(Aunque esta crítica no contiene spoilers más allá de los compases iniciales del film, quizás te apetezca llegar absolutamente virgen a ella para preservar el inevitable impacto. Si la has visto o sabes de qué va, adelante)

Después de obtener el unánime aplauso crítico en festivales como los de los pasados Sitges y San Sebastián, llega a plataformas de streaming como Filmin una de las películas más devastadoras y aterradoras (y de eso el cine chileno sabe un rato largo) del año pasado.

El club parte de una idea casi de cine fantástico abstracto, propio de los setenta, que no tarda en sumergirse en una realidad por desgracia tremendamente cruda y tangible: una casa en la orilla de la costa acoge a un grupo de cuatro curas católicos retirados y una monja, que viven una existencia aparentemente apacible entre rezos, actividades domésticas y el cuidado y entrenamiento de un galgo de carreras. Cuando un quinto sacerdote se pega un tiro ante ellos, abrumado por la culpa y por las aparentemente inconexas acusaciones de violación de un joven perturbado que ronda por el pueblo, la Iglesia manda a un investigador para que determine qué hacer con la casa, en realidad un rincón de penitencia para unos religiososo con un pasado muy, muy turbio.

El club rueda con un tono de interrogatorio policial y planos frontales que desnudan a los curas de cualquier subterfugio cuando cuentan su pasado al investigador (un estupendo Marcelo Alonso que da a su personaje múltiples matices). La clave para interpretar la película de Larraín está ahí: El club no es una metáfora ni una alegoría, ni una composición compasiva sobre las víctimas de la Iglesia (aquí encabezadas por otra composición soberbia, la del enloquecido e imprevisible Roberto Farías). El club es una acusación, un reproche: está diciendo que la Iglesia es un nido de pederastas, corruptos y seres que han perdido todo atisbo de humanidad, y que han destrozado (de forma irremediable, como bien apunta la interpretación de un Farías absolutamente desnortado) la vida de miles de personas con sus actividades.

Y sin embargo, El club, pese a su opresiva atmósfera de callejón físico y moral sin salida, pese a hablar de uno de los temas que más urgentemente tiene que tratar y corregir la sociedad actual, muestra compasión hacia sus monstruos. Quizás porque las demoledoras interpretaciones de Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Siekeving, Jaime adell y José Soza transpiran una certera humanidad, quizás porque detalles como el del galgo que los une a todos les otorga un alma que han perdido con sus actos. Pero El club sabe que la redención es posible. Una compasión perfectamente humana y que, parece decir Larraín, es justo la que la Iglesia católica nunca ha experimentado hacia sus víctimas.

ficha

El club
Pablo Larrain
2015

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