¿Saben aquel que va el ministro en funciones Luis De Guindos y dice que el nombramiento de José Manuel Soria fue ‘técnico’ y no ‘político’? Risas en la Comisión de Economía del Congreso.

Risas, claro. «Si no pudiéramos reir nos volveríamos todos locos», reza la cita atribuida al poeta americano Robert Frost. Toda la razón. En todos los funerales en los que he estado me he reído. He llorado, sobre todo, pero siempre ha habido algún momento, recordando algo del finado o charlando con familia o amigos a los que hace tiempo que no veo, en el que una sonrisa o incluso una risa ha aflorado en mis labios. En otras culturas disfrutan de ritos funerarios menos propensos al drama y más al recuerdo de los momentos felices vividos con el difunto, pero incluso en nuestros lánguidos ceremoniales la risa suele hacerse hueco. Risas culpables, risas nerviosas, risas como las que ayer vimos en un Congreso en el que gran parte de sus integrantes llevan ganándose un año la vida como humoristas profesionales, poblando la prensa seria de titulares más propios de El Mundo Today. ¿Mi favorito?

No sería tan extraño que el demencial nombramiento de Soria y su no menos demencial renuncia fuesen una apuesta de borrachos en algún Consejo de Ministros que se hubiese salido de madre. Como si hubiesen pensado: «Puestos a imitar a Faemino y Cansado, vamos a meterle más orgullo de tercer mundo, si cabe».

«¿A que no hay pelotas de elegir a Soria para el Banco Mundial justo después de fracasar en la investidura?» «Menuda cara se le pondría a Albert Rivera» «Que se meta sus pactos por la corrupción por donde le quepan» «Imagina que el PSOE se hubiera abstenido» «¿A que lo hago?» «¿A que no?» «¿A que incluso saco un comunicado para airearlo bien y que los medios y los tuiteros incendien las redes?» «No te atreves». Y así.

Pablo Iglesias, que aspiraba a formar dúo cómico con el ministro en funciones, llegó a bromear sobre la posibilidad de que hubiera sido De Guindos el elegido para trabajar en el Banco Mundial y no Soria. A fin de cuentas, él fue el primero de su promoción y el canario, el penúltimo.

Como los familiares de los humoristas son siempre quienes menos se ríen, porque normalmente es de ellos de quienes se habla sobre el escenario, en el entorno del Partido Popular el nombramiento «técnico» de Soria ha levantado menos el ánimo que ampollas y, por primera vez en mucho tiempo, empiezan a notarse grietas en la unidad, real o impostada, en torno a Mariano Rajoy.

El gallego eterno empieza a ser visto como un problema, y más entre los políticos más jóvenes, quienes creen que sus mayores tal vez se hayan excedido con el número y cantidad de heces en el convento, incluso descontando que su estancia en el mismo está a punto de concluir.

Los responsables de organizar una tercera campaña, en caso de que nos enfrentásemos al tercer proceso electoral en un año, no tienen nada claro que los resultados vayan a ser halagüeños. No sólo porque el votante del PP tiene la preocupante tendencia de ir muriéndose, sino por el desgaste propio de los últimos meses y por la impresión de que Ciudadanos podría sacar más réditos de lo previsto de su postura proclive a la negociación.

Tampoco ayuda la certeza de que nos enfrentamos a un otoño de corrupción. Matas, Rato, la Púnica, Bárcenas… «Sé fuerte», deberá decirse a sí mismo Rajoy para afrontar de nuevo el proceso con garantías.

Hasta ahora, el PP ha ido solventando las diferentes elecciones gracias a la fe inquebrantable de un votante al que, a estas alturas, parece que todo le dé exactamente lo mismo, y a una campaña realmente prodigiosa que ataca al público objetivo de Rajoy con inteligencia. El partido, de hecho, debería ponerle un monumento a Shackleton, su agencia de publicidad. Lo mismo se les ocurre lo del hipster marianista, que la política de «andar rápido» o el ‘food track’ de Alfonso Alonso en las elecciones vascas.

 

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