A medio camino entre la ignorancia, la atrevida reinterpretación y la blasfemia gastronómica, son legión los extranjeros que se atreven a reproducir a su manera lo mejor del recetario tradicional español. Lo mejor, para nosotros, es que a veces se atreven también a contarlo por Internet.

Esto es verídico. Hace ya una década, mientras vivía en Bilbao, compartí piso con una estudiante alemana que se llamaba Connie. Era una gran compañera de piso (ordenada, maja…) y tenía la costumbre de traer a sus compañeros Erasmus a casa los viernes por la tarde para preparar juntos algo de cenar, tomar unas birras y (si se terciaba) salir un poco de juerga. Un viernes, yo estaba fuera, y a Connie se le ocurrió preparar una tortilla de patata como las que alguna vez había preparado yo. Huelga decir que no soy ningún cocinitas, y mi tortilla solo alcanzaría como mucho una calificación de «comestible» a ojos de un jurado exigente. Pero a Connie y sus amigos les gustó tanto que a pesar de que yo no estaba decidieron preparar ellos mismos la receta, aplicando la lógica germánica en aquellos pasos que no recordasen.

Cortaron un kilo de patata en minúsculos dados, los cocieron en agua hiviendo [«qué más da, no vamos a gastar tanto aceite»] y cuando ya no estaban crudos los mezclaron con un par de huevos batidos. La mezcla la volcaron en la sartén con un chorrito de aceite y esperaron a que mágicamente se convirtiera en una tortilla española. No hubo suerte. Cuando llegué me encontré el cuerpo del delito (una especia de revuelto de huevo y patata, mucha patata) rodeado de Connie y sus amigos, con cara de decepcionados. Les enseñé de nuevo a hacer una comestible y les dije que aunque parecían caprichosos, todos los pasos de la receta eran necesarios porque si no la receta no sería de tortilla.

La gastronomía española es popular en casi todo el mundo, si bien no está tan globalizada y comercializada como la china o la italiana, por poner dos ejemplos. Esto hace que para los extranjeros, en la práctica, o bien no sea del todo fácil encontrar recetarios sencillos de preparar, o bien no tengan a su alcance alguno de los ingredientes clave. Esto conlleva que estos guiris cocinillas (dicho con todo el cariño del mundo, que no soy nadie para presumir de buen cocinero) recurran a su imaginación o su fantasía para completar las recetas.

Con ciertas dosis de ingenuidad, buena fe e inconsciencia, estos aspirantes a Arguiñano en el exilio muestran al mundo sus creaciones. Algunos resultados son especialmente delirantes. Otros evidencian una gran imaginación, y de hecho es posible que, sin saberlo, hayan inventado una receta de un plato que esté verdaderamente rico. Pero que no lo llamen fabada ni paella, por favor. Repito, no es una burla a sus platos, seguro que yo haría mucho peor cualquier plato de su país; es comprobar, con una sonrisa, cómo el recetario no traspasa fácilmente las fronteras.

Fabada con jamón serrano y media botella de vino tinto

No se puede negar que la foto del plato tiene un colorido especial. Esta bloguera culinaria británica se hace llamar a si misma «La Alquimista de la Cocina», y cree que no necesita «cualificación» para preparar platos interesantes. Es cierto. Su reinterpretación de la fabada asturiana provocaría a un interesante ataque de nervios a la abuela de Litoral. La receta que encontró le pedía de dos a tres horas de cocción lenta de los ingredientes, pero como el tiempo es oro, «necesitaba hacerlo más rápido sin sacrificar ningún sabor». Lo resolvió en media hora.

Mezcló chorizo (parecido al cantimpalo, no de cocinar) con morcilla, algunas lonchas de jamón serrano, pimentón, y unas buenas alubias «de mantequilla». Para darle riqueza al plato, añadió un cubo de concentrado de cerdo y medio litro de vino tinto. Como ella misma reconoce «puede que no sera una comida elegante», pero dice que le ha quedado sabrosa. Juzguen ustedes mismos.

Un clásico: la paella de chorizo

Es curiosa la fijación que tienen ahí fuera con añadirle embutidos a la paella valenciana. No es solo la originalidad de un cocinillas cualquiera. Es que incluso en los estantes de los supermercados puedes encontrar alimentos envasados en los que sirven la paella con chorizo. Por si no tuvieran bastante los talibanes de la paella valencianos con las reinterpretaciones que se hacen por toda España (no os perdáis el particular top ten de El Comidista).

Surfeando por Flickr me he encontrado con Pete, un inglés aficionado a la fotografía que un día se levantó con ganas de ejecutar en su cocina el plato más universal del recetario español. Nunca antes la había preparado, y teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que no tiene el peor aspecto posible. Es la imagen que ilustra este artículo. Un poco de pollo, un poco de chorizo, y ¡Ole! ya tenemos una paella.

La tortilla de patatas púpuras que se tornaron negruzcas

Payal Vora es una estadounidense de San Francisco que publica un blog con todo tipo de recetas. La verdad es que hay platos con muy buena pinta, así que no dudo de que sea una estupenda cocinera. Sí que llama la atención, por lo extraño de su aspecto, su propuesta de tortilla española con patata púrpura y ese corte en lonchas tan grandes. Dice que le añadió también ajo y pimienta, así como unos jalapeños cortados finos y chiles verdes. Al parecer tuvo un novio español (de Zamora) que le enseñó a prepararla. ¿La probaríais?

El gazpacho que se convierte en salsa para nachos

Esta simpática bloguera, ingeniera mecánica de profesión, pasa parte de su tiempo libre publicando sus innovaciones culinarias. En su particular universor, un día descubrió el nombre del que creía que sería el hombre de sus sueños: Gazpacho. Como cuenta que le sonó «poderoso» y propio de un hombre que «es respetado y además intimidante», alguien con sombrero (!!!), pues qué mejor que homenajearle preparando esta famosa receta andaluza.

Para su primera vez, decidió atenerse a una versión «dura» de la receta, con tropezones. Como tenía pocos tomates, en vez de ir a la tienda, sustituyó los mismos por fresas [no criticaría esto, lo hacen muchos cocineros en España]. Como podéis ver, efectivamente el gazpacho tiene muchos, muchos, muchos tropezones. Quizás por esto a nuestra cocinera la receta no le funcionó en su particular «test de la sopa». Tampoco le acabó de convencer lo de tener que tomarla fría («no conozco a nadie que realmente quiera o suplique por tomar una sopa fría»). Así que, como según ella todo es cuestión de marketing, y tras combinar algunos ingredientes más, pensó «esto es lo que los tejanos llaman salsa». En este caso sí, el gazpacho pasó su particular «test de la salsa», y reutilizó el mismo para acompañar unos nachos. «Algunas cosas buenas pasan por accidente».

¿Y vosotros? Conocéis más casos de reinterpretaciones curiosas de recetas tradicionales? ¿Vosotros mismos alguna vez habéis ejecutado un plato «interesante»?

FOTO: FLICKR

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