Susana Díaz tiene un plan para ganar la guerra civil en el PSOE, hacerse con las riendas del partido y convertirse en la primera presidenta de España.

La noche del pasado 20-D, ya con los resultados definitivos de las elecciones, Susana Díaz se puso en contacto telefónico con Pedro Sánchez  (ver el scoop de SABEMOS el 21-12-2015) y le transmitió dos  mensajes destinados a facilitar la salida del laberinto en que el inviable voto recolectado había metido a España. Uno) bajo ningún concepto debería cerrar acuerdos con formaciones que encarnan el desguace mismo del Estado para garantizarse él la Presidencia del Gobierno; y dos) inmediato inicio de contactos discretos con el PP para tantear la existencia de condiciones razonablesdictadas por el patriotismo y el superior interés nacional” para permitirle gobernar a partir de la tercera votación, siempre y cuando Rajoy olvide su técnica de ordeno y mando y ponga por escrito los puntos que la socialdemocracia que Díaz quiere encarnar considere líneas rojas. Solo si el gallego no entraba en razón, se iría a nuevas elecciones; pero enarbolando poderosos argumentos y con un PSOE con la imagen rehecha en parte por su buena voluntad frente a la mezquindad de la derecha.

Cuatro pesos pesados de autonomías donde los socialistas gobiernan  empujaron a Susana a este paso del Rubicón digno de un Julio César en su mejor forma, que el propio Felipe González venía sugiriéndole desde hacía semanas como plan B, a causa de los pésimos vaticinios de las encuestas. Y por las reiteradas expresiones de inquietud que al ex Presidente le había trasladado un Felipe VI cada día más inquieto sobre la crecida de Podemos y el galimatías que tiene por socios, así como por la previsible ingobernabilidad a la que el país parecía encaminarse a pasos de gigante.

Sánchez se la “mete doblada”

Los acontecimientos se precipitaron en los días siguientes. Quedó claro que el creciente criterio de un importante sector de la cúpula socialista era que Sánchez, por un aventurero y desesperado impulso nacido de su convicción de que no tendrá otra oportunidad para tocar poder si deja pasar ésta, podría (y puede) arrastrar a España a una situación inviable intentando formar Gobierno en alianza con Podemos, Izquierda Unida y grupos separatistas o antisistema con declarado objetivo de demoler el Estado español.

Llovía sobre mojado. No hay que olvidar, y un cercano colaborador de Díaz se preocupó de recordárselo a este periódico, que La Sultana –así la conocen en ciertos círculos sevillanos de cuyos afectos no goza- ha aprendido a no dar la espalda a Sánchez “una vez sufrida su primera traición, a causa de la cual aún lleva la albaceteña clavada a la altura del riñón”.

Afirman que la felonía se la hizo cuando, al no producirse la aclamación a nivel nacional que ella esperaba pidiéndole liderar a todos los socialistas y sí cuajar la alternativa de unas primarias en las que no podría participar sin faltar a la reiterada palabra dada a los electores que la exaltaron al caudillaje andaluz, optó por tratar con Sánchez.

De ahí vino el apoyarle en el choque de trenes contra el favorito, el vasco Eduardo Madina, y las consiguientes contrapartidas. Es en este último punto en el que la fuente de SABEMOS asegura que se produjo la emboscada: el acuerdo cerrado consistía en que Sánchez sería secretario general pero no se proclamaría por su cuenta y riesgo candidato a la Presidencia de la nación en las siguientes generales. Eso quedaría para otro momento, y a tratar con Díaz en otra mesa distinta.

Díaz sabía que Sánchez, cuyas experiencias políticas máximas eran una concejalía y una curul en el Congreso de 2008 a 2011, llegaba a tan alto puesto prácticamente desnudo y sin equipo,  por lo que -contra la inveterada costumbre de los políticos que se conocen poco, o demasiado bien, de no fiarse unos de otros- creyó a pies juntillas en la palabra del madrileño.

Una “guardia de hierro”   

Obtenido el puesto ambicionado, Sánchez se rodeó con insólita velocidad de un pequeño círculo de apparatchiks de escasa monta pero con hambre voraz de pisar moqueta y encabezados por uno de los hombres más controvertidos, enredadores y correosos de Ferraz, César Luena –según unos, una agresiva y torpe máquina de triturar carne para quienes se oponen a sus designios; según otros, inteligentísimo, táctico de primera y virtuoso en el uso del sarcasmo desde el elevado concepto que tiene de sí mismo.

Pero en los asuntos de la guerra y del querer prácticamente ningún territorio se libra de las bombas. A orillas del Guadalquivir empezaron a acusar también a Begoña Gómez, la atractiva y agradable, según muchos, esposa de Sánchez, de dar caña fina al marido para animarle a plantar cara a la presidenta andaluza y llegar, llegar como sea a La Moncloa. También algunos dirigen frases torticeras contra la actividad a la que se dedica en su consultora Task Force. Hay que reconocer que la traducción (“Fuerza de Combate”) se las trae.

Se averiguó que Begoña es experta en fundraising, término cuya definición más asequible es “conjunto de actividades para captar y gestionar fondos y bienes de personas, empresas, fundaciones y Administraciones Públicas con destino a finalidades no lucrativas”. Los destinatarios de estas colectas son generalmente asociaciones y fundaciones, aunque también se aplican sus técnicas en el ámbito de lo político. Y, como la gente es muy mala, se ironizó con ello. Pero la campañita, falta al parecer de base, amainó enseguida.

Unos días después de elegido el nuevo secretario general –en gran parte, gracias a los esfuerzos de la lideresa andalusí-, llegó desde orillas del Manzanares a sus oídos, con el fragor del trueno en medio de una agosteña mañana azul, la proclama unilateral de Sánchez anunciándose como el hombre que, desde la izquierda democrática y por mandato popular, expulsaría a Rajoy de la Presidencia de España. Poco faltó, en aquel momento, para que la incredulidad  provocase a Díaz un irreparable colapso. Le habían hecho una estampita, un tocomocho, un gato por liebre; algo parecido a lo que ocurría en las películas sobre la España de su época que interpretaban Antonio Garisa, los hermanos Ozores y Tony Leblanc.

Por muchos recados que mandó, en directo o a través de mensajeros, para que el recién aterrizado rectificara, Díaz sólo encontró oídos sordos, bocas cerradas, y, eso sí, vía medios, muchas expresiones de afecto y admiración. Poco a poco, se dio cuenta de que con aquellas constantes muestras de malhumor no sacaba nada más que sonrisas y codazos, y cambió de estrategia. Se dedicó a ser también encantadora en muecas y silencios, pero se negó a dar un solo paso electoral u organizativo a favor de Sánchez. Pero en aquella coyuntura tan propicia  al gran triunfador su hosquedad le importó un pito, con un Luena susurrándole al oído que a los vencidos, ni agua.

Susana no es inocente

Tampoco es que tengan razón los que se empeñan en ver a Sánchez como un villano de cuento que se ha aprovechado de la presunta ingenuidad de Susana Díaz. La andaluza, según numerosas fuentes que mantienen un trato frecuente con ella, siempre ha tenido Ferraz y La Moncloa entre ceja y ceja. Pero su más que fino instinto para medir los tiempos que exige el arte de la política –como cuando se esfumó su sueño de una  “Operación De Gaulle” con los dirigentes desfilando por Sevilla en vez de por Colombey-Les deux Eglises,  para suplicarle que aceptase la Secretaría General-  le llevaron a la conclusión de que optar como uno más en las primarias convocadas para relevar a Alfredo Pérez Rubalcaba le haría perder su aura de triunfadora in péctore, transformándola en una pretendiente más. Decidió que no tocaba.

E igual que dejó correr el turno también estimó que -por biografía, enjundia política, respeto y aprecio de la vieja guardia, aunque no sea un portento de seducción en el cara a cara con la gente– Eduardo Madina era más peligroso en la Secretaría General que Sánchez para sus planes de futuro.  Esos planes de futuro no fue contándolos, evidentemente, urbi et orbi, pero, entre que su corte es numerosa y que los miembros de la misma guardan una discreción relativa, media Sevilla y buena parte de las otras federaciones andaluzas estaban al tanto.

Su diseño era simple y rotundo, como debe ser toda operación de poder con objetivos claros: Sánchez, para la Secretaría General (lo que debería llenar más que sobradamente las ilusiones de alguien que ella veía tan liviano, al parecer con razón), un segundo cordero pascual para sacrificarlo en el altar de unas elecciones perdidas de antemano, y, luego, congreso extraordinario de reunificación, en el que sería proclamada nueva secretaria general y candidata a la Presidencia. Contra un Rajoy en plena prejubilación y un PP más sacudido que las columnas del templo por los colosales brazos de Sansón.

El plan

Y hete aquí que cuando, por la maniobra trapacera de Sánchez –según los seguidores de “la jefa”, como también se la conoce- y el surgimiento de dos nuevos, y evidentemente inoportunos, partidos políticos, Podemos y Ciudadanos, todo este cuidadoso plan estaba a punto de irse al diablo, el resultado del 20-D recoloca las cosas casi exactamente en su lugar: Susana clava esta vez los pies en el légamo mismo del Rubicón separador, dispuesta a ponerse a la cabeza de una tropa de bravos líderes regionales y locales de su partido, forzar el brazo del aparato de Luena celebrando el congreso partidario en la fecha prevista, tomar el control en Madrid, devolver a Sánchez a la irrelevancia –buscándole un empleo, si es necesario, para no dejarlo en el paro-, y realizar su estrategia. Más o menos, la que ya había previsto. Con la salvedad alternativa de que Sánchez acepte ponerse a negociar en serio con el PP su abstención en tercera o cuarta votación, lo que ya se descarta.

Primer paso, la Secretaría General y una Ejecutiva afín, con sentido patriótico y responsable, que tenga claro que las victorias pírricas y mal fabricadas conducen a contundentes derrotas posteriores. No interesan.

Segundo paso, que el centollo gallego termine de cocerse en su jugo, pueda irse del poder con relativa dignidad y se dé así una lección al mundo de que en España las cosas también se pueden hacer civilizadamente. Utilizar también ese tiempo para plantar cara a Pablo Iglesias y su Podemos (más los innumerables grupos afines), enseñándole que incluso para ser un gran demagogo aún le queda mucho camino hasta llegar a su altura.

Tercer paso, aprovechar los nuevos mandamases el año de gracia que cuentan brindarle a la derecha para potenciar a tope la imagen de Susana Díaz como dirigente de nivel nacional. Y hasta internacional, para lo que contaría con la inestimable ayuda de Felipe González. Y también, aunque mucho más solapada, la de Felipe VI.

Cuarto, dejar claras las condiciones para darle ese respiro a los populares: A) Duración de ese Gobierno: un sólo ejercicio presupuestario, B) Inicio inmediato de conversaciones para establecer las bases de una reforma constitucional que entrañe sin tapujos una estructura federal del país (o algo que suene parecido) C) Reforma inmediata de la Ley Electoral, en el sentido de valorar cada voto en pie de estricta igualdad, independientemente del lugar geográfico en que se produzca, con lo que se terminaran los grandes privilegios que tienen los nacionalistas.

De cara a unos nuevos comicios para finales del 2016 o principios de 2017, Díaz considera que un débil y asaz desprestigiado Rajoy resulta mucho más conveniente para un asalto al poder de los socialistas. Una vez hecho, bajo su responsabilidad directa, el trabajo sucio de la reforma constitucional y de la Ley Electoral. Y no teniendo que dedicarse a demoler unas reformas económicas que, en el fondo, sabe ineludibles para no convertir a España en un apestado internacional. Lo que Sanchez ha estado prometiendo un día sí y otro también.

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