Uno de los mayores retos de la actualidad es ser capaces de cambiar el modelo energético y eliminar la dependencia que tenemos del petróleo.

La necesidad es imperiosa, puesto que al no ser un país productor estamos a expensas de la situación geopolítica y las fluctuaciones de precio. Por otra parte, es una fuente no renovable por lo que en algún momento se puede acabar, y por último, emite gases de efecto invernadero por lo que según muchos modelos predictivos, está contribuyendo al cambio climático. De hecho, hoy relacionamos el consumo de petróleo con un modelo agresivo con el medio ambiente y contaminante, pero mirado en perspectiva, hay dos momentos puntuales en los que el petróleo ayudó a proteger el medio ambiente y a conservar la biodiversidad.

La caza de ballenas fue una de las industrias más prósperas durante varios siglos y en el siglo XIX fue la principal industria autóctona de Norteamérica. Por toda la costa atlántica, de norte a sur, y desde de Terranova a Argentina o de Noruega al País Vasco, jalonaban la costa enormes factorías destinadas al despiece y procesado de cetáceos. Solo hay que ver los escudos de muchas ciudades de la costa atlántica como Malpica, en Galicia. El producto más preciado de las ballenas era el aceite que se utilizaba principalmente para iluminación doméstica ya que no hacia humo. Y así el aceite de ballena ha sido el único biocombustible de origen animal utilizado a escala global.

La presión sobre la población de ballenas llegó a ser insostenible y estas se hubieran extinguido a principios del siglo XX de no ser porque en 1859 en Titusville, Pennsilvania, Edwin L. Drake perforó el primer pozo de petróleo dando lugar a la era del petróleo, en la que todavía vivimos. La gente pronto se dio cuenta que utilizar quinqués de petróleo era mucho más barato y efectivo. Gracias a eso, hoy tenemos ballenas. La caza actual para carne data de después de la Segunda Guerra Mundial y el mercado es muy limitado, nada en comparación con la industria alrededor del aceite de ballena del siglo XIX.

Muchos caballos y poca potencia

Otro aspecto fue pasar del transporte urbano a base de caballos al trasporte en los primitivos automóviles. Un caballo es un medio de transporte muy inefectivo. Primera: esté en uso o no, consume energía, mientras que un coche solo consume cuando le das al contacto. Segunda: Necesitas grandes extensiones de terreno agrícola para dar de comer a los caballos. Tercera: las emisiones de gases de efecto invernadero son superiores a las de un coche, de hecho, hoy en día, las principales emisiones son por la ganadería, y cuarta: los excrementos eran un gran problema de insalubridad y una fuente de enfermedades.

La mayoría de los barrios construidos en las ciudades grandes en el siglo XIX tienen la entrada elevada. El origen era para evitar que las montañas de estiércol de caballo que se amontonaban en las aceras entraran en las casas. Por no hablar de aspectos que no se tenían en cuenta en el siglo XIX como el maltrato animal, o la gestión de los animales muertos, muchos de los cuales, simplemente se dejaba que se pudrieran en la calle para luego retirar los huesos. Hoy en día en teatro y otras artes escénicas como la danza o la música, la expresión que se utiliza para desear suerte es “Mucha mierda” porque la acumulación de materia orgánica a la puerta del teatro indicaba que habían venido muchos carruajes y que la obra iba a tener mucho público. Cuando llegaron los coches pudimos prescindir de los caballos y las calles fueron un lugar mucho más limpio y saludable.

Si alguna vez conseguimos cambiar el modelo energético y abastecernos solamente por fuentes renovables, no descartemos que haya gente quejándose y añorando los bellos tiempos del petróleo, como ahora hay quien dice que antes se contaminaba menos.

Imagen | ‘notiminuto.com

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