia en el medio. Además, generando la debida expectación ante Ocho apellidos catalanes que se estrena en breve. La conclusión es que nos gusta reírnos de los tópicos o de los retratos tipo de nuestros compatriotas. Pero, ¿están bien dibujados? ¿Son fieles a la realidad?

Hay tipismos regionales muy explotados, hasta que el personaje acaba convertido en una parodia de otras representaciones, sin ninguna característica particular. Curiosamente, es lo que sucede en esta película donde sólo conocemos a sus personajes por encarnar una suma de tópicos. Hay orígenes que se han explotado hasta la saciedad: el madrileño, el catalán, el gallego, el vasco y por supuesto… el andaluz. Y sin embargo, otros registros y particularidades regionalistas que han sido olvidadas o ignoradas por los guionistas, renunciando a unos perfiles humorísticos que serían un filón.

¿Es indispensable crear los perfiles en función de su comunidad autónoma? Las sitcoms españolas han renunciado a distinguir sus personajes por su origen. A pesar de que construyen personajes muy bien trabajados y con un largo recorrido. Puede que la creación de un personaje por su origen, no sea suficiente, no sea un dato determinante ya que no le define per se, ni da respuesta a todas las situaciones a las que le expondrá la trama. Pero en las películas ha funcionado y funciona. Y cuidado, que no es un tema tan nuevo como puede parecer.

En la mayoría de series y películas españolas, nadie tiene acento. Hay tabúes que “Ocho apellidos…” se atreve a romper. ¿Reírnos más de nosotros podría ser sano y conciliador? ¿O con la que está cayendo los Ocho apellidos catalanes pueden interpretarse en sentido de burla?

Los más utilizados

Andaluces y catalanes encabezan el top10 del humor regional. Se ha abusado en exceso del “andaluz gracioso”. En las comedias de toda la vida y hasta en las parodias creadas por andaluces que han tenido la primacía en materia de formatos cómicos, como “Los Morancos”. El personaje catalán más bien dibujado fue sin duda el vendedor de porteros automáticos que encarnaba José Sazatornil en La escopeta nacional de Berlanga. Insuperable, difícil intentarlo por ahí. Las aportaciones de “La Trinca” nos acercaron más a un tipo de humor, muy onomatopéyico, que a la esencia de los perfiles.

Los maños: Bastante explotado el tópico de baturro cabezón pero noble. Los personajes de Paco Martínez Soria dejaron una “foto fija” indeleble. De modo que todo el mundo es capaz de identificar el prototipo, ha quedado en el imaginario colectivo. El personaje de Marianico el  corto permitió en programas de la tele de los 80 perpetuar una imagen que asociaba maño a burro o ignorante. Y a partir de ahí…no se volvió a explorar más. Delicado asunto.

Los gallegos: El secundario ideal. Las películas de la etapa franquista nos lo presentaba como el portero de la finca que añadía un contrapunto surrealista. Siempre enclasado y dosificado. El cine de los 90 contribuyó a dar perfiles más actualizados aunque asociados al mundo de las drogas y el desfase. Para salir escocido si no lo contaran los propios gallegos.

Igual que los tipos anteriores, todo el mundo podría imitar la chulería madrileña o vasca. Porque el acento identificable y los giros, te dan la mitad del personaje. La bravuconería vasca se refuerza constantemente por los chistes, contados por ellos mismos. Como también por los monologuistas de nuevo cuño o los muchachos de “Vaya semanita”, un programa que se atrevió incluso a clasificar los vascos por provincia, demostrando que no había un solo perfil.

La chulería madrileña: Curiosamente son los Álvarez Quintero, andaluces, lo que reciclan o inventan (yo no había nacido en esa época) el humor típicamente castizo. Realzan un lenguaje, unos modismos y una actitud. Las zarzuelas refuerzan al chulo y la chulapa que saben hacer un desplante, tienen el ánimo siempre encendido y manejan una ironía celtibérica, fruto de la resistencia de quien vive en el “rompeolas” de España.

Y es que no sabemos si esa actitud es innata o desarrollada por las circunstancias. Y todos acabamos sucumbiendo a los códigos propios del lugar donde nos instalamos, por supervivencia pero… ¿quién fue el primero? ¿O fue un invento de escritores y guionistas con una pequeña base que les sirvió para desarrollar los tópicos y luego se retroalimentaron?

¿Estos perfiles residen en la singularidad de estos paisanos o en la repetición y escenificación del tópico que los refuerza? ¿Hemos cambiado la parte por el todo? Es decir, que la representación de los mismos sustituye a su identidad real. Lejos de ponerme en clave semiótica, les emplazo la semana que viene a conocer los lugares de España que podrían generar personajes míticos y que aún no se han descubierto.

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