Cuando se estaba redactando el programa electoral socialista de 2004, elecciones que llevarían a Rodríguez Zapatero a la Moncloa, el “encargado” de casar las cartas a los Reyes Magos que habían enviado los distintos redactores de los diversos apartados del programa tuvo a bien consultarme lo que se había preparado en el apartado de “Política cultural”. Saltaba a la vista que buena parte de aquellas ideas habían salido de la cabeza de Ferrán Mascarell, quien andando el tiempo pasaría del PSC a Convergencia para ser investido como Consejero de Cultura de la Generalitat bajo la presidencia de Artur Mas.

Rebuscando ahora entre papeles viejos he topado con la respuesta que envié entonces al “encargado”. La resumo aquí.

»Según vuestra redacción programática, no existe una cultura española, sino que ésta es el agregado de varias culturas que, ellas sí, tienen entidad propia. Vamos, que existen la cultura catalana, la vasca, la gallega, etc., etc., pero no existe una cultura que pueda llamarse cultura española, sino que ésta se diluye en un confuso “espacio cultural diverso”. A este propósito, el documento recoge la siguiente barbaridad: “Debemos asumir que el Estado español es, en su verdadera dimensión, un espacio cultural diverso, conservando y difundiendo un patrimonio cultural plural…”. (¡”Estado español” y no España en un documento oficial del PSOE!).

»Pero vayamos al fondo del asunto. ¿Existe o no una cultura española? Si la frase “cultura española” se entiende como unidad cultural en el sentido en el que lo utilizaba Prat de la Riba respecto a Cataluña (unidad cultural catalana), evidentemente no. Pero en ese sentido, en el de Prat de la Riba, tampoco existe una cultura alemana ni francesa ni italiana ni catalana ni vasca ni gallega ni extremeña ni andaluza. Porque todas ellas son “espacios culturales diversos”.

»Toda auténtica expresión cultural tiene vocación universal. Y es ahí donde podemos encontrarnos todos y no en el pequeño campanario de la iglesia de nuestro pueblo que, ya se sabe, es el mejor y más bello campanario del mundo, pero en él apenas hay espacio para media docena de amigos. “Quizá la característica más relevante (decís en la página 9, apartado 3.2), y que nos diferencia de otros estados del continente europeo, sea una diversidad cultural forjada a lo largo de siglos en un territorio en el que han convivido tradiciones culturales muy distintas…”. Un “estado del continente europeo” es Italia que, según el texto, no tiene esa “diversidad cultural forjada a lo largo de siglos”. Y lo mismo cabría decir respecto a Alemania e, incluso, a Francia. Creo que ya va siendo hora de desterrar el viejo eslogan según el cual “España es diferente”. Pero la confusión se acrecienta cuando leemos: “… disponer de fuertes referentes de identidad, entendidos como sentimientos de pertenencia, refuerza los valores y certezas de las distintas comunidades y, en consecuencia, permite que se abran al mundo y acepten las diferencias”. (El campanario como destino universal, añado yo). Estamos ante un argumento étnico que, además, carece de lógica. En consecuencia, desemboca en una conclusión falsa de toda falsedad: “…cuando aparecen conflictos violentos entre comunidades culturales distintas no son el resultado de un exceso de identidad, sino de su flaqueza”. (¡Toma ya!).

»Desde la Segunda Guerra Mundial (cuando la “identidad alemana” quiso comerse el continente entero) hasta la guerra de Yugoslavia ¿flaqueaban las identidades culturales? ¿No sería más bien todo lo contrario? ¿Alguien puede creerse que “cuando aparecen conflictos entre comunidades culturales” (es decir, conflictos étnicos) se debe a una flaqueza de la identidad? Por otro lado, cuando se habla, como aquí se hace, de “comunidades culturales” se está hablando de la cultura como identidad colectiva, lo cual equivale a colocarse en el ámbito ideológico propio de cualquier nacionalismo. Un nacionalismo que, para los redactores del documento, es, además, generoso y hasta angelical.

»En fin, creo que nos estamos metiendo en un jardín embarrado ideológicamente y peligroso políticamente. En resumen: abrir un debate etnicista (y hablar de identidad cultural no es otra cosa) es, simplemente, un disparate. En suma, me atrevo a recomendar que nuestro programa se olvide de la Cultura como elemento identitario y dediquemos nuestros esfuerzos a la Cultura como creación humana. A su conservación, creación, fomento, promoción y difusión. Lo que, desde luego, no es poco.

Hasta aquí mis alegaciones de 2004.

Gracias al “encargado” de la redacción final, persona tan sensata como trabajadora, todas las “melonadas” que se acaban de comentar fueron sacadas del texto final, pero el “impulso catalán” que estaba detrás de ellas ya anunciaba males mayores y ponía negro sobre blanco los contenidos de la “España plural”, proyecto maragalliano-zapateril que encerraba un concepto anticonstitucional, el de la España plurinacional. Allí, la cuadratura del círculo era posible pues, según el zapaterismo:

»Lo común y lo singular, lo general y los hechos diferenciales, no tenían por qué ser contradictorios ni mutuamente excluyentes. Este equilibrio y complementariedad se alcanzaba porque a las competencias comunes a todas las Comunidades Autónomas se les garantizaba la cooperación federal multilateral, mientras los hechos diferenciales darían lugar a una relación bilateral entre la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas concernidas. Pero esto no quiere decir que tenga que funcionar totalmente aparte de la cooperación federal (multilateral).

Al concluir la lectura de este batiburrillo, a uno sólo se le ocurre gritar: ¡¡La gallina!! Pues bien, de aquella gallina nació el pollo actual… con los separatistas envueltos en la senyera y echados al monte.

Nos lo decía en la Facultad un muy notable profesor de Estadística: “Conceptos confusos dan siempre lugar a medidas incorrectas”. Pues eso.

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