Al inicio de la Transición, apareció un artículo en “The New York Times” calificando a Felipe González y su núcleo duro de colaboradores como “los jóvenes nuevos nacionalistas españoles”.

Fue aquel un chupinazo que trocó la desconfianza dominante en las capitales occidentales, así como de sus centros financieros, en una súbita explosión de fe, acrecentada por el XXVII Congreso, cuando el PSOE renunció oficialmente al marxismo como motor de su ideología. Se adelantó así González en 12 años al derrumbe del Muro de Berlín, que consagró oficialmente el fracaso de la dictadura del proletariado como método de Gobierno y significó el primer paso para alcanzar el crédito nacional e internacional del que aún dispone.

González había sabido transmitir a sus interlocutores políticos y mediáticos la seriedad de su empeño para integrar a España en el mundo democrático, eliminando cualquier tentación sectaria que se interpusiera. Así como su intención de no permitir que el ala radical del socialismo, por numerosa que fuese, pusiera en solfa lo que él veía como única manera para terminar con nuestros males endémicos para la convivencia. Sobre todos ellos, la injusticia social (de ahí, lo imprescindible que fue el edificar un Estado no sólo de Derecho sino también de Bienestar), la lucha de clases, los separatismos, el arraigado analfabetismo, etc. Sólo la presencia a su lado de un Alfonso Guerra jugando a hombre del saco puso a veces en peligro ese cambio de visión aludido.

Triunfó. Con sus luces y sus sombras, pero triunfó. Cierto que se apoyó en la nada desdeñable tarea previa acometida por Adolfo Suárez. Pero ello fue un mérito más de aquella clase política que cuidó de nuestra democracia, aún en pañales, frágil e inconclusa. Como ahora mismo vuelve a estarlo.

LA INACCIÓN DEL PSOE

Hoy, cuando nuestro Estado camina por una afilada cresta de montaña con un profundo despeñadero de rocas a la izquierda y un acantilado de agudos arrecifes a la derecha, el PSOE parece incapaz de reaccionar ante la desmedida y declarada ambición de un hombre, Pedro Sánchez.

Este gran fracasado forcejea enloquecido para alcanzar, por medio de una conspiración destinada a mutilar a España hasta llevarla al desguace, lo que las urnas le negaron: la Presidencia del Gobierno. Es presa de una ambición shakesperiana (con tintes, por tanto, enfermizos) Pero, al mismo tiempo, reúne astucia, capacidad de maniobra y buen ojo para seleccionar a unos cómplices con miras idénticas a las suyas: el poder a cualquier precio.

A ese sector del aparato socialista, agazapado en Ferraz y tirando de hilos que incluyen zalemas y amenazas para que los disconformes no repitan el amago de pararle los pies que hace algunas semanas protagonizó Susana Díaz, no le interesa más que un objetivo: llegar; llegar a cualquier precio.

No les importa para ello pactar con acreditados chavistas. Aquí, párense a pensar, por favor, en cómo Venezuela derivó en esas manos autoproclamadas bolivarianas (¿?). Aunque las brutales carencias del país en atención social, manejado como estaba por una casta corrupta de impresentables gorilas, algo expliquen el experimento. Pero dediquen también una reflexión a ver a dónde ha conducido ese cambio: el caos social, la quiebra del PIB, el enriquecimiento brutal de toda la militarada en el poder, la mayor inflación del mundo…Conviene recordar que ése es el modelo final que quieren para España los que serían principales aliados de un Sánchez Presidente, aunque disfracen cada vez más sus colmillos de lobo tras una máscara de inofensivo cordero que hasta utiliza bebés para confiar al personal.

PODEMOS, UN LOBO AL ACECHO

Su cambio de talante hasta el extremo de ofrecerse para vicepresidir un Gobierno de coalición obedece a unos inteligentes análisis adaptados a la realidad de hoy. Iglesias y su equipo han llegado a la conclusión de que un PSOE manejando débilmente el poder durante un breve interregno, pero sometido a su permanente chantaje –arte que dominan como virtuosos-, además de las reclamaciones constantes de partidos separatistas que los tendrán cogidos por los atributos, será flor de un día. Flor que cortarán y se comerán en cuanto sus sondeos digan a los podemitas que la opinión pública ya está harta de verse dirigida por muñegotes de ventrílocuo, y que preferirán tener el original al frente a una mala y vergonzante imitación.

¿Y qué no decir de la necesidad absoluta que tienen Sánchez y su clan de los votos favorables del PNV, cuya existencia misma sólo se justifica por su intención final de convertir el País Vasco en una entidad independiente y soberana? Y, si Sánchez traga con el condicionante vasco, habrá de negociar también la abstención del corrosivo independentismo de ERC, cuyo precio hasta el lector más lelo puede predecir cuál será, aunque en el momento de vender a la nación por 30 monedas los tratantes no lo proclamen.

En estas circunstancias, ayer, Alfonso Guerra –el radical gochista al que la palabra España casi daba sarpullidos cuando González pasó a identificarse con ella urbi et orbi– salió a la palestra, manifestando sin dejar lugar a la mínima duda su desaprobación de la animalada que Sánchez proyecta para llegar a la Presidencia. ¡Guerra! El que en la Transición daba a entender que el patriotismo se la sudaba. Hace ya tiempo que ha quedado claro que se permitía aquel lujo porque la unidad de España no corría verdadero peligro, como sí sucede hoy. Por eso hasta se mostraba entonces irónico con el nacionalismo de Felipe González.

¿SERÁ EL PSOE DEL GRAN FELÓN?

Ahí llegamos al quid de la cuestión de este artículo editorial: ¿a cuento de qué un personaje tan activo opinando durante la campaña electoral como fue González, único gurú aceptado como tal casi unánimemente por los socialistas, guarda ahora un atronador silencio ante el maniobrar de Sánchez, cuyo éxito demolería una sociedad que él tanto contribuyó a construir?

Ya dio alguna muestra de desagrado ante sus primeros amagos de formar eso que él llama “Gobierno de progreso”. Pero, súbitamente, se ha callado. Y así sigue. Con todos a la espera de ver si envía un mensaje rotundo al comité federal del PSOE del día 30, diciendo algo como: “Ni de coña dejen seguir a Sánchez por ahí, busquen otro camino”.

Sabiendo lo que piensa de la tóxica sopa de letras imaginada en el búnker de Ferraz, la perseverancia en ese silencio sólo puede responder al temor de que Sánchez y sus seguidores se lancen, como represalia, a una campaña contra él por haber utilizado las llamadas “puertas giratorias” y devenir en un reputado bróker que se ha labrado una más que regular fortunita.

Si es así, cometería un lamentable error, impropio de su estatura como hombre de Estado. Los españoles conocen de sobra que, retirado de la política activa, ha sabido ganar dinero. Es lícito –aunque algunos sostengan que no ético, pero eso lo hacen según su boca sople vientos en una u otra dirección- y archisabido. Poco daño pueden hacer por ahí a su imagen.

Sí se lo hará, en cambio, el que Sánchez se salga con la suya y España se vaya al quinto carajo como consecuencia de su atronador silencio.

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