La inteligencia artificial representa la última versión del control gerencial | Foto: FreePik

Los avances tecnológicos han provocado siempre el miedo entre las clases trabajadoras. Desde la implantación de los telares mecánicos hasta la irrupción de los ordenadores personales, cada nueva revolución tecnológica ha derivado en un incremento de la productividad. Esto sólo ha ido beneficiando a los gerentes y los empresarios que, finalmente, son los que determinan la transformación de los centros de trabajo.

La revolución digital es un hecho potenciado, precisamente, en un momento en el que se estaba produciendo una pérdida global de puestos de trabajo: la crisis de 2008. Ahora se está dando un paso más que genera mucho miedo entre los trabajadores: la implementación de la Inteligencia Artificial (IA).

Esta tecnología ha sido utilizada durante décadas en la ciencia ficción literaria y cinematográfica. Los pronósticos de un futuro impulsado por la IA van desde apocalípticas invasiones de robots, como sucedía en Terminator, hasta prósperas sociedades en las que la gente vive de la riqueza producida por las máquinas. A pesar de estas visiones, los robots con plena cognición humana todavía siguen estando dentro del ámbito de la ciencia ficción.

La realidad de la IA actual se circunscribe a máquinas capaces de hacer predicciones mediante la identificación de patrones en grandes conjuntos de datos. A pesar de esa función relativamente rutinaria, hay quienes creen que inevitablemente la IA se volverá autónoma o rivalizará con la inteligencia humana.

Este escenario plantea preocupaciones de que algún día los robots representen una amenaza existencial para la humanidad o, como mínimo, se apoderen de todos los puestos de trabajo. La realidad es mucho más cruel: lo más probable es que la IA coloque a los trabajadores bajo una mayor vigilancia que provoque un desempleo masivo.

La gran mayoría de los empleados por cuenta ajena tiene la percepción de que la IA tendrá un impacto directo en sus empleos. Sin embargo, no hay un acuerdo concluyente sobre cómo se producirá ese impacto porque una parte piensa que será de ayuda de desarrollo profesional o de reducir la carga de trabajo, mientras que más de la mitad está convencida de que parte de sus capacidades como trabajador quedarán automatizadas por este tipo de tecnología.

Sin embargo, es un hecho de que las grandes corporaciones multinacionales están alimentando esos miedos porque saben que una sociedad temerosa será mucho más manipulable y, en consecuencia, más predispuesta a aceptar abusos.

Las grandilocuentes declaraciones sobre la inminente pérdida de puestos de trabajo que hacen los altos ejecutivos del sector tecnológico alimentan la ansiedad de los trabajadores. La inseguridad laboral se ven agravada por los informes de que la mayoría de las grandes empresas están planeando incorporar la IA en sus centros de trabajo en un espacio temporal muy pequeño. De hecho, Goldman Sachs no ha dudado en sentenciar que la IA generativa podría «sustituir hasta una cuarta parte del trabajo actual».

A día de hoy, la realidad es que esos intentos de las grandes corporaciones de sustituir mano de obra humana por IA están siendo un fracaso. El vehículo sin conductor genera más problemas que beneficios. La cadena McDonald’s rompió un acuerdo con IBM después de que su nuevo sistema automatizado de toma de pedidos no consiguiera que fueran más eficientes. Google, el gigante tecnológico, está fracasando estrepitosamente con su herramienta AI Overview.

Esto demuestra varias cosas. Que la codicia corporativa puede provocar escenarios absurdos por el afán patológico de ganar más dinero a costa de lo que sea. Por otro lado, demuestra la realidad de que la IA no está tan avanzada como las grandes empresas pretenden hacer creer para captar miles de millones de capital. Esos inversores quieren obtener beneficios. Las grandes empresas reducir los costes laborales y eliminar derechos a los trabajadores que queden.

El desarrollo de la IA es un negocio costoso y los empresarios necesitan atraer un capital de riesgo significativo para poder mantener sus negocios a flote. Esto ha impulsado a algunas empresas a exagerar o tergiversar sus capacidades de IA, lo que ha provocado que la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés) haya tomado medidas enérgicas contra dos empresas por el «blanqueo de imagen de la IA».

Los inversores y las grandes empresas tecnológicas no se dejan intimidar por los reguladores. La mayoría de las empresas de inteligencia artificial siguen sin ser rentables, pero los inversores de riesgo siguen inundando el sector con miles de millones de dólares con la esperanza de que algún día transformen la industria en un negocio viable e innovador.

Esto tiene una explicación que se relaciona con la codicia corporativa. Una economía impulsada por la IA es atractiva para los altos ejecutivos de las grandes compañías porque promete debilitar el poder de la mano de obra y aumentar la rentabilidad mediante la reducción de los costos laborales y una mayor escalabilidad.

El mensaje de que la IA reemplazará a todos los humanos es, realmente, una forma de propaganda diseñada para desmoralizar a los trabajadores ante un futuro que es probable que nunca llegue. Sin embargo, hay algo aún más cruel y es dónde se utiliza realmente la IA hoy en día, es decir, en el ámbito de la vigilancia de los trabajadores.

La inteligencia artificial representa la última versión del control gerencial. La forma de gestión algorítmica del trabajo puede variar según el sector empresarial, pero su función es hacer que la vigilancia sea más eficiente y más intrusiva.

Ya hay grandes multinacionales que operan en España que están eludiendo los derechos de privacidad de sus empleados al usar software de inteligencia artificial para monitorizar las comunicaciones de sus trabajadores en varias plataformas para detectar patrones de conducta que, en algunos casos, son utilizados para agilizar despidos.

Los centros de trabajo de las grandes corporaciones se han convertido en un panóptico electrónico donde los trabajadores son constantemente visibles para un observador invisible que invade su autonomía, privacidad y derechos laborales.

Aunque los ejecutivos del sector tecnológico pueden prometer que la IA transformará radicalmente la economía, es poco probable que reemplace por completo a la mayoría de los trabajadores, dada su limitada capacidad para identificar patrones complejos. Los expertos tienden a sobrestimar las capacidades de las máquinas autónomas y muy pocas ocupaciones han dejado de existir debido a la automatización. Aun así, la capacidad de la IA para devaluar la mano de obra y empeorar las condiciones laborales es preocupante.

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