La literatura de la economía de la felicidad nos enseña que los turistas a nivel internacional se sienten muy atraídos por los destinos donde sus ciudadanos se caracterizan por irradiar altas dosis de alegría y emociones positivas.  Para la psicología social estos dos factores contribuyen de forma significativa a la felicidad de las personas. En esta misma línea, la Organización Mundial de la Salud sugiere que los paisajes urbanísticos felices mejoran la calidad de vida, la salud, las interacciones culturales o el bienestar social.

Quizás, uno de los caminos para lograr este bello adagio pueda ser el diseño de una ciudad feliz. Pero, ¿qué es una ciudad feliz? Para el urbanista canadiense Charles Montgomery, la ciudad feliz es el ecosistema donde se desarrolla una planificación urbana destinada en vigorizar la calidad de vida de sus habitantes. Esto se mide a través de indicadores de naturaleza social, geográfica, ecológica o económica. Muchos de estos parámetros son usados por los analistas que realizan anualmente los informes internacionales donde se establecen cuáles son las ciudades más felices del mundo. Todos estos informes llegan a una misma conclusión: que las señas de identidad de una ciudad feliz son el bien común, la calidad de los servicios públicos, el respeto al medio ambiente y la búsqueda del interés general de la ciudadanía. 

En este sentido conviene señalar que en estos estudios internacionales no figuran ninguna urbe española encabezando dichos rankings. Una de las principales causas de este fenómeno se encuentra quizás en unos modelos de gobernanza municipales que cohabitan con la especulación inmobiliaria, el individualismo o la desconfianza social.

La ciencia de la felicidad muestra la necesidad de emprender políticas locales centradas en la idea de que la felicidad ciudadana es una meta legítima, humana y necesaria para el progreso sostenible e inclusivo de los territorios. No se debe olvidar que los individuos, donde obtienen mayores niveles de alegría y emociones positivas son en el lugar donde residen habitualmente. Ante esta realidad, las administraciones públicas deben llevar a cabo acciones gubernativas destinadas a poner sobre el tapete de las políticas locales que el diseño y la calidad de las infraestructuras urbanas de las ciudades juegan un papel más importante en la felicidad de las personas que el dinero o el propio trabajo.

De esta realidad no está exenta la ciudad de Cádiz, un ecosistema que goza de mucha creatividad, positividad y felicidad colectiva. Esto viene motivado no solo por la amabilidad, el humor, la tolerancia o la hospitalidad de su gente; sino también por su gastronomía, su ubicación física o su historia. Respecto a esto último mencionar que en Cádiz se proclamó la Constitución de 1812, en cuyo artículo trece se dice que el objeto del gobierno es la felicidad de la nación. Siguiendo esta senda, no debe sorprender que también en Cádiz se creara la primera Red Internacional Universitaria de la Felicidad. Todos los elementos comentados constituyen una fuente de estímulos a los que deben enchufarse su clase política para que la capital gaditana sea una “ciudad feliz”. Dicen que ver mariposas amarillas está asociado positivamente con la salud, el bienestar y la prosperidad.  ¿Por qué Cádiz no puede ser esa mariposa amarilla que dimane felicidad?

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