En estos últimos días la sociedad parece alterada. Hay un ambiente de cuenta atrás, de estrés colectivo. En mi afán por conocer las preocupaciones de mis coetáneos, me he atrevido a indagar.

«No he comprado aún los dulces para los niños de la urbanización», me ha confesado una madre en apuros. Ya es oficial. Se ha convertido en una obligación. Hay que «celebrar» Halloween. Otra madre apunta que su niña ya ha finalizado el curso de maquillaje para elaborar cicatrices que supuran sangre y tiros de bala en la frente. Falta por comprar la silicona para los deseados efectos.

Los preparativos para las fiestas con calabazas, brujas y murciélagos se multiplican allá donde miro. Los escaparates se tiñen de negro y naranja. En las pizarras de los menús de los bares empiezan a proliferar extrañas ofertas.

¿Pero dónde queda la protección a la infancia? ¿Qué hay de esa filosofía de mantenerlos al margen de toda violencia o espectáculo desagradable? Y lo que es peor: el cacao mental en el que les sumergimos. A los pobres niños, tanto les da disfrazarse de zombie que ponerse el traje regional de su tierra. Les parece lo mismo celebrar Halloween que San Isidro. El ritual es el mismo: Ir disfrazados al cole. Todo se convierte en una misma carnavalada que rematan con la Navidad. A buen seguro, no distinguen entre una fiesta pagana celta, que celebraba el final de las cosechas y una fiesta religiosa. Y hay quien todavía quiere retirar la asignatura de religión.

Todavía no entiendo como los niños españoles son capaces de encajar el «truco o trato» con la visita a los camposantos. Pensarán que el 1 de noviembre es la conmemoración del día que se grabó el video clip «Thiller» de Michael Jackson. Para un chaval, todas las efemérides remotas corresponden al mismo espacio-tiempo.

Yo ya estoy preparada para la noche de Halloween. No necesitaré vestirme de Morticia Adams. Estaré con la cara lavada, sin maquillaje y fumándome un puro, esperando que llamen a mi puerta. Entonces, imitaré la voz del maestro Fernando Fernán-Gómez y les gritaré: «¡A la mierda!». Qué estamos en España.

Me pregunto cuánto tardarán en hacerme una temida pregunta: «¿Donde vas a comer el pavo el día de Acción de Gracias?». A este ritmo evolutivo, marcado por individuos con debilidad mental, el que no organice una barbacoa el 4 de julio estará desterrado socialmente.

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