En 1755, un terremoto y su posterior tsunami causaron alrededor de 100.000 muertos en Lisboa y otros puntos de la península Ibérica. El entonces hombre fuerte de Portugal, el marqués de Pombal, supervisó personalmente la reconstrucción de la capital y en toda Europa empezó a despertar la conciencia sobre la necesidad de afrontar estos desastres de una forma más o menos científica.

Veinte años más tarde, las autoridades españolas ordenaron, mediante una Real Cédula, la reconstrucción de la capital del Virreinato de Guatemala (la actual Antigua, que acababa de ser destruida por un seísmo), cuya principal novedad fue el desarrollo de un nuevo urbanismo no sólo más moderno, sino mejor preparado para afrontar los terremotos. Esta desconocida labor pionera española tuvo su segundo ejemplo en 1829, cuando se pusieron en marcha nuevos planes urbanísticos antisísmicos en la ciudad de Torrevieja, en Alicante, que también acababa de quedar asolada por un seísmo.

Estos ejemplos, tan bien estudiados por el ilustre y veterano investigador Fernando Rodríguez de la Torre y por el experto sísmico español Antonio Aretxabala, nos revelan un aspecto extraordinariamente paradójico para los tiempos en que vivimos: hace 200 años había, o eso parece, más conciencia que en la actualidad sobre la necesidad de desarrollar ciudades preparadas para los terremotos. Desde entonces, en palabras del citado Aretxabala, el mundo ha vivido en una terrible “amnesia sísmica” que, en pleno siglo XXI, sigue generando terribles consecuencias, como el muy reciente terremoto del valle de Katmandú (el más grave en Nepal desde 1934), o desastres como los de Haití, Cachemira, L’Aquila (Italia), Bam (Irán), Chile o Turquía, en los que quedaron en evidencia las graves carencias urbanísticas a la hora de afrontar estos desastres.

La Tierra despierta de vez en cuando, pero el mundo sigue dormido. Más de la mitad de la población mundial actual vive en ciudades cuyo diseño, obviamente, es fundamental para afrontar los desastres naturales y superar sus consecuencias, tanto en lo que se refiere a la resistencia de los edificios como al funcionamiento de los servicios y de las infraestructuras básicas.

El 90% de los edificios de Katmandú, pese a estar en zona sísmica, no están preparados para los seísmos

Según los datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Riesgos por Desastres (UNISDR) y de la organización World Urban, el 80 por ciento de las principales ciudades del mundo son vulnerables a los terremotos y sólo el 15 por ciento de las metrópolis de los países con bajos ingresos ha desarrollado estrategias exitosas de planificación urbana y territorial para reducir riesgos.

El ejemplo más reciente y trágico es el del propio Nepal, que pese a ocupar el decimoprimer lugar en la lista de países propensos a sufrir terremotos, sigue sin estar preparado para afrontar este tipo de desastres. Según los expertos y organismos como el Centro Asiático de Preparación de Desastres (ADPC) o la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 90 por ciento de los edificios de Katmandú (con 1,5 millones de habitantes y situada en zona sísmica) se construyen sin ninguna supervisión y no tienen capacidad para afrontar los seísmos, lo cual afecta tanto a las viviendas privadas como a los colegios, los hospitales o las oficinas gubernamentales.

Un informe elaborado en 2014 por una de las principales compañías reaseguradoras del mundo, la suiza Schweizerische Rückversicherungs-Gesellschaft (más conocida como Schweizer Rück o, simplemente, Swiss Re), revela que más de 283 millones de personas en el mundo residen en áreas sísmicas.

Las más afectadas, de acuerdo con este informe, son las que residen en el llamado Anillo de Fuego, una zona altamente sísmica y volcánica en el océano Pacífico. Con cerca de 30 millones de personas potencialmente amenazadas, la zona metropolitana Tokio-Yokohama, en Japón, es, de lejos, la comunidad más expuesta. Otras poblaciones en riesgo son los 17,7 millones de habitantes de Yakarta o los 16,8 millones de Manila, seguidos  por los 14,7 millones de Los Angeles y los 14,6 millones de Osaka-Kobe, también en Japón.

No obstante, recuerda la compañía suiza, mientras que el peligro al que se enfrentan las ciudades japonesas o las norteamericanas afectadas por la Falla de San Andrés, como Los Angeles y San Francisco, es “ampliamente conocido”, no ocurre lo mismo con las regiones de Asia Central (como es el caso de Nepal) o de la Falla del Norte de Anatolia, en Oriente Medio, donde el peligro es “con frecuencia pasado por alto”.

Un terremoto de magnitud 7 podría causar un millón de muertos en Teherán

Es el caso de Tashkent, la capital de Uzbekistán, con casi tres millones de habitantes, o el de Teherán, capital de Irán (entonces Persia) desde 1775 y que se encuentra en la llamada región sismológica alpina, un área que engloba a India, Irán, Turquía y que registra alrededor del seis por ciento de la actividad sísmica del planeta.

En la capital iraní confluyen dos grandes fallas, una en el sur y la otra en el norte, y alrededor de un centenar de otras fallas menores. Según los datos recogidos por la organización británica Terremotos sin Fronteras, la ciudad fue destruida por varios terremotos en los años 855, 858, 1177 y 1830.

Por si fuera poco, Teherán es en la actualidad una megalópolis de trece millones de habitantes, la más grande de Oriente Medio. De acuerdo con un informe elaborado en 2006 por expertos iraníes y japoneses, un terremoto de magnitud siete en la escala de Richter podría causar la destrucción total de la capital y la muerte de alrededor de un millón de personas. En 2010, el gobierno del entonces presidente Mahmud Ahmadineyad se planteó, a iniciativa del líder supremo de la República Islámica, Alí Jamenei, la evacuación escalonada de la ciudad y la búsqueda de una nueva capital para el país antes de 2025.

 

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