El photocall es un invento relativamente reciente. No sabíamos su nombre hasta hace poco más de un lustro. Es un panel con los nombres de firmas patrocinadoras de un evento ante el cual posan los invitados mediáticos, celebrities o socialité. Y ha arruinado la crónica rosa. Los cámaras y periodista se sitúan tras una línea, un cordón que los mantiene a raya. Es decir, el informador ve al famoso como a un animal en una reserva.

La crónica social se convierte entonces en una excursión pactada de turista de masas, no en un viaje de aventuras. Los famosos están como en el escaparate de un zoo. El photocall es en sí un género que no aporta nada de información. Sólo favorece a los que pagan los canápes (faltaría más, vaya mis respetos por delante) pero no permiten captar qué es lo que ha ocurrido en la fiesta ni quienes son sus estrellas.

Esta semana acudí a la fiesta de aniversario de los 5.000 programas de «Corazón de…», organizada por Vocento y TVE. Acudieron 500 personas y auténticas reinas de las portadas del papel couché como Ana Obregón, Juncal Rivero, Paloma Segrelles, Jose Toledo o Concha Velasco. Los medios concentrados en el postureo (la exposición del personaje ante el photocall) y la atención centrada en la firma del vestido o la sempiterna pregunta sobre las vacaciones centró la actividad de más de tres horas de espectáculo retransmitido en televisión.

A partir de ahí, el sin fín de famosas se perdieron entre los jardines del hotel Miguel Ángel. Ahí debía empezar la crónica: con quien se relacionaron, a quien pusieron ojitos, cuántas copas se bebieron, qué secretos desvelaron o que foto incómoda podía salir de aquellas horas de calor, champán y encuentros. Como hace la prensa rosa de medio mundo. Nadie se adentró a escuchar las cosas que se dijeron, entre ellos, los de su estirpe y ante otros invitados.

Por lo general, las conversaciones suelen ser banales en estos saraos. Alegra comprobar como la «nueva hornada» , los actores jóvenes y guapísimos de series como 6 hermanas o Acacias 38 han interiorizado ya las reglas. El peloteo entre actores supera al embadurnamiento de melaza entre presentadores, modelos y otros perfiles artísticos. Los famosos de toda la vida no sienten la necesidad de ejercer como fans de otros. Rivalizan. Pero los jóvenes demuestran una desconfianza llamativa entre sus semejantes. También queda demostrado lo endogámico (afectivamente hablando) de la profesión. Se emparejan por especies.

Pero para embriagarse del ambiente es preciso salir del cordón, infiltrarse, pegar la oreja y averiguar cómo conspiran unos frente a otros

Pero para embriagarse del ambiente es preciso salir del cordón, infiltrarse, pegar la oreja y averiguar cómo conspiran unos frente a otros, como diseñan sus «golpes de suerte» y observar miradas y gestos. No más al menú cerrado que ofrecen los eventos actuales frente a los de antaño, cuando el periodista confraternizaba con el famoso o lo espiaba sin cordones de seguridad.

Las fotografías obtenidas en el photocall sólo nos dan una actitud artificial, el personaje que nos pretenden vender y una exhibición estática como para hacer una ficha policial. Meten tripa, reparten sonrisas y quedan liberados del trato con la prensa. El único objetivo que albergan es pasar a convertirse en it-girls o it-boys (conceptos controvertidos) de personajes supuestamente carismáticos cuando nunca hemos estado tan lejos de conocerlos. Vidas imaginadas donde el periodista se dedica a construir un guión de ficción. Sus vidas reales tampoco parecen mucho más atrayentes. El famoso de toda la vida sabe dar espectáculo. El recién llegado viene sin guión y parece que nadie está por escribirlo. Murió la Dolce Vita.

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