Tenemos el mundo a nuestro alcance. Publicaciones internacionales, webcams instaladas en cualquier punto del planeta, información confidencial y apasionante… Al final, lo más buscado, lo más visto y lo más compartido en el mundo digital no alcanza ni la categoría de anécdota.

En una encuesta reciente sobre cómo consumimos información en internet, los españoles afirmamos que no nos gustan los cotilleos. Sólo un 7% admite que visita estos contenidos. La primera conclusión que arroja esta encuesta, es que los españoles somos unos mentirosos (les invito a que tiren de la lengua a los pseudointelectuales que reniegan del género y comprueben la cantidad de personajes del colorín que conocen). Por otra parte, ¿qué nombre le damos al batiburrillo de curiosidades, memes, selfies, ránkings y tributo a personajes famosos que consumimos sin filtro?

Para un buen conocedor de los gustos digitales, las estrategias están claras. Hay mecanismos irresistibles. Nos enloquecen las listas. Las 10 o 5 mejores maneras de… «alimentos que te matan», «maneras de seducir a un bisexual» o «saber si eres un desgraciado». Como si hiciera falta corroborarlo.

Por otra parte, nuestra curiosidad nos lleva a que las noticias más visitadas no sean las exclusivas que han costado tiempo, dedicación y profesionalidad a periodistas bien conectados… sino curiosidades virales como un orangután al que travistieron y violaron en un zoo de un país asiático (no es una exageración, les animo a buscarlo).

El tercer punto de interés son los virales aparentemente espontáneos. La anécdota elevada a categoría que los propios informativos de televisión acaban incluyendo: una embarazada que levanta pesas, unos cretinos lanzandose por la ventana o una discusión bizantina sobre el color de un vestido.

Y además nos indignamos, acaloramos o enamoramos. Entramos en debates tan absurdos que supone un éxito como maniobra de distracción. Parece que necesitamos un motivo para sentirnos vivos. Y que somos capaces de generar pocos argumentos. Un mundo a nuestro alcance para acabar mirando las fotografías del verano de nuestros amigos. Algo que antes del mundo virtual de las redes suponía una tortura.

Igual que los vídeos de las bodas. Un trámite del que uno intentaba zafarse.

Somos pura contradicción.

Imagen | Flickr – Orin Zebest

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