En estos días nos podemos permitir una siesta de las de verdad, «de pijama y orinal», como proponía Camilo José Cela o una «tan gorda que te levantas con jet lag» («Fumata de Morata» dixit). La sabiduría manchega puede ser culta o popular. La única palabra que no tiene traducción en otras lenguas, la siesta, puede alcanzar la categoría de arte acompañada por el runrún la televisión. Pero hay que saber elegir correctamente.

1- Las películas del norte de Europa.

TVE emite en las sobremesas de sábados y domingos cine europeo. Para ser más concretos, unos telefilms rosas más engañosos que los yanquis. Lagos alemanes, daneses o suecos donde  siempre es verano. La dicotomía entre la ciudad, que la protagonista femenina suele abandonar pese a su exitosa carrera y la vida apacible del pueblo del lago es una constante. También la trama medio-ambiental donde ella y él se comportan como héroes justicieros. En ese pueblo, hay siempre un maromo imponente, culto y cosmopolita que le hace descubrir la esencia de la felicidad. Todo muy casto y con pocos gritos (los nórdicos no montan escándalo salvo cuando están borrachos en nuestras costas). Muy recomendable para un sueño apacible con buenos paisajes y una trama sin grandes picos emocionales. No hay tragedias y la tensión sexual no te hace levantarte del sillón. Tienen tan poca sangre, que no se sabe ni porque se gustan ni porque se disgustan (importante para un final emocionante con reconciliación). 
 
2- Los documentales de animales de La 2
Pese a ser un clásico de la siesta, me atrevo a añadir matices respecto a la creencia popular. Estos documentales son gores. En todos hay asesinatos y sexo por un tubo. Pero la voz de uno de los principales dobladores, Juan Ignacio Ocaña, es una tentación. Arropa y te mece. Te transporta y reconforta. Con un único peligro: Es tan personal y sugerente que se puede colar en tus sueños generando extrañas tramas. Puedes soñar que estás en un viaje exótico pero también condenado a muerte en San Quintín dados los términos y tenebrosidad de algunos pasajes.
 
3- Empeños a lo bestia
Este docu-reallity no funciona como somnífero las primeras veces que se consume. Hay gritos, tensión y crea cierta inquietud saber si los objetos que llevan a vender, curiosos en ocasiones, tienen un valor importante. Pero cuando uno toma confianza con la familia que lo regenta, siente el agotamiento de la macro-tienda en un polígono de Detroit. Te vence la pereza de ver esas colas de gente maleducada, ese frío permanente que traspasa la pantalla y el ambiente de pesadilla. Uno desea perderse en un sueño como burlándose de la mala suerte de esa plantilla de trabajadores. Con ese egoísmo característico de ver como otros «pringan» mientras nosotros nos dejamos caer en los brazos de Morfeo.
 
Espero que mis recomendaciones sirvan para acercarnos un poco más a ese héroe nacional, el insigne personaje de José Mota, «El fumata de Morata», que nos enseña como ser un nini pasados los 30. Y que la envidia que le profesamos nos hace reír y ridiculizarlo cuando es una fuente de sabiduría oriental y occidental, de un «slow-life» cañí que todos anhelamos secretamente.

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