De Cristóbal Martínez-Bordiú y Ortega, marqués de Villaverde, duque consorte del dictador y grande de España, conocido como “el Yernísimo” por su matrimonio con Carmen Franco, la hija del general, se cuenta que, aunque médico, prefería dedicarse a los negocios antes que a salvar vidas ajenas. De ahí que el Caudillo lo colocara en puestos de alta responsabilidad. Aunque la propaganda franquista lo maquilló para presentarlo como uno de los eminentes cardiólogos del mundo, después de su muerte su propio hijo, Francis, reconoció que el amado padre “quizá” no había sido “el mejor médico de España”. Por si fuera poco, siempre corrió la leyenda de que el Yernísimo “mató más en La Paz [nótese el ingenioso juego de palabras con el hospital madrileño] que su suegro en la guerra”. Pero ahí estuvo el hombre, levantando su particular emporio en hospitales públicos por los que, dicen, apenas se le veía el pelo.
El marqués de Villaverde, como todos los Franco, se dedicó a los negocios (tocando todos los palos) con el beneplácito del Jefe del Estado. Fue así como mojó en la importación de motos Vespas (de ahí que el pueblo español, siempre con ese humor tan sarcástico, lo apodara el “marqués de Vespaverde”), en Sofindus (la gran multinacional del siniestro Tercer Reich) y en otras suculentas salsas empresariales, todo ello bajo el paraguas de El Pardo.
Al igual que antaño la suerte sonreía a los prebostes del franquismo, hoy sonríe a la familia de Alberto Núñez Feijóo. La suerte y, claro está, una forma de entender la política basada en el clientelismo familiar (una especie de caciquismo heredero de aquel convulso siglo XIX perpetuado por el franquismo), ha tocado con la varita mágica a la linajuda estirpe. Espeluzna comprobar cómo el modelo de las relaciones de poder apenas ha cambiado, y los yernísimos, cuñadísimos y nietísimos siguen ahí, en el mismo sitio, tal como siempre. Los mismos perros con diferentes collares.
Sin duda, algo de toda aquella herencia negra del franquismo ha llegado hasta nosotros, hoy en pleno siglo XXI. No hay más que ver cómo han prosperado los integrantes del árbol genealógico de los Feijóo en los últimos años (y no solo gracias al esfuerzo y talento para los negocios, tal como predica el manual neoliberal del mercado de libre competencia, sino también gracias al pequeño empujoncito de las administraciones públicas). Hasta donde se sabe, hay tres parientes directos del actual líder del Partido Popular agraciados por el maná de la Xunta de Galicia que siempre le cae a los mismos. A saber.
Empecemos por Micaela Núñez Feijóo, hermanísima del dirigente popular. Según publica O Salto diario, periódico de referencia en tierras gallegas, Eulen, la mercantil en la que trabaja esta mujer, se ha embolsado “4,8 millones en contratos a dedo”, lo que le ha reportado “un ascenso meteórico”. No le ha ido mal a la señora con el nuevo régimen que, tal como decimos, no es más que el antiguo régimen por otros medios.
Otro al que le ha tocado la lotería es Ignacio Cárdenas, hermano de la pareja de Feijóo, Eva Cárdenas. O sea, otro cuñadísimo. Siempre según O Salto, la empresa de la que es director comercial “obtuvo 204.076,18 euros en contratos menores a dedo”, 19,2 millones en pandemia. Y todo ello mientras la sociedad de telemarketing que dirige comercialmente no guarda “relación alguna con el sector sanitario”, lo cual tiene mucho más mérito (percíbase el modo irónico, como dicen los posmodernos contemporáneos de las redes sociales).
Seguimos nuestro somero recorrido por la floreciente dinastía feijoísta. Según cuenta el combativo diario gallego, la primísima del líder del PP, Eloína Núñez Masid, fue colocada a dedo para dirigir el área sanitaria de Santiago (qué dulce miel la de la Sanidad pública que atrae a tantas moscas). “Tuvo un ascenso meteórico en su carrera sanitaria [oh casualidad] apenas unos días después de que su primo fuera investido presidente de la Xunta de Galicia en mayo de 2009”. Otro posible caso de nepotismo posfranquista en el horizonte (aunque quizá deberíamos empezar a llamarlo jetismo por el grado de descaro e impunidad con el que actúa).
Toda esta forma de gobernar, de medrar a la sombra del árbol de la política, nos remite, inevitablemente, a tiempos pasados, al cuarentañismo, donde los ilustres parientes del Caudillo iban para arriba en la vida sin dar un solo palo al agua. Franco practicaba el dedazo sin complejos ni pudor. Feijóo sigue las enseñanzas del patriarca fundador. Al igual que el franquismo tenía a sus hermanísimos, cuñadísimos, yernísimos y nietísimos (véase La familia Franco S.A., el genial ensayo sobre el tema de Mariano Sánchez Soler), la democracia también ha germinado en ese mismo modus operandi. “El dinero y los grandes negocios se hacían en el Palacio del Pardo, que era un gran centro de tráfico de influencias, un delito que entonces no existía”, explica el autor del libro. “Un laberinto de empresas, negocios secretos, testaferros y adquisiciones irregulares fueron labrando la fortuna de la familia que es imposible de calcular”.
Más de cuarenta años de Estado de derecho y sistema de libertades fundamentales para terminar en la misma casilla de salida. Eso es España, un bucle sin fin, un eterno retorno heraclitiano. Cambian las formas, el fondo del lodazal siempre permanece.