El tercer capítulo de #FearTWD, después de que la serie haya avanzado a paso de tortuga durante sus primeros capítulos, ha empezado a ofrecer algunos destellos de lo que puede llegar a ser. Aunque pese a su notable éxito de público todavía haya motivos para albergar dudas de que, creativamente, este spin-off vaya a estar a la altura de su predecesor.

Nos encontramos a los personajes tal y como les habíamos dejado en el capítulo previo. Una familia, encerrada en una peluquería con Rubén Blades. La otra, jugando tan panchos al Monopoly en lugar de estar sufriendo, respectivamente, síndrome de abstinencia, síndrome post-traumático y adolescencia común. Los primeros se llevan todos los premios gordos: ojos de zombi a través de las verjas, pacientes acribillados por soldados que aún no saben disparar a la cabeza, pick-ups que sobreviven mágicamente a los disturbios, zombis que se aprovechan del caos para ir a lo suyo…

Lo mejor de FTWD es la capacidad de la serie de explicar con agilidad por qué una epidemia de zombis lentos es capaz de medrar. En primer lugar, en el mundo de ambas series no existe George Romero y nadie, absolutamente nadie, pronuncia nunca la palabra zombi. Es una realidad alternativa en la que el fenómeno zombi no existe y en el que las reglas no están claras. ¿Cómo voy a disparar a mi amigo cuando evidentemente está enfermo? Da igual que se acerque a mí con una mirada complicada. Si somos muy sinceros, tendremos que reconocer que ninguno entraríamos fácilmente en el juego de imaginar que nuestros amigos y familiares se han convertido en zombis. 

En segundo lugar, el que la Policía empiece a disparar a gente suele provocar disturbios, y los disturbios pueden llevar a muertes. Y nunca olvidemos que la epidemia en el mundo imaginado por Robert Kirkman no funciona sólo por contagio. ¿Te tomas demasiadas pastillas para dormir? Irónicamente, te despertarás con ganas de comerte a tu marido. ¿Te da un infarto mientras vas en una caravana llena de refugiados? Haces que la periodista húngara de las patadas parezca Ana Pastor. 

La serie, afortunadamente, ha superado la fase de «el drogadicto como metáfora del muerto viviente» y se ha lanzado a otra aventura con Frank Dillane, nuestro heroinómano residente: Promover la imagen del adicto como el duro hijo de perra egoista capaz de dejar a todo el mundo tirado para conseguir sus mierdas. Una filosofía que funciona GENIAL en el mundo post-apocalíptico. Obviamente, el protagonista no tiene mucho margen para tirarse en un sofá a ver desfilar bebés por el techo, pero desde luego tiene el punch que le falta a muchos otros de los integrantes del grupo improvisado que, tras la entrada del ejército en la ecuación, veremos establecerse a medio plazo. Creo que, en poco tiempo, descubriremos que Nick rima con Rick.

Lo que parece urgente, eso sí, es que empecemos a separar el grano de la paja. La idea de generar una enorme familia desestructurada es simpática siempre y cuando empecemos a ver a sus integrantes caer como moscas. Aunque dudo que los guionistas se atrevan, yo acabaría ya mismo con Travis Manawa, un tipo que apuntaba maneras pero que no está hecho para vivir en un mundo sin Tesla. En un solo episodio se las apaña para a) morir contagiado por una amistad mal entendida, b) provocar un lío con la Guardia Nacional por un incorrecto tratamiento de residuos zombis, c) evitar que su novia mate a un zombi. «Débil», sentencia Daniel (Rubén Blades) desde la ventana. Débil, coincidimos nosotros.

A Ofeliz Salazar (Mercedes Mason) le reservamos el derecho  de cualquier recatada cristiana con rebequita de convertirse en una guerrera postapocalíptica en la senda de Maggie, Rosita o Imperator Furiosa, y de conservar la vida al menos hasta después de perder la virginidad con el primer rudo asesino de monstruos (o asiático monín) que se le ponga por delante. Aunque su madre, por supuesto, es cebo para caminantes. Alicia tiene margen para mantener el conflicto dramático con Little Nicky, y Madison Clark aguantará unos cuantos asaltos si hace lo que debe y encuentra al niño gordo de los granos, que sigue siendo el tipo más cabal de la serie hasta el momento. La exmujer de Travis también tiene su gracia. Cuando Madison le dice aquello de «si me convierto en bicho acaba conmigo, porque mi novio es un incapaz», ella pone una carita de «¿Y por qué no ahora, que te la tengo guardada desde hace ya tiempo, golfa?», que la acredita como candidata a la supervivencia. En cambio, espero con ilusión el fallecimiento del hijo de Travis, un niño de mamá consentido y un poco cretino.

¿A favor de la serie? Por ahora no tenemos ningún personaje tan horrible como Lori o Andrea. Podemos desear la muerte a unos u otros, pero de forma puramente constructiva, para fortalecer a el grupo y eso. Pero ninguno se ha ganado aún con sus acciones la etiqueta de «cáncer oficial de la serie». Lo que no quiere decir que no estemos encantados de que algo así suceda. Además, nunca olvidemos que The Walking Dead tuvo momentos realmente muy malos. La primera mitad de la segunda temporada estuvo a punto de matarla, con capítulos que están muy por debajo de todo lo que hemos visto hasta ahora en el spin-off.

Y vosotros, ¿a quién queréis ver morder el polvo? O morder a alguien, O morder a alguien después de morder el polvo. O echar un polvo antes de morder a alguien. Hay muchas combinaciones. Se aceptan debates. ¿Os gusta la serie? ¿Queréis dejarlo ya y volver con Rick, Carol, Daryl y el resto de masmola?

 

 

 

 

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