Casi nunca he comprado un tebeo con sensación de urgencia, como si me fuese la vida en ello. Pero me pasó el otro día, después de leer un tuit del ínclito Álvaro Pons.

Ni tiempo tuve de llegar a la librería. Descargué de inmediato la versión para Kindle de Crisálida por algo más de 6 euros y, cuando terminé con mis obligaciones diarias, empecé a leer.

En la vida uno tiene el padre que le ha tocado y todos los padres que el mundo tiene a bien ponerle a tiro. Gente mayor que te hace crecer, que te hace entender mejor el mundo que te rodea. Para mí Carlos Giménez ha sido uno de esos padres.

Lo más curioso es que, en lugar de ser un padre en persona, lo ha sido a través de las viñetas. Dibujo a dibujo, bocadillo a bocadillo. Desde que tengo uso de razón, he leído pequeños fragmentos de su vida. Asistí a su infancia en Paracuellos, al Madrid que le esperaba después en Barrio. Me divertí con sus años locos de Barcelona en Los Profesionales, una carta de amor a la profesión más bonita del mundo. Y ahora llega Crisálida.

Por supuesto, esa no es la magnitud completa de su obra. Sus adaptaciones de Becquer, Poe o Brian Aldiss, con ese Hom demoledor, son maravillosas. Dani Futuro es un clásico de otros tiempos. 36-39 Malos tiempos, es una crónica indispensable, del mismo modo que Historias de sexo y chapuza puede ser un misterio indescifrabe para unos milenials que, probablemente, no entiendan de la misa a la media. Pepe, una de su obras más recientes, no deja de ser un spin-off de Los Profesionales y un enorme abrazo para un dibujante único en España, el mítico Pepe González.

Pero si tenemos que segmentar su obra tenemos la médula espinal y todo lo demás. Hay una parte de todo esto que es su propia historia, la que empieza en Paracuellos y acojona en Crisálida.

Historia de una vida

Conocí, siendo yo adolescente, a Giménez niño, a ese Pablito que luchaba por comer y por aprender a dibujar. Ahora, cuando ya peino más canas que pelo, me topo con ese mismo Pablito lamentando la pérdida de una parte de sí mismo, cogiendo toda la desesperanza de una parte de su corazón y convirtiéndola en viñetas.

No es la primera vez que Giménez utiliza el juego de los personajes creados por personajes creados por personajes. En Sabor a Menta ya jugaba con ese mundo de lo metaliterario, con esas relaciones circulares entre muchos personajes que son trasuntos los unos de los otros.

Crisálida es la historia de cómo se va muriendo el alias de un alias. Incapaz aún de matar a Pablito, del mismo modo que no podría suicidarse, Giménez decide que Pablito tenga, a su vez, un Pablito: Raúl.

Crisálida recrea las conversaciones del personaje de ficción creado por un personaje de ficción sobre la muerte, nuestra realidad, la decrepitud de la vejez, la entropía social («es una buena época para morirse») y la desesperanza. Lo ideal para comenzar alegre el fin de semana, vamos.

Es la constatación, por parte del autor, del inicio del proceso que, antes o después,  lo llevará al hoyo.

Algunos aspectos son, claramente, trasuntos de la vida de Giménez. Como, por ejemplo, la frustración a la hora de ver en cines una película de Paracuellos. Sé que para él nunca será lo mismo, pero para mí la película que más respetó el espíritu de su obra, si no la letra ni la crítica social, fue El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro. Del mismo modo, es difícil no imaginar que algunas de las cosas que se cuentan, algunas escalofriantes, tengan su reflejo en la vida real de Giménez. Ese último amor, esa paliza, ese enfrentamiento con un vecino, esa relación con su madre que tanto le marcó siempre, esos problemas económicos. Del mismo modo que hace años me preguntaba cuántas de las muchachas que se trajinaba Pablito habían pasado por el catre de Carlitos, hoy me pregunto lo mismo pero pensando en su piso de Atocha y sus libros.

Sin embargo, no cometamos el error de confundir realidad y ficción. Giménez, a sus más de 75 años, tiene motivos sobrados para el optimismo. Por ejemplo, un reconocimiento creciente a su obra, con ediciones bien promocionadas y reediciones constantes, bien en Debolsillo y Reservoir Books, de Penguin Random House, bien en Panini. El hecho mismo de que me haya podido leer su obra en un smartphone es importante, si tenemos en cuenta que hace años, con Jonás, Giménez quiso ser pionero en la publicación a través de internet.

En una entrevista con EFE, Giménez hablaba de la diferencia entre ficción y realidad. «En mis trabajos, como en un escaparate, se muestra, así lo pretendo, el tiempo en que he vivido, lo que he visto, lo que he sentido y lo que he pensado y pienso. Tengo, lo reconozco, una especie de incontinencia verbal que me lleva a no saber estarme callado, a tener que dar constantemente mi opinión, a comprometerme con el mundo en que vivo y a protestar.

(…) Me limito a contar mis asuntos de la mejor manera que sé. Pretendo hacerlo lo mejor posible y no tengo ningún interés en ser el mejor en nadaYa soy mayor y a mi edad creo que, en mi profesión, hay pocos autores en activo, si es que hay alguno. Siempre digo que me conformo con poder terminar lo que tengo empezado. Es verdad que siempre tengo en mente algún proyecto para realizarlo a continuación y a veces, como en estos momentos, algún guión ya escrito esperando turno. Pero vayamos poco a poco».

Hace muchos años entrevisté, en el marco de un trabajo universitario, a Giménez en su casa. No he vuelto a hacerlo y, después de Crisálida, siento que no me gustaría hacerlo. Pero si alguna vez lee estas líneas puede saber algo: piense lo que piense, nunca estará del todo solo.

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