Se ha convertido en una realidad: Donald Trump podrá ser presidente de Estados Unidos. Pero dicha realidad está mucho más cerca de una ficción, casi televisada, que no deja indiferente a nadie.

Trump parece una invención, algún tipo de personaje de un cómico popular decidido a satirizar a los ricos hasta niveles que sobrepasan la credulidad del público. El problema es que no es ficción, es una persona real con comportamientos irreales y una notable tendencia a hacer el tonto en televisión, además de una forma de hablar y un peinado tan característicos que casi cualquier cómico tiene su propia imitación. Está tan habituado a aparecer en los medios y salir en televisión que podemos incluso trazar su historia a partir de estas intervenciones.

Convencer a la gente de que Donald Trump es una persona real es complicado incluso pudiendo contar su historia. Es cierto que en estos momentos, entre la ruptura de relaciones con la NBC que ya contamos y el resto de sus problemas de relaciones públicas desde que decidió finalmente presentar su candidatura a la presidencia estadounidense, está mucho más presente. Pero en realidad siempre parece haber estado ahí. Y casi nunca como ejemplo de nada en absoluto.

Podríamos empezar diciendo que Trump se hizo a sí mismo. Solo que nos estaríamos refiriendo a su padre, Fred, hijo de un matrimonio alemán, los Drumpf, que llegaron en 1885 a Estados Unidos a trabajar en hoteles y restaurantes durante la Fiebre del Oro de Klondike. Fred fue un trabajador de la construcción que en cuanto tuvo oportunidad se pasó a la creación de promociones inmobiliarias, creando pisos baratos primero y pasándose después a los de lujo, amasando por el camino una fortuna de cientos de millones de dólares antes de cederle la dirección de la compañía a su hijo Donald.

A partir de ahí Donald puso en marcha su estilo de dirección que se centraba en crear grandes edificios buscando deducciones de impuestos. Lógicamente siempre estuvieron protestadas por la competencia e incluso legisladores, además de demandar a la gente siempre que tenía oportunidad, incluyendo uno contra el gobierno por haberle llamado la atención. ¿El motivo? El Gobierno le acusaba de negarse a alquilar propiedades a gente que no fuera blanca incluso aunque tuvieran dinero. Todo eso aún en los años 70, a finales de los cuales se casó con la modelo y deportista checa Ivana Zelníčková conocida a partir de entonces como Ivana Trump y responsable parcial del éxito de la compañía. Primero se dedicó al diseño interior de la Trump Tower y luego se encargó de la dirección del Trump Castle Hotel and Casino cuando decidieron entrar en el negocio del juego en Atlantic City. Tras eso la pondría a dirigir el Hotel Plaza, entonces joya de la corona de las propiedades de Trump mientras él se encargaba de negociar la compra del Taj Mahal Casino. Junto a estos movimientos iba desatándose su ego, que le llevaba a comenzar con una carrera de apariciones públicas.

Su primera gran irrupción

La primera aparición de Donald Trump en televisión sería en 1985, interpretándose a sí mismo en un capítulo de Los Jeffersons. A partir de ahí se interpretaría en numerosos ocasiones: en menos de dos años en la miniserie Conquistaré Manhattan, y para finales de la década participando en la sección de consejos breves de la NBC The more you know e incluso le dio tiempo a aparecer en el Club Disney. Lamentablemente aparecer en televisión se le daba mejor que los negocios o el matrimonio. A principios de los 90 su mujer descubrió que estaba teniendo una aventura y provocó un extenso y sucio divorcio multimillonario, tanto que incluso con el cierre del mismo en 1992 se pasaron una década pleiteando por cosas como el uso de The Donald, el apodo que Trump usaba para referise a si mismo. Todo esto se unió a los problemas en sus negocios en cuanto no estuvo Ivana por medio. La bancarrota del Taj Majal fue toda una opereta cómica, primero demandó a un analista que avisó de lo que iba a pasar, logrando que le echaran de su firma. Esto no sirvió para nada porque acabó entrando en bancarrota de la que solo se salvó cuando Trump cedió el 50% de sus acciones permitiendo, eso sí, que el analista demandara -y ganara- por las falsas acusaciones. Sería solo la primera de las varias veces que entraría en bancarrota tanto sus casinos –varias veces como sus hoteles o su división de entretenimiento.

Por supuesto, esto no impidió que Trump siguiera yendo a la suya. Lanzó su propio juego de mesa similar al Monopoly y realizó apariciones en las emisiones de lucha libre, dentro de la World Wresting Federation (Ahora WWE) dirigida por su amigo Vince McMahon, apareciendo en el Late Night de Letterman o el programa de Howard Sterne. Pero sobre todo lo hizo en muchas producciones de ficción: la miniserie basada en una novela de Jackie Collins: Lady Boss, las películas Los fantasmas no pueden… hacerlo, Solo en casa 2 o El Pepinillo, además de varias obras de Whoopi Goldberg como Eddie o Cómo triunfar en Wall Street, y, por supuesto muchas series: Los días de nuestras vidas, Hart to Hart, La niñera, Spin City, De repente, Susanincluso El príncipe de Bel Air. Y más extraño aún, en la serie de superhéroes Night Man apareció dos veces. A veces incluso no como él mismo, en la adaptación de The little rascals era el padre de uno de los niños y en su aparición en la serie Sabrina, cosas de brujas fue Daniel Ray McLeech.

A su vez las parodias empezaban a ser habituales, en el Saturday Night Live primero Phil Hartman y por último Jason Sudeikis, pero sobre todo Darrell Hammond le encarnarían en múltiples ocasiones a lo largo de las décadas. Y eso que aún estaba por llegar su momento de mayor impacto televisivo. Llegó a un acuerdo con la NBC, primero con sus productos de concursos de misses, el Miss Universo y el Miss USA (sí, no era Miss América así que sacó la versión barata y tampoco es la única, que ahí andan Miss World America, Miss United States International y Miss Earth United States). A a partir de ahí fue contactado por la cadena para unirse en 2004 como imagen de un reality creado por Mark Burnett: The Apprentice. Esto le sirvió para lanzar su propio programa de radio ese mismo año: Trumped!. Todavía hubo más con The Celebrity Apprentice, ambos orientados a vender, como los libros que llevaba escribiendo regularmente desde finales de los ochenta, su idea de un gran gestor que podía convertir en brillantes ejecutivos a sus concursantes.

En realidad, como todo con Trump, se trataba e una sucesión de golpes de efecto y pocas técnicas empresariales fiables pero con un mínimo de utilidad gracias a muletillas tales como el Estás despedido con el que despedía a los concursantes eliminados. En 2005 sacaron una versión del mismo programa con la recién salida de la cárcel Martha Stewart, pero sin éxito. Trump siguió como figura central y en 2008 logró el puesto de productor del programa a la vez que lanzaba junto a Burnett la versión con famosos que competían para ganar dinero para obras de caridad en The Celebrity Aprentice. Algo que sirvió para cosas como que Trump volviera a lanzar su juego de tablero e incluso un reality de citas, Donald J. Trump Presents The Ultimate Merger, que en su primera temporada -de las dos que llegó a tener- contó con una de las concursantes más famosas que pasaron por su versión celebrity: Omarosa.

Llega el nuevo siglo

Su fama en los 2000 le sirvió no solo para salir en la televisión, sobre todo en la WWE en donde llegó a protagonizar en 2007 la Batalla de los Billonarios dentro el Westrelmanía 23, donde McMahon y él eligieron cada uno a un luchador para que se batiera por la primacía, con el resultado de que el billonario perdedor sería rapado en directo. No fue su única aparición. También se hizo brevemente con la empresa en otra trama y, en general, siempre que McMahon le ha necesitado él ha aparecido por ahí, lo que le ha valido para acabar siendo incluido en el Salón de la Fama de la competición. Pero, sobre todo, para lanzar una carrera política que llevaba años acariciando

Lanzó globos sonda sobre su posible cambio de carrera en 1988, 2004 y 2012 para las presidenciales y en 2006 y 2014 para las elecciones a gobernador del estado de Nueva York. Algo casi con tanto sentido como sus propios movimientos ideológicos. Hasta 1999 militó con los Republicanos, ese año se acercó a uno de los terceros partidos, el Reformista, en el que duró hasta el 11-S, despúes de esa fecha se pasó a los Demócratas en donde estuvo el resto de la década hasta la llegada de Obama que le hizo cambiarse de nuevo. Esta vez pasó a no militar en ningún partido declarándose Independiente, al menos hasta que en 2012 decidió que volvía a las filas Republicanas que «eran quienes más le necesitaban». En el camino hubo multitud de gestos que parecían estar buscándole un punto de partida para su carrera política pero que al final le frenaban hasta el punto de que su postulación y posterior autoexclusión se convirtieron en poco menos que un running gag de la vida política norteamericana. Algo que se vivió especialmente durante la presidencia de Obama.

Es difícil decir que Trump es racista ahora. No solo porque ya hemos visto que desde los años 70 parecía claro que lo era, sino porque podría estar unido también a factores de clase. En cualquier caso, estamos hablando de un millonario que durante los años 80 pagó de su bolsillo un anuncio en varios periódicos pidiendo la pena de muerte -bueno, primero su reinstauración y luego la muerte- de los conocidos como Cinco de Central Park. Estos luego quedarían libres de toda sospecha gracias a pruebas científicas que demostraron que la confesión realizada por un ciudadano anónimo era cierta y él era el único culpable. Cuando alguien se lo señaló a Trump -la siguiente vez que se metió en una parecida- respondió con una variación del ‘algo estarían haciendo’.

Todo esto sirve de contexto para uno de los momentos más ridículos de la vida pública de Trump, por difícil que sea creerlo: cuando exigió que Obama enseñara su certificado de nacimiento por no considerarle ciudadano estadounidense, mandando -dijo él- investigadores a buscarlo. Una reivindicación del ala más racista del Tea Party que parecía no creer en la posibilidad de que Obama fuera americano. Por supuesto la historia -de plató de televisión en plató- continuó con Trump presentando su propio certificado -si es que lo era-, diciendo que Obama no lo mostraba porque demostraría que era musulmán y, cuando finalmente Obama se aburrió de las quejas y lo mostró, diciendo que no estaba seguro de que no fuera una falsificación. Él es así.

Los malos años ya habían llegado

Esto llevó a varias broncas igual de mediáticas. Una contra Bill Maher después de que el cómico dijera que él daba dinero si Trump demostraba que no era un orangután, algo que hizo exigiendo a Maher que pagara a cambio el dinero ofrecido. Otra contra Seth Meyers, encargado el año 2011 de oficiar la Cena de los Corresponsales de 2011 en la Casa Blanca, en la que tras todo el lío del certificado primero Obama y luego Meyers se dedicaron a mofarse de Trump, que estaba ahí presente, en buena parte de sus intervenciones. Esto llevó a un mosqueo evidente por parte de Trump que ha durado años  y con el que Meyers parece pasárselo muy bien. No solo con cómicos se ha enfrentado, también contra Rosie O’Donnell, aunque en este caso por su forma de manejar los concursos de belleza. En realidad llega un momento en el que uno se pregunta si ha dejado alguien sin demandar teniendo en cuenta su historial.

Claro que su comportamiento se extiende a los negocios y de ahí afecta a otros campos. Por eso, cuando Trump decide hacer cosas como ofrecer 7,5 millones de dólares para que no se abriera una mezquita en los restos de las Torres Gemelas, demanda y discute con periodistaspolíticos publicaciones para que digan que él no es tan rico como dice ser, niega la mayor con sus numerosos problemas empresariales y declara que como él en persona nunca ha estado en bancarrota – aunque llegara a deber 900 millones de dólares. Otra opción es, simplemente, que demanda gente porque considera que le irá mejor a su negocio. Sea encerrando entre vallas a un matrimonio que le estropeaba las vistas en un movimiento que le llevó a comparaciones desfavorables con Montgomery Burns o directamente contra toda Escocia por no dejarle hacer con sus campos de golf lo que él quería – saltarse las leyes- y es que por muchos artículos absolutamente memorables que se escriban sobre Trump, siempre se queda uno con la duda de si realmente ha podido pasar.

En realidad no es tan extraño ver en todo tipo de publicaciones (del New York Times a Cracked, de Buzzfeed al Los Angeles Times, pasando por Flavorwire, VultureDeadline, el AV Club o el Washington Post) tienen extensos archivos con sus andanzas. Algo que hace dudar hasta qué punto es autoconsciente, como demostró en 2011 cuando se prestó a otra aparición televisiva más, una especial, eso sí, porque esta vez era para que el Comedy Central le realizara un Roast en el que atacar y ser atacado para mostrar cierta capacidad de autoparodia y tratar de mejorar su imagen. Algo casi imposible.

Entre otras cosas porque tantos comportamientos ya han ido más allá de las parodias para producir un nuevo tipo de obras audiovisuales. Por un lado el documental, como You’ve Been Trumped, en el que se mostraban sus técnicas sucias para la construcción de campos de gol en Escocia. Además tuvo un plato extra de polémica cuando Trump intentó impedir que la BBC lo emitiera. Posiblemente porque esperaría que echaran en su lugar su más reciente creación, Donald J. Trump’s Fabulous World of Golf, en el que, bueno… Donald Trump… juega al golf… mucho rato. Mientras tanto el canal Spike Tv lleva los últimos años preparando la adaptación del libro The war at the shore en el que se hablaban de sus broncas con otros millonarios por Atlantic City.

Y llegó la presidencia

Todo esto, por supuesto, antes de saltar como candidato a la Presidencia de Estados Unidos por parte de los Republicanos. Esta vez parece que sí. Aunque fuera inmediatamente respondido por Stephen Colbert, claro. Trump es una gran fuente de diversión. Sobre todo porque no se para a pensar lo que está diciendo. Así, el último capítulo -de momento- de sus broncas mediáticas comenzó cuando dijo que los mexicanos que iban a Estados Unidos no eran los mejores sino gente con problemas «están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores», causando el esperable caos.

La polémica surge no solo porque el segmento latino de población es cada vez mayor en Estados Unidos, además se están convirtiendo en una de las principales bisagras políticas y su consumo es cada vez más importante para los medios también. De manera que no es extraño que la NBC decidiera romper relaciones -aunque no tan radicalmente como parecían querer hacernos creer. De hecho se rumorea que podrían estar preparando un The Celebrity Apprentice con un miembro de una minoría como cara visible. Esto ha propiciado que el millonario se queje de que el trato que le estaban dando era peor que el recibido por el presentador Brian Williams con el que había estado enfrentado en el pasado. Y sorpresa, aprovecha ara llamar mentiroso- y amenazaba para, claro, asegurar que les demandaría o que Televisa, Carlos Slim y Univisión llevando a Trump a quejarse de la ruptura y decidir actuar como siempre, demandando por 500 millones a Univisión. Todo esto mientras buscaba otra cadena para sus concursos de misses –parece que acabarán en Reelz– mientras los que allí trabajaban aprovechan para escapar como pueden y van rompiendo con él incluso las grandes marcas americanas.

Mientras tanto sus rivales a la candidatura por el partido republicano parecen no saber qué hacer. La mayoría se han mantenido en silencio y solo alguno como Ted Cruz se ha atrevido a salir a defenderle. Un movimiento arriesgado que sin duda echarán en cara a Cruz sus oponentes en el futuro, incluso considerando que ahora mismo parece que el primero en las encuestas para ser candidato es, inesperadamente, Trump. Aunque esas encuestas dan muchas vueltas – en 2012 llegó un momento en el que todos los contendientes que seguían apareciendo en los debates las habían liderado alguna vez- nos sirve para hacernos a la idea de la capacidad de seguir como si tal cosa de Trump.

No tiene utilidad al ser alguien que es a la vez su parodia y su marca, algo que podría explicar que cuando se presentó de una vez a presidente saliera Sarah Palin a decir lo mucho que le gustaba su candidatura. Y es que Trump tiene la capacidad de realizar comentarios y metidas de pata casi sin parar propiciando grandes historias de manera regular -hemos incluido muchas y más han quedado fuera, como su teoría sobre las mafias en los casinos indios. Y esto hace que se mueva en unos niveles casi simbólicos. No nos extraña cuando leemos sus declaraciones y pensamos que sus abuelos fueron inmigrantes alemanes, su madre fue una inmigrante escocesa y su primera mujer era una inmigrante checa. Ni cuando responde sin dudas que le gustaría llevar de vicepresidenta a Oprah pese a que esta sea Demócrata, uno de los mayores apoyos de Obama entre el mundo del espectáculo estadounidense. Y, por supuesto, muy sensible a todos los asuntos de diversidad racial y sexual que Trump destroza de continuo. Pero el poder simbólico es superior a la mera locura de formularlo. Y a estas alturas Trump ya es casi más un personaje de la ficción americana.

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