El pasado jueves y después de una dura pelea contra el cáncer falleció Johan Cruyff a los 68 años de edad. Tras su muerte han corrido rios de tinta alabando las enormes cualidades del holandés universal que marcó un antes y un después en la concepción del fútbol moderno. Creo que una de las aportaciones más importantes que nos ha legado Cruyff es el consenso entre todos los amantes del fútbol de que un solo futbolista fue capaz de generar una improvisada sinfonía de juego y transformarla en espectáculo.

En muchas ocasiones parecía que bailaba con el balón, sorteando contrarios y ofreciéndose a sus compañeros en todo tipo de acciones. Ahora un pase, luego un desmarque y después un doble regate en un espacio imprevisible. Sin estridencias, con elegancia extrema y aplicando en todas sus acciones una inteligencia poco común. Siempre elegía la mejor opción, algo al alcance de muy pocos jugadores.

Efectivamente el holandés era rápido, técnicamente impecable, con una visión del juego que le permitía moverse por el terreno abarcando todos los espacios y derrochando sutileza en la carrera, clarividencia en los pases, capacidad de desbordar con su larga zancada en los regates y habilidad para hacer goles extraordinarios desde todas las posiciones. Por eso no es ninguna exageración afirmar que Johan Cruyff hizo de su pasión un arte, y eso es algo que todos los aficionados a este apasionante deporte reconocemos y compartimos.

Además de su histórico testamento en el césped repleto de jugadas de ensueño, pases imposibles y goles inverosímiles, a Cruyff hay que reconocerle igualmente su maestría como entrenador. En este ámbito uno de sus mayores aciertos fue conseguir desarrollar un sistema de juego desde la sencillez y la practicidad en el que primaba el disfrutar del balón y la armonía de su movimiento. Según cuentan sus jugadores el holandés era muy perfeccionista y cerebral y sabia sacar el máximo partido de toda su plantilla potenciando sus virtudes y fortaleciendo sus carencias.

Una de sus máximas era «haceros dueños del balón, siempre al ataque y lo demás vendrá por añadidura». Lo anterior mezclado con una buena dosis de terapia, permitiò abordar un cambio de mentalidad en sus equipos que les provocó creer en un concepto elevado de la competitividad y de la fé en la victoria. No es por tanto aventurado afirmar que este saber hacer de Cruyff que empezó a implementar desde 1988, año en el que se hizo cargo del banquillo azulgrana, sentó las bases y los cimientos de lo que es hoy el FC Barcelona. Un estilo de juego moderno marca de la casa cuyo método siguen utilizando con éxito los responsables de la cantera y que seguirá perdurando en el tiempo.

Con Johan Cruyff se nos va parte de la historia del fútbol moderno y un hombre irrepetible. Un apasionado de su profesión, de la educacion y del juego limpio. Un gran defensor de los valores del deporte, respetuoso y dialogante. Los que le conocieron mas de cerca siempre destacaron su equilibrio, su capacidad de comprensión y su carácter estricto que nunca le impidió estar siempre a favor de los mas débiles. Desde aquí nuestro tributo y admiración para un hombre que con su talento y su filosofía del fútbol cambió la historia de este deporte.

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