En la actualidad, hablar de política y felicidad parece que es contradictorio. Esto no ha sido siempre así, lo cual nos indica que algo va mal en nuestra sociedad. La política es una actividad muy digna y necesaria, antes se la denominaba como un arte, siempre con la consideración de que se base en una serie de principios. Podríamos concretarlos en dos fundamentales, que parecen olvidados, el principio de servicio público y el de la búsqueda del bien común. Concretando: un intento de conseguir la felicidad de la mayoría de los ciudadanos.

El actuar como servicio público supone la generosidad de hacer una labor de solidaridad para mejorar la sociedad, dejando al lado el concepto de trabajo, aunque sea una labor retribuida, dado que el político tiene sus necesidades, por tanto, un servicio que no tiene horarios ni días ni semanas. Sin descansos.

Igualmente, el bien común supone que el cargo público busca que su labor beneficie a todos los ciudadanos o al máximo posible, sin tener en cuenta que los beneficiarios de estas actuaciones sean ciudadanos y ciudadanas, votantes o no, de esa persona o ese cargo, o sea, supone actuar con gratuidad y altruismo.

Esta política supone un sentido vocacional donde se abandonan los intereses propios, con el objetivo de crear una sociedad mejor, o por lo menos mejorarla. Esto es el arte de la política, quizás alejado generalmente de la política real de hoy día, desviada por regir las encuestas y el marketing político.

La política con base en los dos principios señalados produce felicidad. Es luchar por una utopía, entendiendo la utopía como un objetivo realizable por el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio de todos para un bien general. Este objetivo hace ver la realidad humana de la satisfacción de ese intento por conseguir los valores de la justicia, la igualdad y la equidad.

Si queremos ver esa felicidad, esa satisfacción más concretamente, bajemos al mundo político municipal, la considerada administración pública más cercana a la ciudadanía. Felicidad es ver una ciudad más limpia, inaugurar unas viviendas públicas, la mejora del alumbrado público, la renovación del alcantarillado, etc., pues son temas que directamente producen satisfacción de los vecinos y se palpa la mejora de la calidad de vida, pero incluso en cosas de infraestructura que no se valoran, pues se entierran.

Los arreglos de las redes de agua o alcantarillado, que desde la ciudadanía no se aprecian, pero si el político que tiene la satisfacción de que sabe que ha eliminado los peligros de inundación, con consecuencias de daños materiales e incluso algunas veces los no deseables daños humanos.

Esa felicidad interior que ese político tiene por una labor que no será valorada generalmente por nadie y mucho menos en las elecciones, pero es la felicidad del deber cumplido, de mejorar la vida de los ciudadanos, aunque ellos lo olviden inmediatamente. Muchos son los servicios que solamente cuando fallan nos acordamos de ellos los vecinos.

Este ejemplo se puede ver en las otras esferas políticas, quizás menos directa pero no por ella menos importante para la sociedad. La felicidad es la gratificación legítima por el sacrificio de una labor dura.

Se puede ver a través de este artículo, cómo felicidad y política van unidas siempre que se basen en principios y valores sociales. La solución de esa separación entre política y sociedad, entre segmentos relevantes de nuestra sociedad, está en mostrar que la política se rige por principios y no por intereses torticeros de individuos o partidos.

Hoy podríamos denominar estas conductas como corruptelas, incluso algunas serían no punibles legalmente. La felicidad de un político viendo mejorar la sociedad, solucionando el problema, aunque sea de un grupo, aunque sea de esos últimos de la sociedad que quizás nunca han ido a votar, no tiene precio.

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