El escritor polaco Stanisław Jerzy Lec reconocía en su libro Pensamientos despeinados que “es más fácil llamar puta a alguien que serlo”. Más razón que un santo. La facilidad se ha hecho tradición y ésta ha creado escuela. Son legión los que optan por lo fácil y convierten su boca en un enorme bocaza.

Hemos debido hacer algo realmente malo en otra vida, o varias cosas imperdonables en todas las vidas posibles,  para tener que soportar lo que soportamos y encima pagar por ello. Espectáculos fáciles lo llamaría Jerzy Lec.

Es la historia de una chica que decidió despelotarse, sujetador en ristre, en mitad de una celebración católica en la capilla de una universidad pública, al grito de “vamos a quemar la Conferencia Episcopal, por machista y carcamal”, “menos rosarios y más bolas chinas» o “contra el Vaticano, poder clitoriano”.

Muy machadiano todo, pura prosa.  A los pocos meses, la chica de nombre Rita se convierte en portavoz del Ayuntamiento de Madrid, la denuncian, se juzga el caso y la condenan a pagar 4.320 euros por asalto a la capilla de la Universidad Complutense. Ella recurre , su recurso de apelación es impugnadoy la fiscal escribe: «Es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse allí el Sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra su Dios, implica un ánimo evidente de ofender”. Guerra partidista de texto y contexto, tergiversaciones interesadas del concepto de libertad de expresión, y horas y horas de tertulias en los medios.

Y lejos de acabar el culebrón barato que nos acompaña mientras el personal está en los problemas reales, aparece el partido político de la mujer despelotada y decide responder: “Somos putas, señoritas, bolleras, pescaderas… Seguimos siendo las brujas que no pudisteis quemar. Somos y seguiremos siendo libres”. Todo muy lírico, muy lorquiano… Aunque quizá es que han dejado ya de un lado a Kant,  se han lanzado a descubrir a Nietzsche y le han encontrado diciendo aquello de que “las prostitutas son honorables porque así no atan al hombre con el matrimonio” y que «una población de obreros necesita buenas casas de putas”.

¿En serio tenemos que soportar a toda esta tropa, a unos y otros? ¿En serio todavía estamos con la retahíla de tu puta y tu más, de quemar iglesias y quemar brujas? Qué cansinada… Sí, ya sé que la palabra no existe, pero en vista de que algunos, en este caso algunas, no dejan de repetir las mismas palabras y expresiones una y otra vez, habrá que comenzar a inventar vocablos nuevos para que, ya que el bochorno y la vergüenza ajena es inevitable,  al menos abramos nuevos horizontes semánticos y andemos entretenidos. ¡Señor, qué cruz!… y que conste que es una expresión popular, que a la que te descuidas y te dejas llevar por el refranero popular, enseguida sale alguien a acordarse de la profesión más antigua del mundo y enarbolar la bandera del pirómano encubierto.

¡Qué obsesión por las putas y los pirómanos! Como en la próxima encuesta sobre las profesiones más demandas y con más futuro en España no aparezca la de putas y pirómanos, estará claro que este tipo de escrutinios no se hacen a pie de calle.

Y vamos de mal en peor, porque esta obsesión en forma de improperio solía salir de bocas masculinas, pero ahora se ha convertido en un mantra también en bocas femeninas… Como mujer, estar con puta para arriba y puta para abajo, me satura, como persona me repugna y como ciudadana me aburre y avergüenza a partes iguales.

Puede que el tiempo nos salve y nos redima. A ver si la lluvia que nos inunda estos días logra enfriar el ambiente, apagar fuegos, aunque sean de artificios – los favoritos de nuestros políticos, algo normal teniendo en cuenta que casi no hay problemas reales lo suficientemente serios para solucionar –y dejar a los pirómanos, estén donde estén y ejerzan la profesión que ejerzan, sin gasolina. Por la salud mental de todos.

Y dicho esto, lean esto que escribió García Márquez, que al igual que dicen los que escuchan las canciones de Carlos Gardel y aseguran que cada día canta mejor, el genio colombiano cada día escribe mejor: “Para los forasteros que llegaban sin amor, convirtieron la calle de las cariñosas matronas de Francia en un pueblo más extenso que el otro, y un miércoles de gloria llevaron un tren cargado de putas inverosímiles, hembras babilónicas adiestradas en recursos inmemoriales, y provistas de toda clase de ungüentos y dispositivos para estimular a los inermes, despabilar a los tímidos, saciar a los voraces, exaltar a los modestos, escarmentar a los múltiples y corregir a los solitarios”.

Sí, lo sé, no tiene mucho que ver, pero al menos leemos algo bueno, que para algo están los domingos lluviosos. Para saborear Cien años de soledad. Aunque quizá vendría mejor deleitarse con la última novela del gran Gabo, Memorias de mis putas tristes y dejarse llevar por Rosa Cabarcas, por Delgadina, y por el hombre al que sus alumnos llamaban Profesor “Mustio Collado” y que el año de sus noventa años quiso regalarse una noche de amor loco con una adolescente virgen… Con un poco de nivel y buena prosa, todo suena mejor.

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