Puedo prometer y prometo que no me alargaré demasiado con mis secundarios de la Historia. En los anteriores escribía y escribía y al final puse al borde del colapso los servidores de Sabemos. Hoy prometo que no pasará lo mismo. Eso sí, no sé si lo cumpliré porque voy a escribir de políticos.

Aprovecho las elecciones municipales para diseccionar a un alcalde. Podría tomar el atajo y buscar al peor alcalde. No, eso es muy fácil. Hay tantos ejemplos de malas artes en la alcaldía… y los que dará el futuro [todos tenemos ejemplos en nuestra cabeza pero no quiero que la Junta Electoral embargue estos párrafos]. Pero tampoco os creáis que quiero encontrar al mejor, me vale con uno llamativo. Tiene que contar con el equilibrio perfecto entre carisma, relevancia y también desconocimiento entre la mayoría de nosotros. Por eso entramos ya en el territorio de los secundarios de la historia.

El elegido es FIORELLO LAGUARDIA (1882-1947) que fue el alcalde de la ciudad de Nueva York entre 1934 y 1945. Si has visitado la ciudad de los rascacielos seguro que te has encontrado con sus huellas aunque no lo sepas. Para empezar seguro que has llegado allí a través del aeropuerto JFK. Pues ese aeropuerto fue ideado durante su mandato, aunque entonces se bautizó como Idlewild. El otro aeropuerto de la ciudad, con más vuelos interiores que internacionales, se llama, ya lo sabías, La Guardia, y no es casualidad porque él lo inauguró [eso te tener dos aeropuertos importantes desembocó en aquel capítulo de Friends en que Ross se equivocó de aeropuerto cuando quiso despedir a Rachel. Sniff].

Empecemos. Un personaje así sólo podía salir de una mezcla especial. Aunque él nació en Nueva York, sus padres eran italianos, él católico y ella judía. En realidad creció en Arizona porque su padre era director de banda del ejército estadounidense y le trasladaron allí. [Una excusa como cualquier otra]. Y luego, gracias que empezó a trabajar en el Departamento de Estado, viajó más de lo habitual para aquella época. Fue funcionario en varias embajadas americanas en Europa y terminó trabajando, de vuelta a Nueva York, y todavía joven, en algo que le cambiaría la vida para siempre: fue intérprete para inmigrantes en la isla de Ellis entre 1907 y 1910.

Seguro que conocéis la isla. Está situada al lado de la de la Isla de la Libertad, con su estatua incluida, en el sur de Manhattan. Allí llegaban todos los que huían de una Europa prebélica buscando algo de esperanza. Pues al bajar del barco, lo primero que se encontraban fue a Fiorello La Guardia, que les ayudaba a entenderse con los americanos. Él sabía idiomas y conocía a la gente. Y allí aprendió de las minorías de las que él también era parte como hijo de emigrantes.

La verdad es que crecer, lo que se dice crecer, no creció mucho. Poco más de metro y medio era la altura oficial de nuestro secundario. Pero aseguran que su personalidad y su discurso dejaban pequeño a cualquiera a su lado. Se metió en política porque llamaba la atención por sus formas y su popularidad. Destacaba, sin duda. Era republicano, pero de los raros. De hecho, apoyó al presidente demócrata Franklin D. Roosvelt durante su política del New Deal. Fue un hombre de convicciones más que de partido.

Gracias a su apoyo a Roosvelt, éste “facilitó” su llegada al ayuntamiento de la ciudad en 1934. Una oficina, como la denominan allí, que estaba en sus horas más bajas de popularidad. Le tocó pelear con la depresión de todo un país que en los años 20 pensaba que no tenía límites y que en los 30 se dio cuenta de la realidad [cruda, que diría el tópico]. Éste fue su vídeo de campaña para presentarse a alcalde [qué tiempos tan ingenuos].

Si hablamos de generalidades, podríamos decir que La Guardia revitalizó la ciudad. Unificó el sistema de transporte, construyó parques, apostó por la vivienda pública, proyectó dos aeropuertos (también es verdad que el primero se quedó pequeño recién inaugurado), y en definitiva, cambió el rumbo de la ciudad que nunca duerme [el que lo dice, evidentemente, no ha estado en los Sanfermines]. Y que no se me olvide decir que en 1937, antes que la mayoría, criticó duramente a un tal Adolf Hitler, que mandaba ya en Alemania pero que todavía era visto como un romántico por algunos.

Pero no nos olvidemos que La Guardia era muy autoritario e irascible. Cuando algo creía que estaba bien no dudaba en hacer cualquier cosa hasta conseguirlo. Es el debate con el que ya perdieron mucho tiempo los griegos [los pensadores y filósofos, no los de ahora]: ¿Es deseable tener a un líder no democrático pero moralmente bueno? ¿Existe el dictador justo o por el mero hecho de serlo se desautorizan todas sus acciones?

Ahí tenéis un rato para reflexionar. Sólo voy a dar unas pinceladas más de Fiorello La Guardia. En 1934 organizó una redada contra las máquinas tragaperras de Frank Costello, un rufián que llevaba años dominando las alcantarillas de la ciudad. Él mismo, con un gran martillo, rompió las máquinas y desde un barco (lleno de periodistas) las tiró al río. Gracias a su afán por salir en los medios, tenemos el impagable documento gráfico:

Pero evidentemente, en una ciudad como Nueva York, tenía posibilidades de dar espectáculo todos los días: en documentos de la época le hemos visto dirigir orquestas (como su padre), vestirse de bombero ante edificios en llamas, cantar, y [sin duda la que es mi favorita] una de las cimas del populismo político (ingenuo e inocente, no como en la actualidad): leer a tebeos a los niños.

Durante su alcaldía, los periódicos se pusieron en huelga. La crisis golpeaba a todos los sectores, también al periodismo [¿alguna vez no estuvo en crisis?]. La Guardia vio fatal que los niños se quedaran sin sus cómics, las viñetas que se publicaban junto con las noticias. Así que decidió leer esas historietas a través de la radio [siempre la radio] a todos los niños. Y sí, tenemos el documento de cómo leía las aventuras de Dick Tracy.

Y es que Fiorello La Guardia era el alcalde perfecto para un cómic, para una historieta de súper héroes. Pero no lo digo yo, lo dice Marvel, que le incluyó su universo 616 para que Doc Savage le salvara la vida de un intento de asesinato. E incluso se le nombra en la película Cazafantasmas 2: su aparición ante el alcalde hace que cambie su forma de pensar.

Su popularidad fue tal que con el paso del tiempo se ha convertido en una leyenda para los neoyorquinos. Surgen historias, de imposible comprobación, pero creíbles en alguien como La Guardia. Hay una que dice que una vez se juzgó en el ayuntamiento a una madre por robar un trozo de pan. Ella alegó que tenía que dar de comer a sus hijos. La Guardia, en vez de condenar a la mujer con una multa de 10 dólares, dijo: “Condeno a todo aquel que está en esta sala a pagar una multa de 50 centavos por vivir en una ciudad donde hay personas que tienen robar pan para comer”. Pasó su famoso sombrero por todo el tribunal y sumó 47’50 dólares que entregó a aquella mujer. Esta anécdota la contó Bennett Cerf en su libro Try and Stop me pero no ha podido ser verificada. Aunque no sea cierta, es creíble, y definiría muy bien a La Guardia.

También subió a los escenarios. En 1959 Broadway estrenó un musical basado en él. Se llamó “Fiorello!” y no sólo fue un éxito de público, también de crítica ya que ganó el premio Pulitzer al mejor drama, algo poco habitual en un musical. Por supuesto también tenemos documento de un número.

El popular Fiorello La Guardia, tras tres mandatos, dejó la alcaldía en la Nochevieja de 1945 y murió dos años después de un cáncer de páncreas. A pesar de su pequeño tamaño ocupa un lugar de honor en nuestra lista de secundarios de la historia. Por cierto, creo que no sería buen político, porque he cumplido mi promesa de ser más breve en esta ocasión. No me voten.

 

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