Esta semana he podido comprobar que en España se celebra más San Patricio que Santiago Apóstol. No tengo nada contra el patrón irlandés, pero estoy convencida de que si hacemos una encuesta entre niños y adolescentes, no saben quién es el patrón español.

Me alegra que el acontecimiento a celebrar tenga un trasfondo religioso. Aunque tal y como está la formación, seguro que los escolares creen que San Patricio es una especie de duende mágico. Un Harry Potter de la isla esmeralda que vivía en un paraíso de cerveza. Lo que saben los pequeños es que tienen que ir de verde al colegio y que los tréboles son un símbolo (seguro que no lo identifican con la Santísima Trinidad). Como siempre, hay un gran desconocimiento en nuestra ansia de importar fiestas. Y más en esta «cultura» caleidoscópica y fragmentada.

En estos días, las manifestaciones religiosas son las protagonistas. Hemos podido ver a Mónica Oltra, vicepresidenta del Consell y comunista desde los 14 años participando en la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados en Valencia. Una tradición antes de la «Nit de la Cremá». Vestida de fallaré y con emoción en el rostro. Tras confesar que cumple esta tradición desde el siglo pasado y que por ello ha sido marginada por los suyos (que reflexiones sobre quiénes son los suyos en ese caso). Seguro que comparte la particular filosofía de… «No creo en Dios pero creo si en la Virgen» (de mi pueblo, añade cada uno de los cristianos pop, según su lugar de origen).

Los retro-progres andan sumidos en el caos. De un lado, legislan para eliminar los símbolos de las creencias cristianas y denigran su significado. De otro, forman parte de las mismas tradiciones de un modo activo. Legislan contra ellos mismos. Paradójico. Tanto, como ver votar al PP de la Comunidad de Madrid a favor de los vientres de alquiler en vísperas de Viernes de Dolores. No hay que olvidar que el PC se legalizó también en Semana Santa. Es lo que tiene España: Un país de contrastes.

IB3, la televisión autonómica balear, quiere suprimir la retransmisión de la misa. Su director, Andreu Manresa dice que lo estudiará por «las abuelas que no pueden ir a la misa del pueblo». Interesante argumento. Primero, identificar que el creyente es una especie a extinguir: Anciana y rural. Segundo, por no entender lo que significa servicio público y que no está reñido emitir la misa y ofrecer también información de otras religiones (como hace RTVE). Puede que esa diatriba resida en la lengua que emplee el sacerdote. Ya se sabe, si habla mallorquín en lugar de catalán normalizado, la homilía puede acabar en motín. Los cristianos siempre han sido muy rebeldes y hay que apagar esos focos de radicalidad.

Como colofón, ha llegado la sentencia de la asaltacapillas. Algo más de 4.000 euritos por ofender un lugar sagrado. Rita Maestre debe estar compungida por lo que va a pensar su abuela. Pese a que el argumentario de su defensa «Un torso desnudo no ofende», le valdría más para que explicarle una puritana decimonónica algún cuadro del Museo del Prado. Como estrategia ante la ciudadanía, Rita debe estar sumida en un mar de dudas. Desconocemos si acudirá arrepentida a ver a Jesús de Medinacelli o al Cristo de los Alabarderos. La auténtica duda de los rojeras no es una cuestión de fe, si no de cómo hay que venderse de cara a las próximas elecciones. ¿Da más votos acudir a la procesión o boicotearla? Nos espera más de una semana de Pasión.

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