«Ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles», proclama el Jefe del Estado sobre la incertidumbre política del país. Centra su tradicional discurso de Nochebuena en apelar al «diálogo» y la «responsabilidad» y garantiza que la Constitución prevalecerá ante el desafío secesionista catalán. Elige una puesta de escena que rompe todos los cánones de la etapa de Juan Carlos I.

Llamada al orden del Jefe del Estado. Los principales líderes políticos, a quienes corresponde evitar el bloqueo institucional que se cierne sobre España, fueron los grandes aludidos anoche por el Rey en su tradicional mensaje de Navidad. Felipe VI centró la intervención en la encrucijada histórica que vive el país y que tiene su principal reflejo en la incertidumbre y fragmentación política resultante de las elecciones del domingo y en el desafío secesionista catalán. Ambos fueron los ejes de un discurso que, al contrario que el año pasado, pasó de puntillas por la corrupción, la economía y las políticas sociales.

El Monarca parece tener claro que esta legislatura supondrá para él lo que la primera (1979-1982) para su padre. Si Juan Carlos I se ganó la legitimidad con su papel crucial en la llegada y consolidación de la democracia, Felipe VI afrontará una prueba de fuego en un tiempo que se espera de profundas reformas institucionales, con Cataluña como telón de fondo. La resolución que tenga el órdago independentista puede ser el símbolo de esta época, como el fallido golpe del 23-F lo fue de la antedicha.

El Monarca cree que esta será la legislatura más crucial desde la primera (1977-1982)

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, en su calidad de líderes de los dos partidos más votados en las elecciones del domingo, eran los destinatarios principales e inequívocos de mensajes como «ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles», «[el resultado electoral] conlleva una forma de ejercer la política basada en el diálogo, la concertación y el compromiso» o «[es la hora de] sustituir el egoísmo por la generosidad». Las apelaciones al entendimiento altruista vertebraron los 13 minutos de discurso y protagonizaron los momentos más importantes: el inicio y el final.

Con todo, lo que seguramente más fuerza comunicativa desprendió fue la puesta en escena. El reinado de Felipe VI ha comenzado cargado de golpes de efecto que pretenden marcar distancias con la etapa de Juan Carlos I, asociada en su tramo final de forma inexorable con la corrupción a cuenta del caso Urdangarin. Tras retirar los títulos nobiliarios a la Infanta Cristina o imponer exhaustivos códigos de ética y transparencia en su Casa, el Rey dio otro paso más, este en el plano de lo simbólico, al cambiar el Palacio de la Zarzuela por el Real como escenario para el mensaje de Navidad. 

La explicación dada es que el Palacio Real «es de todos los españoles» y una forma idónea de reflejar aperturismo y afán integrador, pero no puede obviarse el evidente contraste que provoca el atrezzo de anoche con el de los mensajes de Don Juan Carlos. Ya el año pasado Felipe abandonó el despacho desde el que su padre se dirigía a la nación para hablar desde una sala convencional de Zarzuela y junto a la ventana, con todo lo que ello simboliza. Las distancias con el Rey emérito se marcaron también físicamente: un sofá de tamaño considerable se interponía entre el orador y la foto de este con su antecesor, ubicada en una esquina y que no apareció en pantalla hasta que se abrió el plano, hacia el ecuador del discurso.

El cambio de escenario de este año trajo consigo también la eliminación de los motivos de decoración, que en anteriores citas se analizaban con lupa. Esta vez no ha habido portaretratos a escudriñar -aunque sí imágenes familiares e institucionales del año al cierre de la emisión-, ni nacimientos, cuadros o árboles de Navidad. Sí estaban presentes en el Salón del Trono del Palacio Real la flor de Pascua y la bandera nacional. Y el belén napolitano fue mostrado al comienzo de la emisión, antes de que Felipe VI apareciera en pantalla desde el lugar empleado para «actos de Estado en los que queremos expresar con la mayor dignidad y solemnidad la grandeza de España».

Recursos comunicativos efectistas

Desde el primer momento, el Jefe del Estado comenzó a ensalzar «lo que nos une» para argumentar sus llamamientos al diálogo y el consenso, así como la defensa del sistema constitucional en relación a Cataluña. Como hace un año, su intervención estuvo acompañada de preparados movimientos con ambas manos, para enfatizar los mensajes clave. Un recurso efectista que siempre refuerza la valoración emitida.

«Tengo muchas razones para poder afirmar esta noche que ser y sentirse español, querer y admirar y respetar a España es un sentimiento profundo, una emoción sincera y es un orgullo muy legítimo» fue una de las claves, como reivindicación de una condición a veces puesta en entredicho. Además, recordó en varias ocasiones que la fortaleza del país en gran parte se basa en su pluralidad, en una diversidad reconocida «con el autogobierno de nacionalidades y regiones».

Felipe VI refuerza sus mensajes con movimientos acompasados de ambas manos e introduce autocitas para dotar de coherencia su discurso

En este punto aprovechó el Monarca para introducir una autocita, otro de los recursos comunicativos que utiliza a menudo para dotar de coherencia su discurso. La referencia a «las distintas formas de sentirse español» que hizo el día de su proclamación como Rey fue traida a colación al abordar el conflicto territorial. Lo que no hubo esta vez fue referencia velada a la reforma constitucional -presente en 2014 pero también en 2013 con Juan Carlos I y su «actualización de los acuerdos de convivencia»-, aunque sí apostó por «adecuar nuestro progreso político a la realidad española de hoy».

La nueva legislatura, que se presenta tan plagada de incertidumbre que hasta podría nacer muerta, debe, según el Rey, «asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas». Todo ello, fruto de «la voluntad de entendimiento» y de «un sincero espíritu de reconciliación».

Breves referencias a la recuperación económica, al Estado del Bienestar, al terrorismo, a los refugiados y a la «rectitud» que debe marcar la vida pública completaron un discurso que aún guardaría mensajes finales para los líderes nacionales -«nuestro camino es ya de manera irrenunciable el del entendimiento»- y al independentismo catalán -«la ruptura de la ley, la imposición de una idea o de un proyecto de uno sobre los demás solo nos ha conducido a la decadencia»-.

La solemnidad y trascendencia presentes en cada frase iban encaminadas a advertir de lo crucial del tiempo que viene. Felipe VI no habla de Segunda Transición, como los líderes de los partidos emergentes, pero parece estar convencido de que, 40 años después de superar la última, España se enfrenta a una nueva encrucijada vital: «Haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos protagonistas».

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